Juliet

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Juliet

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Juliet

Justo hoy se cumplen seis meses desde que conocí a Juliet, pero cada segundo transcurrido en mi vida desde el día en que la vi por primera vez permanece en mi memoria tan fresco como la mañana que acaba de nacer y aún lleva consigo la anaranjada luz del alba.

Era una noche de olvido y soledad en cualquier bar de la ciudad. Una botella de vino era mi única compañía, mientras permitía que la suave música que sonaba en el lugar penetrara hasta lo más profundo de mis pensamientos, que sedujera mi atención y me elevara más allá del mundo material. Era una noche para mí, donde el mundo no existía, donde sólo existíamos yo y mi melancolía, ese hastío de la vida que me llevaba por la tercera botella de aquel líquido entre dulce y ardiente que me quemaba los recuerdos.

Estaba sentado en una mesa cerca de la barra, de espalda hacia el mundo y de frente a la embriaguez. En mi cuello sentí una suave brisa que sopló bajo mis orejas y me hizo estremecer. Con ese extraño sentido que a veces poseemos los mortales, sentí en todo mi ser aquella mirada que se posaba sobre mí, me sentí observado y que mi piel era desnudada por unos ojos que descansaban su mirada ávida en mí.

Me volví hacia una de las mesas que se hallaban a mis espaldas y mis ojos se encontraron con unos ojos que me observaban desde la semioscuridad del lugar, mi mirada se topó con aquella mirada tan intensa, tan fuerte y tan real que me hacía sentir como si mi alma estuviese desnuda frente a aquella que la observaba, como si mi pasado, mi presente y mi futuro estuviesen conjugados en aquel hilo invisible que mantuvo unidas nuestras miradas durante un instante eterno.

Como respondiendo al influjo de nuestras mudas miradas, aquella hermosa joven se acercó a mí, y entonces pude observarla y admirar esa extraña belleza que la cubría. Lo primero que atrajo mi atención fueron sus hermosos ojos negros, tan negros como el azabache más puro, tan oscuros como la noche más negra que oculta sus secretos al mundo, ojos tan brillantes como el mismo universo, tras los cuales se escondía aquella mirada tan intensa que pudo romper las barreras de lo normal y penetrar hasta mi propia alma. Por un instante admiré esos ojos que con su mirada me hacían sentir en algún punto lejano del espacio, donde sólo era yo, yo y ese par de negras estrellas que me observaban, tan negras como su pelo lacio, recortado de forma que cubría su cabeza como una corona vuelta hacia abajo. Todo en ella despertaba en mí una sensación desconocida: su ojos, su cabello, su mirada, su cuerpo perfilado bajo ese vestido negro, cómplice de la noche para exaltar su belleza y sus atractivos, dueño de esos senos que perfilaban su sensual forma bajo la negra tela que los cubría; la sonrisa discreta con que me observaba, como fiera que espera el momento oportuno para atrapar a su presa, encendía en mí una llama que nunca antes había sentido, una especie de deseo que en lugar de quemarme ardía en mi pecho como el fuego de una gran pasión. Todo en ella ejercía una fuerte atracción sobre mí, aumentada por poder de la semioscuridad que coronaba con su misterioso halo aquella desconocida beldad.

Tabú: Relatos prohibidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora