Capítulo 6

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Capítulo 6

"Los adultos son criaturas llenas de caprichos y secretos"

Roald Dahl

Como de costumbre yo me encontraba caminando a trompicones, esquivando algunas piedras del sendero y colisionando con otras hasta el punto de caer, raspándome las rodillas y codos, para posteriormente levantarme renqueante y adolorido, fingiendo que todo lo anterior no ha pasado y sonriéndole al siguiente pedrusco con cara de "tu no me vas a derribar" pero sabiendo perfectamente que mis pies, mi corazón o, por increíble que parezca, mi cabeza me llevarán derechito hasta el obstáculo y otra vez se repetirá el proceso.
Pero... ¿acaso no es eso la existencia? Una sucesión de piedras que apartar, cargar o con las que tropezarse por el camino que a cada uno le toca. Lo que algunos conocen con el cultísimo y enrevesado nombre de Ínter Vitae y a lo que yo, simplemente, le llamo vida.

Los días pasaban y cada vez nos volvíamos más cercamos, más dependientes el uno del otro, más anhelantes de besos y caricias, más esclavos de algo cercano a eso llamado amor.

No le poníamos nombre a nuestra relación, como excusa puedo decir que, en tan poco tiempo ya veíamos a la otra persona como un hogar en el que refugiarse y cuando eso pasa cualquier etiqueta que pueda definirlo es un mero convencionalismo.
No obstante, el fin de escribirte esto es ser lo más sincero posible, así que confieso que no teníamos un "nombre" que nos definiera por culpa de mi cobardía. Persistía el miedo en mi interior a ser rechazado y desplazado a un lado, a fracasar.
Si es que ya lo decía un conocido escritor: la derrota es para valientes, que luchan y pierden; el fracaso es para cobardes, que nunca luchan.

Las esperadísimas vacaciones de Navidad aún no llegaban pero el frío del acechante diciembre ya se hacía notar en Madrid.
Era un viernes como cualquier otro, hacía unos días que no nos veíamos aunque nos escribíamos casi a diario. Esa mañana yo me había abrigado mas de la cuenta, una bufanda y un grueso gorro de lana, cortesía de mi madre, complementaban mi atuendo. Me dirigí al campus en mi viejo coche y tomé todas las clases que me correspondían ese día. Con resignación y ganas de llamarte me volví a casa.
Cuando abrí la puerta, recuerdo como la intranquilidad se apoderó de mi.
Arnau salía de la cocina con una humeante taza entre manos en el momento en que yo cerraba las puertas a mis espaldas. Con una mirada de dolor me indicó que me fijará en el sofá color crema situado en medio de la estancia y en el momento en que mis ojos se encontraron contigo, mi corazón se resquebrajó. No eras más que un pequeño bulto tapado con mantas en una esquina del sofá, tenías la mirada perdida y tus ondas de ese característico dorado oscuro libraban una tempestad. Una vez Arnau dejo la taza entre tus temblorosas manos, se acercó a mi cuerpo estático y lo empujo por el pasillo para tener privacidad.

Sebas,"germà",  encontré a tu chica cuando llegué, estaba en el portal llorando y temblando por el frío. No ha dicho que le sucede, solo me da las gracias.

Me quité el abrigo y lo tiré hacia la habitación, en ese momento lo que menos importaba era donde cayese. Con cautela pero anhelando el contacto, me acerqué a ti y te abracé queriendo ser yo el que contuviera ese gran dolor en tu lugar. Colocaste la cara en el hueco de mi cuello y seguiste sollozando, con delicadeza te subí a mi regazo como si de un niño pequeño se tratara y comencé a deslizar mi mano de arriba a abajo por tu espalda en un intento de reconfortarte. Arnau salió de su habitación abrigado y se encaminó a la puerta.

Os dejo solos, tengo una cita. – Antes de salir se volteo y se dirigió a ti. – Carmen, "afecte", sea lo que sea que te ocurra no te dejes vencer y tú, – ahora se dirigía a mi con cara de pocos amigos – más te vale cuidarla.

CarmenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora