Capítulo 2

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Hice noche cerca del puesto de guardia, junto a un árbol de gran tamaño que fácilmente podría ser una secuoya—si, me gusta mucho la biologia—.
—¡Buenos días mundo!—exclamé como siempre hacía desde que nací.
Pero no he venido a aquí solo a despertarme de buen humor, esto es ya una huida y parece que tengo un móvil, aunque más bien la curiosidad me lleve a investigar sobre esa extraña caseta, y así aprovecho a perderme y dejar atrás la humanidad, que era el principal objetivo por el que abandoné mi hogar.
—Vamos a ello.—cogí aire y lo solté posteriormente para quitarme el nerviosismo de encima.
Intento ver alguna posible entrada a este misterioso lugar.
—¡Ahí está!—vi a lo lejos un pequeño desnivel en lo que parecia una extensa verja, pero se puede saltar, así que caliento para dar un gran impulso para intentar pasar ese obstáculo en mi camino hacia la búsqueda de soluciones lógicas.

—Vale, ya estoy dentro—me dije a mí mismo con un tono de voz bastante bajo
Solo caminando unos pocos pasos a ritmo de Bohemian Rhapsody me sirvió para sentir una bocanada de aire fresco, tanto, que parecía como si un lobo me estuviese susurrando al oído. Esa sensación me revolvió las tripas y me hizo preocuparme en exceso y, si, darme la vuelta para ver si mi mente me habia jugado una mala pasada, y al parecer, así era.
Era un ambiente muy calmado, los árboles parecian inamovibles frente al viento impasible. Es como si fueran soldados del viento. Sin embargo, sus ramas se asemejan al brazo de uno de esos trols de las películas.
Un sonido angelical hizo que me  quitara los auriculares, resulta que unos preciosos ruiseñores cantaban al son de mis pisadas en la embarrada travesía. El camino es algo abrupto y parece no acabarse nunca, pero me da igual, tampoco está tan mal como pensaba.
Pero ahora hay dos desvios a escoger con sus carteles indicando el nombre del lugar al que llevaba cada uno: Strawberry Field y Chocolate Path, a priori unos nombres muy apetecibles.
Me guío por mi instinto y quizá, por el azar, y cojo el primer camino, debido a que tenía el nombre de una canción que me encanta de los Beatles.
Aparentemente es un simple camino que parece estar desierto de todo rastro humano y animal, aunque al cabo de un breve periodo de tiempo me topo con un gran estanque, y a lo lejos, parece haber una caseta.
—Alojamiento, que bien—dije con tono de satisfacción. Asi que me dirijo hacia allí.
Como si de una película de terror se tratara, la puerta estaba mal engrasada, pero al contrario que en cualquier película, no tenia nada de misterio.
—¿Tom eres tu, donde te habias metido estos 7 años?—dijo una voz femenina por el salón, al parecer.
—No, soy Roux, me he perdido siguiendo un camino del bosque y me ha llevado hasta aquí—contesté.
—¡Vete de aquí ahora mismo! ¡No seas idiota, vamos!—dijo con preocupación aquella señora que parecía llevar siglos viviendo.
—Pero, ¿pasa algo?—pregunté con el único objetivo de informarme un poco, por curiosidad.
—Pasa que esta caseta está maldita, que por ello mi nieto Tom desapareció hace 7 años, sin motivos aparentes. Era un chico normal, risueño y derrochaba felicidad allá donde fuera.
—¿Café?
—No, muchas gracias—contesté cordialmente, aunque me moría de sed.
—Bueno, vale, ¿por dónde íbamos?—preguntó.
—No recuerdo—dije esbozando una sonrisa.
—Bueno, no pasa nada, te contaré sobre esta vieja. Aqui nos vinimos a vivir mi difunto marido y yo hace 60 años, con el único objetivo de investigar sobre los "fáridos"
—Espere, espere, ¿me está diciendo que los fáridos, son reales? ¿La organización fantasma del alcalde Robston, resulta que existe? ¿No era una leyenda urbana?—pregunté alterado.
—No, de leyenda tiene poco, son muy muy reales, mi marido los descubrió y reaccionó igual que tu, chico. Pero le encontraron y fue secuestrado. A los pocos meses logró escapar del zulo donde le tenían y me contó todo lo que vivió, pero tanto sufrimiento y aquellos recuerdos le hizo suicidarse en el manzano del jardín. Aún recuerdo su hermosa faz cuando me voy a dormir.—dijo la señora entre lágrimas.
Cuando se quiso dar la vuelta se estampó con la lámpara del salón. Contuve la risa hasta que me di cuenta de que era invidente.
—En fin chico, puedes quedarte unos dias, así me haces compañía—dijo educadamente.
—Encantado, señora—dije.
—No me llames señora, Roux, llamame Catlyn—dijo.

Las horas pasan lentísimas, pero todo es tranquilidad, paz, un hábitat perfecto para que se dé rienda suelta a mi pasión por mi libro de Stephen King. Leer me abstrae del mundo, y hace que el tiempo no pase, lo cual me gusta, pues quiere decir que estoy disfrutando mucho.
Llego a mi habitación y veo que la habitación de enfrente, la de Catlyn, está entreabierta. Me dirijo sigilosamente a su morada, y noto que un escalofrío me recorre todo el cuerpo. Sí que recordaba la cara de su marido tristemente fallecido todas las noches, tenia su cabeza encima de su mesilla de noche, y pareciera que le acicalase el pelo. Con mas extrañeza que nada me dirijo a mi habitación en estado de shock, anonadado por lo que acababa de ver.

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