Chocolate caliente

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Alec había pasado la tarde entrenando, al vivir solo y aislado, dedicaba casi todo el tiempo a entrenar, y Magnus, en el jardín, lo observaba curioso. Alec se sentía incómodo al notar los exóticos ojos de Magnus en su nuca todo el tiempo. Iglesia se hallaba en los pies del brujo y también lo miraba. El cuchillo Serafín que Alec sostenía, destellaba en aquellos puntos en donde la luz del Sol ya no alcanzaba. Empezaba a oscurecer y Alec paró, solo para observar cómo el Sol se escondía por la ladera de aquella colina que se alzaba delante de su casa. Todos los días, a esa hora, Alec se sentaba en el lugar donde Magnus se hallaba ahora para observar aquello precisamente. No era de las personas que admirara aquel tipo de cosas, pero desde que estaba tan solo, había aprendido a apreciar esas pequeñas cosas. Un manto de nubes cubría el cielo y olía a lluvia. El viento mecía el césped recién cortado y revolvía el cabello de Alec. Se sintió pequeño en un mundo muy grande. Y también se sintió solo. Se dejó de caer de rodillas en la tierra y clavó allí el cuchillo, desplomándose en el suelo. Levantó la cabeza para mirar directamente a Magnus, que rápidamente había acudido a ver que le ocurría.
-¿Estás bien?-sus ojos centellearon en una expresión de preocupación.
-Si, es solo que, a veces me siento tan solo, que no soy capaz de mantenerme en pie. Hay días que duermo aquí mismo, en esta tierra, incapaz de levantarme y andar, incapaz de nada.
-¿Sabes? Hace años, un buen amigo mío me enseñó que todos debemos tener un anclaje que nos mantenga ligados a la realidad, que nos dé el valor suficiente como para levantarnos. Y tú, Alexander, careces de uno. Dime,¿por qué?
Él se encogió de hombros. Si tuviera que escoger un anclaje, elegiría a Isabelle, sin duda.
-Supongo que nunca lo he pensado-dijo finalmente, guardándose sus pensamientos para él, como siempre.
Magnus suspiró.
-¿Te gusta el chocolate caliente?-dijo Magnus de repente, sorprendiendo a Alec.
-Si-susurró.
-Pues sígueme, conozco una posada que sirven uno exquisito.
Alec casi sonrió.
-Está bien-dijo finalmente.
Fueron a pie. El camino era oscuro, pero con la runa de Visión que Alec llevaba dibujada en la palma de su mano, podía ver el movimiento rápido de un ciervo que había captado su atención, e incluso las finas gotas de lluvia que caían del cielo. Magnus caminaba a su lado, con la vista al frente, como si estuviera vislumbrando algo en la distancia, que él no lograba ver. Caminaron silenciosos, de repente se había formado una columna de hielo entre ellos.
-Magnus.-Alec se sorprendió diciendo su nombre en voz alta, pero no supo por qué lo había hecho.
-¿Alexander?
-Me preguntaba por qué de todas las casas que hay, viniste a la mía.-dijo Alec, improvisando.
-Quería conocerte. Sabía que vivías ahí, y no te voy a mentir, pero hace tiempo, en el Instituto de Nueva York, te vi. Tú acababas de cumplir los 18. Me resultaste diferente.
-Creo que paso desapercibido. Me sorprende que si quiera te fijaras en mi. Supongo que...¿gracias?
Magnus rió.
-No pasas desapercibido. Tú eres el que cree que lo haces. Hay una gran diferencia. Eso es lo que resulta tan interesante, lo que tú piensas que dicen los demás y lo que en realidad los demás piensan de ti.
-¿Acaso piensan otra cosa? Siempre soy el último para todos. Siempre son ellos y yo, siempre aislado de los demás. Solo existo para aquellos que quieren algo de mi.
El rostro de Magnus cambió de repente a una expresión de ternura y tristeza pero Alec no sabía muy bien por qué.
-Alexander, quizá sea verdad eso que dices de que solo les importas cuando quieren algo de ti, pero, ¿no somos así las personas? Quizá no seamos humanos del todo Alec, pero en parte si, y esa parte es la que nos hace ser egoístas con tal de conseguir lo que queremos, sin importar el daño que hagamos al que tengamos al lado. Nos ciega el egoísmo y eso es lo que nos lleva a pensar solo en nosotros mismos, y si queda algo de tiempo, a lo mejor también en los demás. Pero quiero que sepas que, hagan lo que hagan, las decisiones que toman son beneficiosas para ellos de alguna forma, que a veces desconocemos, y ni la magia puede descifrarlas.
-Entonces, ¿no le importo a nadie?
-Los sentimientos nacen mediante actos y no por palabras. Tu hermana Isabelle te quiere, Alexander. Y todos aquellos a los que dices que no les importas, lo haces. Y, ¿sabes? Si no te valoran, estarán perdiendo a una persona increíble porque si he aprendido algo de ti en este día, es que eres grande. Y fuerte. Y leal. Y no te puede importar lo que sus palabras aparenten, date cuenta de lo que realmente hacen por ti porque, hasta el más mínimo gesto, puede significar cosas gigantes.
Después de eso, ninguno habló. Magnus observaba el paisaje y Alec lo observaba a él, antes de volver la vista el suelo. Entonces fue cuando abrió los ojos, y cuando lo vio. Vio a su hermana curándole una herida y preguntándole si se había hecho daño mientras le dibujaba un iratze, a su parabatai, Jace, cubriéndole la espalda en cientos de batallas, cuando ambos aprendieron juntos a luchar, hombro con hombro, y cuando nunca se había apartado de su lado cuando le había pasado algo, ya fuera bueno o malo. Y se vio a él mismo reflejado en un charco que inundaba el camino. Alec no entendía muy bien lo que Magnus le había dicho pero entonces lo supo. Supo que no importaba que nadie nunca le hubiera dicho "te quiero" o "lo daría todo por volver a verte sonreír, aunque solo sea una vez más" o incluso un "te echaba de menos", sino que aquellos pequeños actos demostraban mucho más que unas simples palabras que, al fin y al cabo, son solo eso, palabras.
-Gracias-respondió finalmente Alec en un susurro.-Gracias, Magnus.-Sonrió.
-No es nada, Alexander. Solo quería que no te sintieras mal mientras yo estaba aquí.-dijo serio, pero pronto asomó una sonrisa por la comisura derecha de sus labios-Bueno, un chocolate caliente nos espera, ¿no crees?-le guiñó un ojo.
Alec sonrió.
-Ehhh...si, claro.

Efímero (Fanfic Malec)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora