Ella...

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Cuando creces en las sombras cualquier vestigio de luz te asombra.

Ella era el sol. Yo, una simple mortal que tuvo la dicha de ser escogida como su mejor amiga.

Nos conocimos en la universidad, en un día festivo a los que usualmente me rehusaba a ir pero por motivos mayores y a regañadientes aparecí por la facultad. 

Las personas como yo prefieren el silencio, un perfil bajo en el cual mantenerse viva; el ruido siempre me ha perturbado...

Aquel día me sentí así, perturbada.

Chocar con ella fue prácticamente predestinación, ambas tan distintas, de diferentes facultades, en medio de 5000 estudiantes eufóricos por el inicio de las olimpiadas universitarias; fue predestinación. Su sonrisa angelical y su trato amable hacia una desconocida que con tan mala suerte había dejado caer sus materiales en medio del camino, en medio de su perturbación y su miedo a convivir con los demás.

"¡Eres una artista!" Había dicho, y por primera vez en diez años luchando por ese sueño me lo creí.

Se presentó, me dio la mano y ayudó. Como salida de una historia mágica en la cual, por primera vez parecía ser protagonista. 

Nunca he sido buena entablando conversaciones, ni siquiera mostrándome amable; era más como una especie de gato huraño que corría despavorido frente a cualquier muestra afectiva y sin embargo, ella logró hacerme sonreír.

Encontrarnos en el inmenso mundo universitario se volvió rutinario, se convirtió en una especie de compañía artística. Siempre estaba cuando más necesita de apoyo moral y espiritual. Su sola presencia me calmaba.

Jamás entendí su apego. En un mundo como este, las personas tímidas no sobrevivimos, sin embargo, ella era todo lo contrario: fuerte, enérgica, risueña y muy espontánea. Amigos era lo que más tenia, su popularidad entre mujeres y hombres era inmensa; yo nunca pude obtener ni una pizca de ello. Ante los demás era la amiga rara, la artista excéntrica, el labor social que ella hacía. Nunca me molestó ninguno de esos comentarios, como si lo que dijeran los demás no me tocara, nunca, nunca, nunca. 

Tenía una única amiga, una persona que parecía entender perfectamente cómo se movían los hilos de mi mundo; que disfrutaba conmigo el arte. Mi amiga, mi musa.

Durante tres años consecutivos estuvimos tan pendientes la una de la otra. Durante aquel tiempo mejoré notablemente mi expresión artística. Ella lograba sacar lo mejor de mí, mi lado más humano, más sensible; la verdadera artista que vivía en mi interior.

Siempre había retratado a personas del entorno como parte de trabajos eventuales pero jamás porque yo lo hubiese deseado, sabía separar muy bien mis ideales con aquellos hechos profesionales que a lo largo de mi carrera se presentaron. Mi pasión eran los paisajes, el arte abstracto y por supuesto: ella. Aunque nunca se lo dije, solía hacer bocetos de su rostro enmarcando lo mejor posible toda su belleza; siempre me avergoncé de ello. No tuve el valor de pedirle que modelara para mí, tan solo me conformé con dibujarla en silencio, con el mapa mental que tenia de su rostro.

Jamás hice merito a su belleza, jamás hice lo suficiente para retratar todo lo que ella significaba. Creo que nadie hubiese podido capturar la magia que implicaba su sola presencia.

Ella: la mujer bella, la dueña de mis sueños. Aquella noche llegó hasta mi departamento con lo que debía de ser una gabardina azul marino. Su larga silueta resaltaba perfectamente, su enorme cabellera suelta, sus esbeltas piernas rociadas con purpurina, unos zapatos que combinaban perfectamente con su look misterioso y ese toque de maquillaje que la hacía ver mucho más hermosa que nunca; y luego yo. Con una camiseta gris agujerada, manchada con óleo, jeans viejos; mi cabello amarrado en una especie de tomate, pies descalzos. Siempre dos polos opuestos.

Todo se vuelve más palpable en este punto...

Me habla bajo, como intentando buscar las palabras adecuadas. Me sorprendo, ella no es del tipo de chicas que temen hablar, así que le ofrezco asiento y le pregunto si algo ha ocurrido.

Lo niega.

Le creo.

Voy por un poco de té, pienso que tal vez tan solo necesita compañía; probablemente ha terminado liándose con algún noviecillo y ahora solo necesita calmarse. En mi tonto cerebro me hago la idea de que es algo simple.

La escucho caminar por el estudio, haciendo repiquetear sus tacones en la baldosa. Por alguna razón parece una leona enjaulada. Su silencio me empieza a preocupar.

Voy a verla con la charola de té y galletas, intentando reanimarla por lo que fuese que la tuviera con ese ánimo.

Esa noche ella no me sonríe más. Me muestra su lado más humano y doloroso. Me muestra lo peor de este mundo.

En sus manos tiene varios bocetos de sí misma. Los mira una y otra vez como intentando armar un rompecabezas mental. Me veo atrapada, avergonzada por no haberle dicho antes; así que pienso rápido algo que decir para evitar que esta situación embarazosa siga acrecentandose, para intentar desviar mis sentimientos. Pero es tarde, lo sé. El silencio mórbido me lo dice.

Descubre varios lienzos, buscándose probablemente en alguno de ellos. Intento calmarla, pero ella arremete contra mí haciendo que tumbe la charola. El agua caliente termina por quemarme los pies pero poco o nada presto atención aquel dolor; es ella quien me preocupa.

Desarma a diestra y siniestra cada rincón de mi hogar, enojada, asqueada al descubrir que su mejor amiga está enamorada de ella. Jamás la imaginé homofóbica, jamás la imaginé descubriéndome.

Grita muchas cosas, busca y tira todo lo que encuentra a su alrededor. "Asquerosa, yo te salvé" vocifera y hace que me derrumbe por dentro, porque es cierto, me salvó y ahora esta asqueada con la persona que represento.

Toma un cuadro que está escondido tras de una repisa, de alguna manera ha logrado verlo. No es ella, ni siquiera es mío. Quiero decirle que es de un compañero de la facultad que lo ha dejado olvidado y que he guardado hasta la clase de mañana; no importa, ya no importa, ella no escuchará mis explicaciones. Solo está viéndolo en silencio.

Las ampollas de los pies empiezan a escocerme, pese a ello voy a buscarla intentando hacerla razonar, que deje de odiarme. No me escucha, no escucha nada a su alrededor. Esta pérdida mirando el retrato de esa mujer desnuda. Solo gira hacia mí para decir con un gélido aliento: "Todos me lo dijeron".

Me toma por sorpresa, no lo veo venir, no sé en qué momento lo ha tomado. Se balancea sobre mí tumbándome al piso de manera estrepitosa, con el cincel en mano que roza mi pecho causándome rasguños no mayores a los que siento en el corazón. Intento defenderme, intento no herirla, intento que se calme. Pero ella grita, el sonido de la calle se intensifica, el teléfono empieza a sonar; y grita, y grita. 

El ruido me perturba. El ruido siempre me aleja de mi misma. ¡El ruido me perturba!

Grito con todas mis fuerzas y cierro los ojos por un instante empujándola lejos de mí. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Me tomo cinco segundos en abrirlos y descubrirla de una forma mucho más pausada a mi costado. Está en calma, esta callada, dispuesta a escuchar. Ahora es fácil poder explicarle todo lo que ha sucedido...

Tal vez debería empezar por explicarle mis sentimientos, todo el amor y devoción que le guardo; tal vez, si lo hubiera sabido entonces podría defenderme de las acusaciones falsas de sus amigos; esas que me han convertido en un ser despreciable, en una enferma y psicótica mujer. Ella está en calma y debería decirle todo lo que he guardado por años, pero tampoco tengo fuerza, solo la miro perdida, incapaz de moverme un solo centímetro. Mi alma esta atrapada en este burdo cuerpo.

Tan solo la miro, desde un ángulo complejo, desde mi propia prisión. La sangre sale a borbotones del cuello, justo en donde esta incrustado el cincel, intenta decir algo pero no es más que un susurro, un sonido inaudible. Me arrastra con ella.

Sus ojos se han cristalizado, guardándome por siempre en ellos, soy la última persona a la que ve; la última imagen de este mundo.

¿No fue lo que una vez anhele? Ser la única.

Sus ojos se han cristalizado.
Mi corazón se ha cristalizado...

Esto es lo que queda de ella.

Esto es lo que queda de mí.

Entre sueños y pesadillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora