Apenas tenía trece años, pero aquella terrible escena no escapará de mi memoria ni que quiera, pues ha quedado grabada en mi mente con la cicatriz imborrable de una herida que se cura lentamente, pero que no ha dejado de doler.
Recuerdo sus intensos ojos negros como la noche que no se apartaban de mí, como si con aquella mirada intentase desnudar mi cuerpo, como si creyese que observándome atentamente lograría ver más allá del borde de mi falda. Un intensa llama de deseo ardía en aquella mirada, tan intensa que parecía la fija mirada del lobo al acecho de su presa. Mi inocencia de entonces no me permitió ver las intenciones que ocultaban aquellos ojos perversos, no me dejó sospechar lo que me ocurría a manos de aquel desarmado ser que no le importó destruir toda mi inocencia y con ella mi felicidad.
Mientras la lluvia golpeaba el cristal de la persiana con una furia aterradora, el corazón de aquel infame ser fraguaba la más vil de las acciones. Mientras mis inocentes pensamientos estaban enfocados en el sonido de la lluvia y en mis ganas de regresar a casa, aquellos ojos se clavaban en mí con lujuria lasciva que no pude entender en aquel instante.
Hacía unos minutos había salido del colegio y caminaba alegremente a casa, cuando de repente comenzó una suave lluvia que en pocos segundos se tornó en un fuerte aguacero. Lejos aún de casa, intenté correr bajo el agua y hallar un lugar donde protegerme de la lluvia, cuando escuche la voz de aquel joven que me invitaba a refugiarme en una especie de oficina que tenía en aquel lugar. Infinitamente agradecida, entré en el estudio y acepté el ofrecimiento de aquel hombre de tomar asiento.
Era aquel un lugar acogedor, con un ordenador sobre un escritorio al fondo, unos estantes llenos de libros a ambos lados y un diván en una esquina. Sobre la mesa, orientado hacia afuera, había un gafete en el que se leía "Lic. Manuel Moreta, abogado". El ambiente de aquella oficina era tranquilizador, pues podía respirarse un aire puro y fresco, mientras que fuera se veía la lluvia recia a través de los cristales del frente. Permanecí sentada en silencio, mientras el hombre me observaba fijamente. Yo llevaba puesto mi uniforme de colegio, una falda y una camisa blanca, zapatos negros y unos calcetines blancos. A pesar de ser apenas una niña, mi pelo era abundante, por lo que lo llevaba suelto sobre los hombros.
Intenté distraer mis pensamientos con algo, mientras esperaba que pasara la lluvia y poder regresar a casa, pues sabía que mis padres estarían preocupados. Mire los estantes de libros desde donde me hallaba sentada y varias veces mi mirada se topó con la de aquel hombre que me miraba de una forma tan extraña que comencé a asustarme de sus ojos negros. Me asustaba estar sola en aquel lugar con ese desconocido, sin nadie cerca que me pudiese ayudar en caso de necesitar ayuda.
Al cabo de unos veinte minutos la lluvia seguía igual de recia y mi cuerpo comenzó a temblar por el frío. El abogado lo notó y se acercó a mí y me ofreció su saco para que me cubriese; lo rechacé amablemente e intenté no mirar sus ojos mientras me observaba atentamente. Al cabo de unos segundos de mirarme, se sentó a mi lado en el diván y comenzó a hablarme muy bajito, casi pegado a mi oído. No recuerdo las cosas que me decía, pues sentía tanto miedo que no podía prestarle atención a sus palabras.
ESTÁS LEYENDO
Tabú: Relatos prohibidos
HorrorComo seres mortales, atados a las leyes de un mundo que no siempre nos satisface, los seres humanos nos sentimos atraídos por lo prohibido, por aquello que la sociedad considera que no debe existir. Intentamos ocultar esa atracción y es de ahí de do...