Capítulo 12

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Se acurrucó mejor en su lugar, tallando su mejilla con la improvisada almohada con olor a tabaco. Frotó sus ojos con pereza, lanzó de un par de patadas a la cobija hasta que la escuchó caer contra el concreto. Un sonido sordo, pero familiar.

Se quejó un poco del pequeño dolor en la carne, mínimo pero persistente.

Se sentía todo tan extraño y calmado.

Un debí rayo de luz iluminaba con más intensidad el verde de uno de sus ojos; suspiró revitalizada, cayendo en cuenta de lo bien que había dormido en ese catre de la prisión. Había estado tan agotada, que ni si quiera había terminado de despertar del todo.

Se levantó de un saltó, asustada, buscando en su cuerpo las armas que deberían estar ahí.

No recordaba la manera en que se había llegado a ese lugar; pero, se permitió relajarse, respirar tranquila, al ver la puerta abierta y sus cosas al pie de la cama. El arco está colgado en un clavo en la pared junto a su carcaj, su pistola estaba en la mesilla junto a un par de balas sueltas. Su navaja incluso estaba limpia junto a un vaso de agua.

Con cautela se calzó las botas y asomó su cabeza por la puerta de la celda.

- No nos iremos - estiró más su cuello, tratando de ver que era lo que sucedía afuera antes de salir por completo.

- Tampoco podemos quedarnos aquí - a paso calmado se acercó a las barandillas, sentándose con cuidado y dejando ambas piernas colgando en el aire para finalmente recargar su mejilla en los fríos barrotes de metal.

- Si hay otro francotirador; una tabla de madera no hará mucho por nosotros - reconoció el gruñido de la preciosa castaña, seguida de un chillido de su hermana, alegando que ni si quiera podían salir a la luz del sol.

- Rick dice que no vamos a huir y no lo haremos - apoyó Glenn con voz fuerte, logrando que la adolescente alzara una de sus cejas con intriga. Ella solo suspiró.

- Eso es verdad, pero no llegaremos lejos si permanecemos aquí atrapados - habló sin pensar, sintiéndose incomoda al notarse el centro de atención. No contestó, se limitó a alzar su mentón y mirar hacia otro lado. Altiva y enfurruñada.

- Seguro que deben tener protocolos - dirigió sus ojos al arquero, observándolo con calma por largos segundos para darle la razón con meros gestos en su rostro y encogiendo sus hombros.

- Los hay. Es verdad. Deben estar realizando un censo para enlistar a personas que puedan pelear.

- Pues, ¡No le tememos a ese imbécil! - sorprendida por el comportamiento del chico asiático dio un respingo y su gesto se tornó incomodo.

- Yo si que le tengo miedo. Llámense precavidos si les incomoda la palabra. Pero el camión, la reja y la lluvia de balas, no fue mas que tocar el timbre para él. Aquí hay muros fuertes, pero no imposibles de romper, creo que quedó claro. Él tiene gente y armas. Gente tonta y armas potentes - sus ojos aparentemente aburridos resbalaban entre el miedo y la indecisión. La soga se ajustaba más y más en su cuello amoratado - si llega a controlar los terrenos - sus ojos brillaron perturbados - podría matarnos de hambre por pura diversión. Lo he visto.

El griterío inició bajo sus pies, todos estaban fuera de sí y ella solo podía maldecir al dolor interno; el rostro de su hermano se dibujaba en su mente una y otra vez dentro de sus pensamientos. Solo pensaba en eso, en tratar de adivinar donde podría estar y hasta cuando podría alcanzarlo.

Ellos no eran de su interés, no les prestaba tanta atención; pero sí que notó salir al líder huyendo del caos del lugar.

Paseo su vista por los rostros preocupados, topándose con la atenta vista del niño con sombrero. Se sostuvieron la mirada por largos segundos. Sus ojos a pesar de ser tan claros y azules como el cielo en invierno, eran pesados. Eran fuertes. Dentro de todo el pabellón, era quien parecía menos asustado. Estaba desquiciado sin duda alguna.

The girl with strange eyes. ||Carl Grimes||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora