Capitulo 2

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Capítulo 2

"No te conocí, te reconocí. Llevo años soñando contigo"

Ave Literaria

Tengo presente en mi cabeza, aún a día de hoy, la primera vez que hablamos. Recuerdo a la perfección cada palabra que compartimos y eso que desde ese momento, ya pasaron al menos treinta años.

Después de que tu imagen no me dejara ni a sol, ni a sombra; ni de noche, ni de día y mucho menos en sueños, volví a verte.

Muy cerca de mi facultad se encontraba el Real Jardín Botánico de Alfonso XIII, un parque con gran variedad de plantas y árboles; inundado por la fragancia de cientos de flores diferentes, cada una más dulzona y olorosa. Abundaban por estos lares los jóvenes, que mataban el tiempo paseando, ejercitándose o, en mayor medida, estudiando diversas materias al aire libre.

Era una tarde cálida de septiembre la primera vez que me decidí a entrar. Acompañado por Arnau paseábamos charlando sobre las diferencias entre nuestras elecciones universitarias, cuando este se paró a saludar a varios compañeros de su misma facultad. Tras presentarme educadamente a todos, me aislé en mis efímeros pensamientos y comencé a explorar dando un repaso visual por todo el lugar. Como la conversación de mi amigo cada vez se alargaba más, me excusé y mi mente y yo nos encaminamos por uno de los senderos. Así, caminando, por obra del azar, llegue hasta ti.

Al pie de un sauce se encontraba una escena perfecta, casi se podría decir que artística. Tu te encontrabas recostada en el tronco, con tus largas piernas extendidas en el césped. Tu melena, encaracolada como olas del Atlántico, era acunada por la brisa de la tarde. Entre tus delicadas manos se encontraba un libro, libro por el cual mi curiosidad me llevo acercarme unos cuantos pasos para poder distinguir su título. Para un amante de la literatura universal, como lo era yo, tu libro era una maravilla. Cada vez que pasabas una hoja, tu cara se fruncía de mil maneras haciéndome ver lo que sentías en cada párrafo. Leías con devoción, con devoción y emoción; intentando ir más allá del propio libro, más allá de la imaginación del autor y más allá de la realidad.

Deseoso por oír tu voz, por conocerte, simplifiqué en segundos el espacio que nos separaba y me decidí a hablarte.

  – "Si sus sentimientos son los mismos que en el pasado mes de Abril, dígamelo sin tardanza. Mi afecto y mis deseos no han cambiado, pero una palabra suya hará que guarde silencio sobre este asunto para siempre. Sin embargo, si sus sentimientos han cambiado, debo decirle que ha embrujado usted mi alma y que la amo, la amo, la amo y que ya nada podrá separarme de usted."

Levantaste esos ojillos de tu arcaico ejemplar de Orgullo y Prejuicio; esos ojos que me habían perseguido durante días completos y me observaste lentamente. Paseaste tu mirada del norte al sur de mi cuerpo, sin olvidar el este y el oeste. Mientras me estudiabas detenidamente, mi cuerpo contenía la emoción y los latidos tremendamente acelerados de mi corazón, que luchaba por abrirse camino a través de mi pecho.

Cuando ya pensaba que retomarías la lectura sin prestarme más atención de la ya recibida, tus labios formaron una graciosa mueca y te decidiste a hablar.

  – Gran imitación a Mr. Darcy. – Dijiste con condescendencia. – Nunca había conocido a nadie que se aprendiera los fragmentos románticos de libros para ligar.

Tenías una voz suave y fina acorde con toda la armonía que te rodeaba y sin embargo utilizabas un todo borde y esquivo, dejándome más que claro lo poco que ver qué querías tener conmigo. No podría haber pensado nunca, ni en el peor de los casos, que me contestarías de esa manera; esperaba una chiquilla dulce y cariñosa, con ganas de hacer amistades y no a una hosca e incluso malhumorada.

  –  Soy estudiante de filología aquí en Moncloa y ese es uno de mis libros favoritos, no una técnica para ligar. – Expliqué con mi mejor sonrisa esperando que eso te ablandara.

  –  También es uno de mis favoritos, por cierto, soy Carmen, Carmen de Andrés y estudio aquí Bellas Artes. –  Dijiste extendiendo la mano, comenzando así la esperada presentación.

  – Yo soy Sebastián Bermejo, pero si tú quieres puedes llamarme Sebas. – Te contesté estrechando tu mano de forma delicada.

–  Pues encantada Sebas, a mí llámame como quieras, no tengo ninguna abreviatura o apodo cariñoso.

En ese momento, Arnau apareció llamándome a gritos y, muy a mi pesar, tuve que despedirme de ti.

Apoyaste delicadamente el libro en el césped, como si de tu mayor tesoro se tratara y en un movimiento ágil te pusiste en pie. Recuerdo inclusive la ropa que llevabas: una falda marrón con florecillas que dejaba tus piernas a la vista por completo, combinada con un jersey color beige algo arrugado por haber estado sentada en el suelo, que a diferencia de la falda, tapaba por completo tus extremidades.

Te acercaste a mí en dos cortos pasos y posaste suavemente tus labios en mis mejillas, permitiéndome así conocer tu fragancia.

Espero que nos volvamos a ver. –  Me dijiste mientras me alejaba.

La verdad es que en ese momento yo también esperaba que nos volviéramos a ver. Desde esa pequeña conversación supe que te quería conocer cada vez más y más Carmen.

Esa noche no pude dejar de pensar en la chiquilla cuyo nombre no tenia abreviatura ni apodo cariñoso. Pensaba en tus manos delicadas adornadas con pequeñas manchitas de pintura de colores en orden aleatorio; pensaba en la suavidad de tus libios y en el hormigueo que dejaban en mi piel, ¿cómo sería probarlos?; pensaba también en nuestro próximo encuentro, porque estaba seguro de que habría próxima.

No tenía ni tu número, ni tu dirección postal, no sabia tu edad ni tampoco de donde venías; pero estaba seguro de que sabría donde encontrarte.

Al día siguiente no fui a buscarte, no quería parecer desesperado aún que en realidad lo estuviera. Tampoco te busqué la siguiente semana, todo a su tiempo me dije a mi mismo en ese momento, nos queda toda una vida juntos para conocernos.

CarmenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora