Marcos y Ariadna

1.2K 9 0
                                    



-¿Cómo te lo digo? - la voz de Marcos sonaba ronca a través del teléfono. Parecía tener un nudo en la garganta que apenas le permitía respirar.


Hizo una pausa, como tratando de hallar sus propios pensamientos, suspiró y continuó diciendo:

-Te amo, tan cierto como que ahora puedo respirar. No sé por qué me enamoré de ti, no sé qué fue lo que vi en ti. Sólo sé que no logro sacarte de mi mente y que este amor me está haciendo daño.

Del otro lado de la línea telefónica una chica sostenía el teléfono celular a duras penas. Con gran esfuerzo lograba sostener sus pensamientos. Una lágrima salía de sus ojos y rodaba por su mejilla; su voz, alterada por el llanto reprimido, intentaba parecer un reproche, sin lograrlo del todo.

-¿Qué puedo hacer? - la pregunta se la hacía más a sí misma que a Marcos.- Ya sé que me amas, pero yo no tengo la culpa, no sé que hice para que te aferrases así a un amor imposible. Deja de hacerme sentir culpable por algo que no hice ni causé.

Un profundo silencio, cual abismo tendido ante el universo, se cernió sobre los dos jóvenes. Ambos sentían la presencia del otro en medio de aquel silencio, a través de la quietud que los ahogaba, que sólo los latidos de sus propios corazones lograban perturbar, un silencio que los asfixiaba y que, por una voluntad extraña, no deseaban romperlo.

Ariadna contenía el llanto que amenazaba con arroparla, mientras las lágrimas bañaban el rostro de Marcos. Ambos deseaban colgar la llamada y terminar con esa agonía que los angustiaba, pero ninguno era capaz de hacerlo.

-Perdóname por amarte tanto, dijo Marcos al fin.- No tienes la culpa de que mi corazón sea tan torpe y se halla enamorado de ti.

A través del teléfono sonó un vip extenso y luego volvió el silencio.

Marcos y Ariadna eran dos jóvenes, amigos desde hacía cierto tiempo. Ella apenas tenía dieciséis años y él contaba con veinte. Se habían conocido por una de esas casualidades que nadie ha logrado explicar y desde el primer momento supieron que entre los dos nacería una gran amistad que resistiría contra viento y marea.

Marcos, un genio para su clase de la preparatoria, era un joven soñador, muy inteligente y con gran arte para componer versos. Sin embargo, sus mayores cualidades eran su humildad, su buen humor y su corazón puro y sincero.

Ariadna era una bella joven en la flor de la adolescencia. Era inteligente, de buen corazón y amaba que la hiciesen reír. La amiga perfecta para Marcos, la perfecta compañía para su solitaria vida, de no ser porque en su corazón, en lugar del cariño de una bella amistad, se forjó el lazo de un indestructible amor.

Durante tres meses mantuvieron una relación de fuerte amistad, en la que no se imaginaban el uno sin el otro, en la que el mundo les parecía un universo lejano, y su amistad era todo su mundo. Desde un principio, Marcos le confesó su amor a Ariadna, pero esto no afectó en nada su amistad. Más bien la complementaba, pues gracias a ese amor, Marcos componía bellos versos para su amada y se desvivía por hacerle pasar los momentos más agradables de su vida.

Pero como todo jardín donde hay hermosas rosas, en esta amistad crecía un arbusto de espinas que amenazaba con anegar la belleza primaveral de aquella hermosa relación.

Ariadna tenía un novio, Noel, aunque en un principio éste no representó ninguna amenaza para el amor que Marcos sentía, no hasta que éste creció tanto en él que sentía que no podría vivir sin Ariadna.

Poco a poco en el corazón del joven enamorado fue creciendo una espina de dolor, al saber que su amor no era correspondido de igual forma en que él lo sentía. Poco a poco la tristeza y la desesperanza anegaban su alma, hasta que llegó a dolerle tan fuerte que no soportó más y desahogó su dolor con aquella que involuntariamente lo había causado.

Tabú: Relatos prohibidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora