>>Escuchaba y miraba a Marguerite con admiración. Al pensar que esta maravillosa criatura, cuyos pies anhelaba besar en otro tiempo, consentía en darme cabida en su pensamiento y en otorgarme un papel en su vida, y que no me contentaba aún con lo que me daba, me preguntaba si el deseo del hombre tiene límites puesto que, satisfecho tan de prisa como ocurriera con el mío, exige todavía más.
- Es cierto - prosiguió Marguerite-, las mujeres como yo tenemos deseos antojadizos y amores inconcebibles. Nos entregamos tanto por una cosa como por otra. Hay individuos que se arruinarían por nosotras sin lograr obtener nada a cambio, y otros consiguen nuestra entrega sólo con un ramo de flores. Nuestro corazón es antojadizo, los caprichos son su única distracción y su única excusa. Me he entregado a ti más pronto que a ningún otro hombre; te lo juro. ¿Por qué? Porque al verme escupir sangre, me cogiste la mano, porque lloraste, porque eres la única criatura humana que ha tenido a bien compadecerme. Voy a decirte una insensatez, pero hace tiempo tuve un perrito que me observaba con tristeza cuando yo tosía; es el único ser al que he amado. Cuando murió, lloré más que al morir mi madre. Verdad es que ella me pegó durante los doce primeros años de mi vida. Pues bien, te he amado en seguida como a mi perro. Si los hombres supieran lo que se puede conseguir con una lágrima, los amaríamos más y los arruinaríamos menos.
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Amante de letras
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