Y saqueando las valijas de mi psiquis puedo ver como poco a poco las palabras vuelven a mi, como el granizo que cae sin avisar en medio de una lluvia calma.
Quiero abrir los bolsos para desempacar el aroma de tu nuca, para obligarte a tomar presencia en mi aquí y ahora, te exijo la mirada recurrente de siempre, me desespero por el lunar que habita en tu hombro, ese hombro que besé infinitas noches de invierno.
Y en el medio me percibo miserable, solitaria, y con merecida mediocridad.
Aún así puedo seguir desempolvando mi memoria, para volver a pensar en tu boca, tus labios carentes de tono rosa, casi siempre al borde del color golpe, color impacto, color dolor.
Santo juego de palabras, bendita conexión nerviosa que me permite atraparte y devolverte a mi con urgencia a pesar de los años, la suerte de regalarte mi vulnerabilidad, mi más bajo perfil, mi profundo sentir.
Observo y ya no queda más que limpiar, no me queda más que vaciar y llega a mi el irremediable miedo a no poder tomarte entre mis brazos otra vez, que a pesar de suceder todo en mis fantasías podría jurar que tu piel sigue siendo seda como antes, tus hilos negros aún parecen los de un ángel y tus dedos, de ellos si me permites no quisiera hablar por mi bienestar, son delicados y es todo lo que diré.
Quisiera rogarte que reincidas en mi todo el tiempo posible, pero con el abismo que nos corrompe sería pedirte lo absurdo, lo imposible. Así que tomo la ruta más viable, la de volver a doblar y guardar las telas de mi penar, y dejar para después la repetición del mismo proceso, el proceso de sobornarte para tenerte conmigo una noche más.