El cartero, un hombrecito delgado, de bigotes espesos y anteojos de montura metálica, siempre se preguntaba por qué no le agradaba la ruta que le asignaban. Al menos ahora, la razón era obvia, su ruta era en el Callao, y no era, por mucho, el mejor lugar para hacer entregas. Pero a él no le gustaba su ruta desde mucho antes. No le gustaba desde que tenía que pasar por una zona en particular. Él nunca fue una persona temerosa, pero esa calle en específico le crispaba los nervios. Y él no entendía por qué.
El cartero tenía una sospecha, aunque era algo descabellado, incluso él lo consideraba así. Su incomodidad se hizo presente, desde el día en que tuvo que pasar por la casa White. Esa casa tenía algo extraño, no sabía qué, sólo lo sabía, sólo lo sentía, hasta en lo más profundo de su ser.
Pero entregar paquetes y cartas era su trabajo, y no podía dejar de hacerlo por asuntos absurdos. Era la segunda vez que debía acercarse a esa puerta a dejar una carta, y, aunque la casa se veía como el resto, a excepción, tal vez, de que ésta estaba limpia y aún parecía nueva, el hombre sentía miedo con cada paso que le acercaba a su destino. Se proponía a tocar la puerta, aunque esperaba que no hubiera nadie, como la vez anterior. ¿Y... si alguien le atendía?¿Si sus peores temores se hacían realidad?¿Si en el interior de esa casa vivían personas que esperaba a algún ingenuo, que se atreviera a acercarse demasiado?¿Qué le harían?¿Qué sucedería con él?
Era suficiente, debía controlarse. Cerro sus ojos y, con toda la convicción que pudo encontrar en sí mismo, levantó el puño, en ademán de tocar aquella pulcra entrada.
Pero la puerta se abrió antes.
—¡Santa madre de Dios! —El estremecimiento del cuerpo de aquel hombre, fue tal, que su piel se sacudió como si fuera a desprenderse, su miedo incluso le provocó algunas lágrimas y que su voz saliera demasiado aguda.
—No, yo soy James —Frente al cartero, estaba aquel muchacho que todos nosotros conocemos, con esa presencia peculiar, que aturde a cualquiera por lo extraño que es —, y usted es el cartero.
El hombre se recompuso, se pasó un paño por el rostro para secarse, mientras regulaba su respiración. Ese niño era raro, no veía por qué temerle, pero era muy raro. Esa juventud de ahora, no iban por buen camino. Con sus modas tontas, que sólo traen problemas y caos. Pero él superaba eso, su rareza tenía algo que jamás había visto. Si no fuera porque ése era como el sexto pensamiento tonto que tenía ese día, pensaría que estaba frente a un niño robot. Esa frialdad y su manera tan distante y carente de vida al hablar, le generaba escalofríos. Lo mejor era acabar su trabajo ahí y largarse rápido a realizar su siguiente entrega.
—¿Están tus padres?
—No.
—¿Algún adulto?
—Los únicos que habían, además de mi madre, eran mis tíos, y la carta que tiene en sus manos es de ellos —James señaló el sobre que el cartero tenía en sus manos, sin siquiera mirarlo.
—Oh, bueno, ten, aquí tienes, pondré que no había nadie en casa.
—Pero estoy yo aquí.
—Sí, pero necesito a un adulto, no hay un apartado para niños.
—Pero hay un apartado para poner el nombre de la persona a la que se le está entregando el paquete.
—¿Cómo sabes eso?
—Lo acabo de leer de su informe que está por llenar.
—Bueno, pero no es necesario que...
—Déme el informe, por favor, yo lo llenaré.
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SoulSilver: Alma Virtual ©
Science Fiction¿Qué sucedería si todos los cuentos que te contaban de niño, fuesen reales? Las leyendas, los rumores, aquellas macabras historias que recorrían los pueblos. Todo... hecho realidad. Y es que tú, como humano, no logras ver a las horrendas criaturas q...