El Reencuentro

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El amor no comienza con una mirada, ni con un beso o una primera impresión, el amor inicia con la primera locura que realizas junto a esa persona, con la primera muestra de compatibilidad que se da entre los seres que están destinados para amarse

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El amor no comienza con una mirada, ni con un beso o una primera impresión, el amor inicia con la primera locura que realizas junto a esa persona, con la primera muestra de compatibilidad que se da entre los seres que están destinados para amarse. Así comienza el verdadero amor, con una chispa de locura que enciende la hoguera del amor en los corazones.

Y para aquellos incrédulos (que siempre los habrá) que osan dudar de lo que he dicho anteriormente, les traigo un relato con el que espero demostrarle cuánta razón tengo en lo que afirmo.

Cabe decir que lo que más nos hacía compatibles a Laura y a mí, lo que mayor afinidad creaba entre los dos, era nuestra locura, nuestro comportamiento infantil ante las cosas más serias de la vida. Ella y yo compartíamos la misma conducta de indiferencia ante la opinión de los demás, por lo que se nos ocurrían las más alocadas travesuras para divertirnos.

Aunque nos amábamos tanto, aunque entre nosotros existía un lazo que parecía irrompible, lo cierto es que Laura y yo no supimos vencer las cosas que nos separaban: su extremo orgullo y mis constantes celos.

Pudimos haber sido la pareja más feliz del mundo, los amantes más dichosos de todo el universo, pero entre los dos surgían estos dos obstáculos como murallas que nos separaban al uno del otro.

Nos conocimos en una agradable mañana de primavera, durante un acto de la escuela en el que se hallaban reunidos estudiantes de las dos tandas. Como ella era de la tanda matutina y yo de la vespertina, ambos considerados como los genios del liceo donde estudiábamos, entablamos conversación con el secreto propósito de demostrarnos el uno al otro quién era el mejor. Por supuesto que su belleza me cautivó desde que la vi, tanto que toda aquella mañana alardeé de mis conocimientos para conquistarla, aunque luego me enteré que ni toda la inteligencia del mundo lograban impresionarla.

Lo que verdaderamente nos unió aquella mañana no fue ni su belleza ni mi inteligencia, sino, más bien, la simpatía que había en los dos y el grato sentido del humor.

Desde ese día nos hicimos grandes amigos y compartimos maravillosos momentos, agradables tardes de risas, en las que parecíamos dos locos risueños que desentonaban totalmente con el melancólico mundo que los rodeaba, con la gris amargura que se cernía sobre todos.

Poco a poco fue creciendo entre nosotros un gran amor que llenaba nuestros corazones, un sentimiento que nos hacía depender más y más el uno del otro. Y en mí, ese amor creció a tal magnitud que Laura se convirtió en el centro de mi vida, en mi principal motivo para sonreír en las mañanas.

Pero a pesar de ese amor, su orgullo no le permitió afrontarlo y mis celos eran una daga clavada en mi pecho que sólo me causaba dolor y sufrimiento.

Cuando la conocí, Laura tenía un novio al que decía amar. En un principio la existencia de ese novio no me afectó, pues suponía que ella era feliz junto a él. Pero a medida que mi amor fue creciendo, también fue creciendo en mí la amargura de saber que la persona que yo amaba era de otro. Esta amargura se veía aumentada porque tenía la certeza de que ella no lo amaba a él, al menos no tanto como decía amarlo.

Tabú: Relatos prohibidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora