Capítulo 4

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Capítulo 4

"Uno siempre recuerda los besos donde olvidó todo."

Germán Renko

Los días transcurrían como si se trataran estos de pequeñas estrellas fugaces. Pasaban velozmente sin ningún contacto conmigo, yo no los molestaba y ellos a mi tampoco; y cuando quería levantar la cabeza al darme cuenta de que un espectáculo de luz se llevaba a cabo encima de mi cabeza, ya había acontecido. Me sentía como un mero espectador dentro de mi propia vida.

Mis mañanas quedaban totalmente dedicadas a las clases, al fin y al cabo había dejado mi hogar para eso, para única y exclusivamente estudiar. Durante las tardes, a diferencia de esos libros modernos en los que a pesar de estar en la universidad los protagonistas tienen posibilidad de salir todos los días y pasárselo bien manteniendo sus impecables calificaciones, yo me veía obligado a finalizar proyectos y repasar la materia tratada ese mismo día en las clases.
Tan colapsado me encontraba, que las pocas veces que te veía apenas podía saludarte como merecías.

Tal que así se pasaron varias semanas, hasta que en el mediodía de un viernes cualquiera de el mes de noviembre, a mi teléfono llegó un mensaje tuyo.

"Hola Sebas, hace bastante tiempo que no nos vemos y me preguntaba si te apetecería pasarte esta tarde por nuestro lugar de siempre. No te preocupes por la hora, yo en un rato ya estaré por allá"

Algo se instaló en mi pecho cuando dijiste eso de "nuestro lugar", teníamos algo nuestro, algo que ambos compartíamos. Sin pensarlo ni siquiera dos veces, te respondí que iría y me dispuse a cambiarme.

Supongo que una hora después, (ahora no logro decirte el tiempo con exactitud) ya me encontraba a escasos pasos del viejo sauce. Siendo fiel a tus palabras, tú ya te encontrabas allí. Recuerdo que llevabas un muy grueso jersey y una falda. Tu larguísima melena dorada se encontraba en una trenza despeinada que reposaba en tu estilizado hombro y algunos mechoncillos rebeldes se bamboleaban al son del viento como si de dos bailarines que danzan guiados por una audible melodía se tratarán. Todas las facciones de tu rostro, libre de cualquier tipo de maquillaje, se encontraban contraídas en un gesto de máxima concentración.

Entre tus manos se encontraba un viejo cuaderno, de tapas duras y bien revestidas en cuero marrón. Tus manos trazaban algo sobre una hoja gruesa a la par que amarillenta con un lápiz, en movimientos enérgicos y estudiados.

Te encontrabas tan absorta entre el arte que desprendías, que ni siquiera me oíste llegar.

— Buenas tardes Carmen. — Dije mientras me sentaba como un indio enfrente a ti.

— ¡Sebas, cuánto tiempo! ¿qué tal todo? ¿las clases marchan bien? — Preguntaste atropelladamente mientras cambiabas de hoja en el cuadernillo de dibujo.

Pasamos varias horas charlando, te encontrabas muchísimo más animada que la última vez mientras me contabas anécdotas de la facultad y travesuras llevadas a cabo con Saleta a la vez que continuabas dibujando, sin ver yo lo que hacías. Entre tanto, tu móvil comenzó a sonar y te levantaste para contestar, durante el transcurso de esa conversación pude darme cuenta de lo inquieta que eres mientras hablas por teléfono, no paraste de caminar de un lado para el otro delante de mi, regalándome de paso una perfecta visión de tus estilizadas piernas.

No eras de esas muchachas que destacan por tener un cuerpo de escándalo lleno de curvas, más bien carecías bastante de estas últimas, camufladas entre varias tallas de más en todas tus prendas.

CarmenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora