La Casa de Baños de la Viuda (3ª parte)

3.7K 427 148
                                    

El traqueteo de las ruedas sobre el suelo enfangado mecía sus cuerpos como el arrullo de un niño. Las gotas caían componiendo una monótona melodía que invitaba al sueño. Los ojos del esclavo que tenía delante se entrecerraban con la mirada perdida en algún punto entre su amo y el plano onírico. Mael solía ser sinónimo de vitalidad, verlo en ese estado semiletárgico suponía una extraña novedad.

—Es una suerte que Hipatia nos haya prestado este carro, ¿no crees? —preguntó Marcus, arrancando al muchacho de su modorra—. Aunque no es que sea gran cosa... —Y era verdad, la lona era vieja y parecía que la habían engrasado hacía demasiado tiempo porque el agua de la lluvia se condensaba en algunas zonas y las empapaba, en cualquier momento comenzaría a gotear—. De todas formas, es mejor que las capas.

Mael no respondió, observó la mancha oscura que le señaló el romano y asintió con un ligero movimiento de cabeza, casi imperceptible, antes de volver a su extraña apatía. Marcus frunció el ceño, pero no dijo nada. Quizá estaba cansado. Aunque era negra noche, no debía faltar demasiado para que los rayos de Helios comenzaran a despuntar en el horizonte. Y aun así, había sido uno de los primeros en abandonar la fiesta. Al marcharse, las risas de los patricios ebrios superaban el sonido de la música y solo rivalizaba con los ruidos, nada discretos, que se elevaban tras las cortinas de los fornices.

Por extraño que resultara, recordar el bullicio de la Casa de Baños acentuaba el silencio que había entre ellos. Un silencio incómodo y pesado que cargaba el aire y asfixiaba. ¿Solo era él el agobiado por la situación? ¿Solo él sentía la urgente necesidad de partirlo en mil pedazos y, al mismo tiempo, temía hacerlo?

—No sé cómo lo habré hecho —comentó con un tono que pretendía ser jovial—. Seguí la mayoría de tus consejos pero creo que pasaré a la historia como el romano más aburrido de Vorgium —bromeó—. Aunque no creo que cosas así se escriban en las crónicas del lugar.

Mael esbozó una sonrisa efímera pero no dijo nada. Marcus hizo una pausa y esperó a que el esclavo comentara algo, cuando eso no sucedió, tragó saliva y tomó de nuevo la responsabilidad de seguir la conversación.

—¿Cómo te ha ido a ti? ¿Has podido ver a tus amigos?

Confiaba que una pregunta directa recibiera una respuesta. Era lo mínimo. Mael cerró los ojos y esbozó una sonrisa torcida antes de contestar.

—Casi me peleo con alguien del servicio.

—¿Por qué? —exclamó sorprendido, aunque aliviado al reconocer en su esclavo una expresión más habitual en él.

—Porque fue un maleducado y me dio órdenes de malos modos —respondió con un aire burlón y se encogió de hombros como si lo que estaba diciendo fuera una respuesta evidente—. Me recordó a aquella vez el año pasado, que estaba metido en un agujero pensando que iban a crucificarme y llegó un tipo alto y desagradable y me obligó a desnudarme. ¿Alguna vez te he hablado de él? Era bastante desagradable y me cortó el pelo, un esclavo con demasiados humos. No le he vuelto a saber de él desde entonces. ¿Qué habrá sido de él?

Marcus soltó una sonora carcajada al recordar la situación.

—Te la tragaste entera y sin respirar.

—Por completo —reconoció—, pero tú no sabes lo cerca que estuviste de que te partiera la cara.

—Lo habría intentado, pero no habrías podido.

—Eso no lo sabemos —replicó—. Yo no tenía nada que perder, estaba convencido de que moriría y lo único que pretendía era que no me crucificaran. No te habría ganado, no, pero te habría hecho daño, eso no lo dudes. Y te lo habrías merecido, por desagradable.

El Caminante [Barreras de Sal y Sangre -II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora