La carnicería (2)

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Diez.
Le quedaban diez cartuchos por usar, y debía haber cerca de treinta, quizá cuarenta Pambisitas (de las cuales, cuatro aproximadamente ya habían muerto). Diez cartuchos para treinta Pambisitos, no sonaba como un buen plan. Tendría que improvisar.
Recargó la escopeta al tope y se guardó los siete cartuchos que no había cargado en el bolsillo como formando una pequeña torre para así facilitar su agarre de uno en uno cuando necesitase recargar (aunque dudaba que esa disposición fuese a durar mucho). Apoyó la escopeta en la cama y enfiló la puerta con el cañón mas o menos a la altura a la que quedarían las cabezas de las Pambisitas cuando comenzaran a astillar y romper la puerta.
Esperó unos segundos a que empezasen a hacerlo pero notó algo que la escamó; de repente, parecía que solo unas pocas estuvieran forzando la puerta de entrada, era como que el murmullo había disminuido súbitamente. Con reflejos de Lince, María se dio la vuelta y apretó el gatillo contra la puerta de cristal que tenía a sus espaldas y que daba a la terraza. Lo primero que sufrió fue el efecto del retroceso, que la lanzó sobre la cama en la que estaba apoyada; lo segundo que sufrió fue el impacto en las piernas de los trozos de cristal que habían salido disparados por el disparo. Pero, sin duda, la peor parte se la llevaron las Pambisitas que ahora intentaban entrar en el cuarto a través de la terraza: la que estaba mas cerca había salido despedida y había caído a la calle con un tiro en la garganta y había arrastrado con ella a otras dos Pambisitas que estaban detrás suya. El problema es que dejaron hueco para que el resto de Pambisitas comenzaran a entrar en la habitación que ahora había perdido la cubierta de cristal que le podría haber ganado tiempo a María. El plan de no quedar acorralada en uno de los dormitorios había sido frustrado. Tocaba improvisar.
Se levantó velozmente y empujó a las primeras Pambisitas que intentaban entrar en el cuarto con un culatazo en la cara para acto seguido cerrar con todas sus fuerzas la puerta sin cristales sobre sus cabezas y contra el marco de dicha puerta. Ahora, dos de ellas se habían convertido en el modelo perfecto de suscriptor de Dalas: Se habían quedado con la cabeza hueca.
Luego, sin dudar ni un segundo y sabiendo que ya habían comenzado a tirar la puerta por la que había entrada, rodó sobre la cama y se metió dentro del armario que estaba a la derecha de la puerta de entrada. Había visto lo que la escopeta le había hecho a la puerta de su casa, así que, conociendo su casa y sabiendo que el fondo del armario y el pasillo estaban separados por una pared tan fina como el papel, vació un cartucho a bocajarro (la madera lastimó sus dedos y sus rodillas, pero solo lo notaría una vez propiciada la huida del cuarto de su madre) contra dicho fondo y luego acabó de abrir un agujero improvisado al dar dos patadas con toda la fuerza que la adrenalina y la locura que corría por sus venas le proporcionaba en esos momentos.
Efectivamente, daba al pasillo. Debía ser rápida, pues podía oír como los muelles de la cama crujían tras de sí y las Pambisitas no tardaría en alcanzarla si se demoraba demasiado.
Sabía que a la izquierda de donde había abierto el agujero quedaban algunas Pambisitas que ahora intentaría atraparla a través de él, así que se anticipó y sacó la escopeta por la apertura, apretando el gatillo dos veces seguidas: una para cercenarles las piernas, y otra para arrancarles el cerebro. Si el tiro sobre el hombro no la había dejado sorda, el resonar de los tiros dentro del armario remató la faena. Con un pitido de oidos insoportable y rezando porque no hubiese fallado los disparos, María salió por el agujero con la escopeta siempre por delante. A su izquierda, frente a la puerta del cuarto, había tres Pambisitas en el suelo que se arrastraban hacia ella sin piernas pero con cerebro, es decir: primer disparo bien, segundo disparo mal. Tendría que improvisar, pero desde luego no podía gastar mas cartuchos en las mismas monstruitas.
Abandonó el cuarto a través de la apertura y pensó en dos alternativas una vez estuvo de pie en el pasillo: o aprovechaba la salida tan pequeña que había dejado para matar a muchas de pocos disparos y se arriesgaba a que diesen la vuelta por la terraza y la encerrasen en el pasillo, o se desplazaba a otro cuarto e intentaba atrincherarse de nuevo.
Se mordió el labio inferior y echó una mirada a las Pambisitas sin piernas. No era nada lentas. No podía quedarse ahí, así que optó por la segunda opción y comenzó a moverse hacia su dormitorio con la idea de meterse en él pero, como era de esperar, ya algunas habían entrado en la habitación y de hecho estaban a punto de alcanzarla. Cerró de un portazo y entro en pánico al pensar que todas las opciones eran básicamente igual de malas; además, puede que su capacidad de improvisación se acabase tan pronto como se le iban a acabar los cartuchos de la escopeta.
Súbitamente, se le ocurrió la que parecía ser la mejor idea en ese momento: salir fuera de su casa y colocarse en las escaleras. Así solo podrían bajar en fila de una o dos personas y además Dalas no le supondría ningún problema en ese estado. Se cargaría a todas las Pambisitas y, una vez que Dalas hubiese visto caer su imperio, lo mataría a él.
María sonrió mientras se dirigía a la puerta de salida dejando atrás los alaridos y los arañazos de las Pambisitas que la seguían.
Antes de alcanzar siquiera a ver que la había golpeado, María atravesó la puerta de cristal de la cocina y se estrelló contra la baranda del balcón. Algo la había empujado.
Algo la había lanzado.
María subió la vista a duras penas y vio que en la puerta de entrada que estaba ahora a unos 6 metros de ella, había una Pambisita que destacaba por su envergadura. Prácticamente cubría toda la puerta. Habían pensado en la posibilidad de que se escapase por ahí; la tenían bien jodida y además en su propia casa.
Mientras María se incorporaba e intentaba alcanzar la escopeta (que se había quedado a mitad de camino entre ella y FrankenPambisita), notó como tenía toda la espalda infestada de cristales que le laceraban la espalda con cada movimiento que hacía y, aun peor, notó que FrankenPambisita había dejado su puesto y se dirigía ahora hacia ella.

Miare's Project: REVENGE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora