Cogitationis poenam nemo patitur

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—No me puedo creer que me hagáis esta faena... —Murmuro mientras subimos por las impolutas e intimidantes escaleras de mármol. Están tan limpias que puedes ver tu reflejo en ellas.

Los tacones de mamá hacen eco por todo el lugar mientras asciende, seguida por mí y por papá.

—Es esto, o no vuelves a coger el tren. —Me replica la voz de mi padre a mis espaldas. Fijo la mirada delante de mí, en la falda de tubo de mamá y en la forma en se que aprieta cada vez que mamá da un paso más en estas escaleras.

Me han obligado a ir a comisaria con ellos para denunciar el tío de los tatuajes y cuando creía que allí se acabaría la cosa, cosa normal, después de estar hora y media relatándole al agente cualquier cosa que recordara del tío, incluso me ha hecho describirle y dibujarle varios de sus tatuajes, no se termina allí, resulta que ahora por mi trauma sufrido, nótese mi sarcasmo en ello, quieren que vea a un psicólogo, el que me espera después de estás interminables escaleras.

Suspiro cuando llegamos a una sala de espera igual de impecable que las escaleras.

Una mujer, que podría haber sido perfectamente modelo de la Vogue, nos hace esperar en las sillas de color carmesí mientras el psicólogo, un total desconocido al que tengo que abrirme, termina con su actual paciente. ¿O debería de decir cliente? Cobra un pastón como para solo nombrarlo paciente...

Cuando veo como una chica, relativamente de mi edad, sale de la sala, moviendo su cabellera dorada que cae por su espalda y resplandece con los rayos del sol, termino decidiendo que puedo aprovecharme de la situación.

No sé que hacer con el tema de Allen después de su confección, por lo que un profesional con un titulo colgado en la pared y que cobra por ello, puede ayudarme en eso, ¿verdad?

La mujer, la que podría ser modelo de Vogue, me indica que el psicólogo, un tal Koloswski, me espera.

Me levanto, convenciéndome que no tengo porque hablar del tío de los tatuajes, que puedo pasarme la hora que tenemos, hablando de Allen. Y hablar de Allen es algo que me gusta hacer.

Entro y lo primero que espero encontrar es un diván donde poder estirarse mientras jugueteo con alguna pelota anti-estrés y le cuento mis desgracias al señor desconocido, pero no hay ninguna de esas cosas. 

En cambio me encuentro a un sofá de cuero, totalmente aburrido y decepcionante ante la idea de un diván, y a un hombre trajeado sentado en un sillón delante del sofá, donde adivino que tendré que tomar asiento.

El hombre, o debería de decir el chaval, porque no parece pasar los veinticinco años, me mira dedicándome una mirada con sus ojos verde esmeralda, y con un gesto con su mano me indica que me siente.

Intento buscar con la mirada su titulo de licenciado en psicología en las paredes, para sencionarme que realmente es un psicólogo y no un becario o el hijo del señor Koloswski, porque sin duda este chaval parece acabar de salir de una fraternidad, en mi búsqueda del diploma, me topo con una frase enmarcada; "Cogitationis poenam nemo patitur"

Al principio no entiendo su significado, lo que me sorprende porque el latín y las frases celebres en latín se me dan bien, pero veo la traducción justo debajo y me sorprende realmente; Nadie debe ser castigado por sus pensamientos.

Típico de un psicólogo...

Sigo mi búsqueda del diploma, solo para no encontrarlo y así poder tener una excusa para irme, cualquier persona normal debe tener su diploma colgado para poder demostrar que es un profesional, y cuándo creo que no lo tiene colgado, lo veo.

Sentimientos enfermosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora