Hic et nunc

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Me subo al tren, y camino a nuestro habitual sitio, desde hace tres semanas que ese lugar lo ocupamos Allen y yo.

Como es habitual me lo encuentro ya sentado en su asiento con su teléfono.

—Hola, tú. —Le saludo, contenta, Allen levanta la mirada de su móvil y me mira.

—Audrina. —Me saluda mientras guarda su teléfono. —¿Qué tal te fue el examen de historia? —Me pregunta cuando ya estoy acomodada en mi asiento en frente de él.

Ayer estaba muy nerviosa porque me entraba mucho temario para el examen de historia y no tenía la confianza suficiente en mi misma para pensar en otra cosa que no fuera que iba a suspender, y Allen logró tranquilizarme, me ayudó a repasar durante el viaje, e incluso llegó hasta mi parada, pasándose la suya solo para que yo fuera de seguro.

Un tipo adorable.

—Creo que bien. —Contesto contenta. —Muchas gracias, Allen. —Le agradezco, él se encoge de hombros.

—Deja de agradecer, que ayer ya tuve bastante de tus gracias. —Replica cosa que me hace volver a sonreír.

Es tan borde y a la vez tan adorable que me atrae cada vez más.

—¿Tus padres no te regañaron por llegar tarde al instituto? —Pregunto.

—No vivo con mis padres. —Responde tajante. —Y no voy al instituto. Tengo diecinueve años, ¿debo recordártelo? —Me pregunta arqueando las cejas, y recuerdo inmediatamente que alguna vez en estas tres semanas dijo algo de que iba a la universidad.

—¿Y tus padres viven en tu misma ciudad? —Interrogo queriendo saber más de este misterioso chico.

—Se podría decir que mis padres están enterrados en mi misma ciudad. —Responde con frialdad como siempre.

Abro la boca sorprendida cuando me doy cuenta de lo que significa su afirmación.

Sus padres están muertos.

—Audrina, cierra la boca, más de uno querrá meterte más de una cosa en la boca, y admito que yo soy uno de ellos. —Cierro la boca de inmediato cuando las palabras salen de los labios de Allen, le miro con el ceño fruncido, a lo que él solamente se encoge de hombros y vuelve a apoyarse en el respaldo de su asiento.

—¿De verdad están muertos tus padres? —Pregunto cuando de mi cara desaparece el horrible rubor que lo ha cubierto después de sus palabras y de la escena mental que se ha formado en mi mente por su culpa.

—Lo están. —Responde con naturalidad, como si no le afectara, y me figuro que deben de llevar mucho tiempo muertos como para que lo hable tan abiertamente.

—Lo siento. —Le digo. Veo a Allen poner los ojos en blanco.

—Puedes sentirlo todo lo que quieras que muertos se van a quedar. —Responde, ahora es mi turno de poner los ojos en blanco, este chico es peculiar hasta tal punto de decir basta.

Y me gusta.

—¿Qué les sucedió? —Pregunto. El tren se detiene, y sé inmediatamente lo que significa eso, es la parada de Allen.

Se levanta después de recoger sus cosas.

—Siempre digo que se debe vivir el hic et nunc. —Susurra cuando está delante de mi inclinándose. —Nos vemos, Audrina. —Me dice pasando por mi lado. El hic et nunc, el aquí y ahora... este chico cada vez me sorprende más.

Le sigo con la mirada hasta que está en el andén del tren, le veo detenerse tranquilamente mientras se enciende un cigarrillo, de pronto hace algo que no ha hecho nunca hasta ahora, vuelve la vista hacia la ventana del tren, nos mantenemos las miradas hasta que él la aparta para dedicarla hacia otra parte del vagón, mientras le da una calada a su cigarrillo, sigo su mirada, y me encuentro con un chico lleno de tatuajes y piercings mirándome fijamente.

El tren se pone en marcha, rompo el contacto visual con ese sujeto para dedicarle una mirada a Allen, que sigue parado mirando fijamente hacia el chico que me taladra con la mirada, pero el tren coge velocidad y lo pierdo de vista.

Miro de nuevo hacia el chico de tatuajes pero ya no se encuentra en su lugar, pero la sensación de estar bajo la mirada de alguien no se me va, siento como alguien me mira fijamente, y me siento aliviada cuando el tren después de varios minutos se detiene en mi parada.

Bajo con rapidez, y camino a paso ligero hacia la cafetería que frecuentamos Janell y yo todos los días.

Cuando llego me encuentro que por primera vez Janell ya está en nuestra mesa, y Jared se encuentra sentado en la mesa mientras charlan animados.

En el momento en el que llego delante de ellos, Jared me dedica una mirada avergonzada, se baja de la mesa y de nuevo como siempre con una excusa barata se va.

Suspiro por lo raro que es este chico.

—Es muy dulce. —Suelta soñadora mi mejor amiga, pongo una mueca.

—Sí como el azúcar para un diabético. —Le replico en respuesta. Ella arquea las cejas en mi dirección y resopla.

—¿Por qué estás de tan mal humor? ¿Allen aún no te ha puesto contra los cristales del tren mientras gimes su nombre? —Pregunta, abro la boca indignada, pero la vuelvo a cerrar con rapidez cuando recuerdo las palabras susurradas de Allen está mañana cuando abrí la boca.

Janell suelta una carcajada por su broma.

—No me hace gracia. —Le replico cruzándome de brazos, Janell se remueve el pelo rubio mientras sigue riéndose.

—Eso es porque aún no lo ha hecho, seguro. —Se vuelve a reír por su bromita. Le dedico una mirada fulminante.

—Cuidado con lo que dices que tu amorcito está aquí. —La amenazo con una sonrisa, ella corta su risa de raíz, mientras abre los ojos y sacude la cabeza con rapidez. Me río por su reacción.

—Vale, vale, lo siento. —Sonríe levantando las manos en son de paz.

Jared elige ese preciso momento para traernos los pedidos de siempre.

Janell le dedica una sonrisa coqueta de agradecimiento.

—He visto un tío súper raro en el tren. —Digo de pronto recordando el tío de los tatuajes que me miraba fijamente.

—¿Más que Allen? —Bromea ella, pero le dedico una mala mirada por lo que se ríe. —Es coña. —Me dice con una sonrisa. —¿Qué pasa con ese tipo? —Me pregunta borrando todo rastro de broma y se pone seria.

—Ni idea, pero no ha dejado de mirarme durante un buen rato, y luego ha desaparecido, pero la sensación de que me estuvieran vigilando no se me iba. —Respondo sintiendo de nuevo un escalofrío recorriendo mi piel cuando recuerdo los ojos negros como dos pozos hondos de aquel sujeto puestos en mí.

—Seguro que no es nada, debiste de parecerle guapa. —Le dedico una mirada asesina a lo que ella se encoge de hombros. —No creo que debas preocuparte, no es la primera vez que te miran es solo que no te sueles dar cuenta. —Me dice mientras se levanta. —Vámonos que llegaremos tarde a la cárcel, digo al instituto. —Bromea, sonrío, intentando olvidarme de aquel tipo de los tatuajes y de la sensación que causaban sus ojos sobre mí.

Sentimientos enfermosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora