Capítulo 3

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Capítulo 3

"Nos dijimos tantas veces adiós, que despedirnos significaba reinventar un reencuentro."

Elvira Sastre Sanz

Pasaron las semanas y yo seguía sin atreverme a buscarte. Mis noches se basaban en recuerdos de tu persona. Sin quererlo, evocaba continuamente tu perfume; aún hoy en día puedo oler tu fragancia a naranjas y canela allá por donde pasas.

Arnau, junto a mi almohada, eran por aquel entonces mis confidentes. El más humano de la pareja me alentaba a diario a que fuera a buscarte.

Casi un mes había pasado desde nuestro primer encuentro cuando decidí seguir los consejos de mi amigo, volví a buscarte. Salí de mis clases y sin tener que pensarlo mucho me encaminé con decisión hacia el viejo sauce.

A unos metros de distancia, pude distinguirte. Mi corazón latía desenfrenado y mi cuerpo pedía a gritos volver a sentir la cercanía del tuyo. Mi cabeza hizo acto de presencia y en un arranque de sensatez pidió calma para poder disfrutar del momento.

Como imaginaba, en tus manos había otro libro y, según me acercaba, pude distinguir el titulo.

Veo que tenemos los mismos gustos, por lo menos en cuanto a lectura se refiere. — Levantaste la mirada extrañada en un principio, pero al reconocerme tus labios esbozaron una sonrisa; sonrisa que no llegó a tus ojos.

No te conocía, pero estaba seguro de que algo te pasaba. Te encontrabas distraída, triste quizás. Tus impecables iris no brillaban igual.

¡Sebas, cuánto tiempo! — Levantaste tu mano y la zarandeaste en un clásico saludo. — "La Divina Comedia" es una de mis obras favoritas, sin duda hay partes en las que Dante me describe a la perfección.

Sin pedir permiso tomé asiento a tu lado, deseoso por hablar contigo, por compartir opiniones y momentos.

Y bien... ¿Cuál es tu parte favorita de esas? Te pregunté curioso.

—  "A mitad del camino de la vida, en una selva oscura me encontraba, porque mi ruta había extraviado." — Leíste calmosamente después de haber movido tu lectura a una hoja marcada previamente.

Pero... No puede ser... — Yo no salia de mi asombro, hubiera esperado una cita de la parte en la que Dante narra el Paraíso, no una del mismísimo Infierno.

Si llegas a conocerme, entenderás porque la elijo. No todo es lo que parece Sebas; que una manzana luzca brillante y apetecible no te garantiza el hecho de que no esté podrida por dentro.

Y con estas palabras te rompiste. Una lágrima inició el recorrido de tu rostro y, como si de un escultor con cincel en mano se tratara,fue perfilando cada parte de tu fisonomía, comenzando por tu párpado inferior, siguiendo camino por la ya enrojecida elevación de tu pómulo y terminando el viaje en la comisura de tus muy apetecibles labios.

Fue la primera de muchas lágrimas Carmen. Yo no sabía como actuar, mi cuerpo estaba congelado por completo, no se me permitía e lmovimiento de ninguna articulación.

Desconocía el hecho de que de las esmeraldas pudiera brotar agua. No sabía que las joyas lloraran.

El llanto se hizo más profundo y de tu garganta comenzaron a salir sollozos que tus propias manos intentaron ahogar. Sin más meditación por mi parte, me pegué completamente a ti y lentamente te rodee con mis brazos. Apenas habíamos llegado a la veintena de palabras, pero ya eras alguien especial y me dolía realmente verte así.

Al principio te quedaste muy quieta, sorprendida por mi acción, pero poco a poco te dejaste hacer. Cuando ya habían pasado unos minutos,te separaste y tus dos preciosas gemas se clavaron en mi. Con mis dedos retiré las últimas lágrimas que rondaban tu cara, sintiendo ese simple acto como algo muy íntimo. Sin dejar de mirarme las esquinas de tus labios, sonrosados por el ya pasado llanto, se elevaron en una sonrisa.

Gracias. — Dijiste aún sonriendo.

No hace falta que me las des. — Concluí.

Si, si que hace falta. — Dijiste separándote de mi y enderezándote. — Sin conocerme de nada, acabas de consolarme y aún que no lo creas, me has hecho sentir mejor, así que gracias.

Acepté tus disculpas, pues no me quedaba otra opción y cuando iba a pedirte una explicación por lo sucedido anteriormente, me interrumpiste.

No, no me pidas una explicación porque no te la daré. Sebas soy una persona compleja con un millón de cerrojos en mi interior; si consigues mi confianza, algo que no es nada fácil, iras teniendo en tu poder las llaves.

Entonces prepárate, espero que te agrade mi compañía, porque no me voy a separar de ti hasta que confiemos plenamente el uno en el otro.Respondí seguro.

No quería tener tu confianza Carmen, quería que la confianza fuera mutua. ¿De qué me servía tener tu confianza si yo no podía entregarte la mía? Yo quería algo de ambos, algo que no solo uno pudiera ofrecer.

Esa tarde la pasamos conociéndonos, nos contamos cosas básicas de nuestras vidas. Así me enteré de que normalmente no solías socializar mucho, te gustaba la soledad solo interrumpida de vez en cuando por la compañía de un buen libro. Pese a esto, tenías a Saleta.

Ella era por así decirlo, tu complemento. Había llegado de Galicia cuando teníais ocho años y desde ahí no os habíais vuelto a separar. Saleta había conseguido todas esas llaves que yo ansiaba.

Igual que tu me hablaste de ella, yo te conté la gran amistad que había formado recientemente con Arnau y concluimos en quedar todos un día de estos.

A diferencia de mi, que me acababa de mudar desde un pueblo; tu llevabas toda tu vida viviendo en la capital.

De tu familia poco me contaste además del hecho de que tu madre poseía un pequeño café en el centro al que muchas veces ibas para ayudar.

Ese día antes de despedirnos, me encargué de conseguir tu número. Tú me tendiste tu teléfono móvil última generación para así poder escribirte el mio y me prometiste darme una llamada para que ambos tuviéramos el número del otro. La próxima vez no tendría que tentar a la suerte para encontrarte.

CarmenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora