Cuando lo raro se vuelve aún mas raro (El agonico caso de Erick Miller, parte 1)

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El tiempo pasa volando cuando te sumerges en el mundo de la lectura. Y no hay mejor acompañamiento que la música clásica para amenizar el ambiente. Era la mejor manera de pasar un viernes por la tarde.

Claro, que ni mi madre ni mis excéntricas amigas pensaban eso.

—¡Erick, mi amor!

—¿Podrías tocar antes de entrar?

Miré a la mujer que estaba en el marco de la puerta mientras entraba en mi habitación y empezaba a acomodar en los cajones la ropa limpia y doblada que traía en sus manos.

—¿Vas a quedarte ahí todo el día? —preguntó con un exagerado tono incrédulo de voz.

—Sí.

—¡Pero Erick, los chicos de tu edad salen con sus amigos los viernes por la tarde!

—Yo no tengo amigos.

Eso era verdad. Tenía a Ángela y a Tamara, pero "amigos" no.

—¿Que hay de ese chico que venía a visitarte hace tiempo? ¿Ya no hablas con él?

Bufé molesto y cerré de golpe el libro que tenía en las manos. ¿Porqué tenía que recordármelo?

Odiaba la manera en la que latía mi corazón cuando recordaba esos momentos. No ayudaban para nada a sacármelo de la cabeza, aún después de tanto tiempo que había intentado evitarlo. Pero tenerlo tan cerca no ayudaba mucho tampoco.

...

Mi madre siempre está intentando volverme un "chico normal". Cree que soy raro, pero no le veo nada de malo tener hobbies como el arte, la lectura y la musica clásica.

—¡Pero esas son cosas de nerds, mi amor! —exclamó mi madre con dramatismo —¡Y tú eres tan guapo! ¡Deberías ser un chico popular como yo a tu edad!

Rodé los ojos con molestia ante las palabras tan huecas de mi madre. Me ha criado ella sola desde que el bastardo al que ella se atreve a llamar "mi padre" la abandonó apenas se enteró de mi existencia, y eso que sólo tenía 17 cuando se embarazó de mi. La amo, pero efectivamente, ella era la típica chica popular en la preparatoria y es precisamente el tipo de chicas al que no soporto para nada.

—¡Deberías ser más sociable, bebé!

—No se me dá ser sociable —contesté secamente mientras desayunabamos una mañana de sábado, inicio de verano, un año atrás.

—Eso se puede solucionar...

...

—¿Un... campamento?

—¡Sí, mi amor! Es la mejor manera de hacer amigos.

Miré incrédulo el folleto que mi madre me había entregado. Me había inscrito a un campamento de verano exclusivo y ni siquiera me había avisado.

—Pero... ya tenía planes para el verano.

—¿Que? ¿Leer y visitar museos?

—Efectivamente.

—¡No seas ridículo, mi vida! Esta será una muy buena oportunidad para...

—No iré —contesté tajantemente y empecé a subir las escaleras hacia mi habitación.

—¡Pero tienes que ir! —exclamó siguiéndome con la mirada —Me costó muchísimo conseguirte un lugar a estas alturas. ¡¿Tienes idea de lo exclusivo que es ese lugar?! ¡¿Tienes idea el precio que tuvo?!

Suspiré con pesadez. ¿Cómo es que siempre logra salirse con la suya?

—Está bien, mamá. Iré a ese estúpido campamento...

Ángel/aDonde viven las historias. Descúbrelo ahora