La carnicería (1)

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Las manos de las Pambisitas habían empezado a abrirse camino a través de la astillada puerta contra la que estaba apoyada ahora mismo, y algunas ya casi la rozaban. María sabía que debía ser rápida.
No había muchas opciones: a la derecha tenía un pasillo que se abría a la izquierda en el cuarto de su madre y que, a su vez, desembocaba en su salón (donde quedaría acorralada), justo delante de ella tenía dos puertas; la de la derecha conducía a su cuarto y la de la izquierda a la cocina y, finalmente, a su izquierda, tenía el cuarto de baño (donde también quedaría acorralada). Por suerte para ella, tanto la cocina como los dos dormitorios estaban conectados por una terraza y quizá podría usar eso a su favor, pero igualmente, seguía siendo un plan demasiado linear y previsible y más si se trataba de Pambisitas (probablemente conocerían mejor su casa que ella misma).
Una mano se clavó en su hombro derecho y María rápidamente apuntó la escopeta sobre dicho hombro y la separó de su ya no posesora, quedándose prácticamente sorda en el acto. La mano cayó inerte sobre su regazo y la sangre comenzó a brotar a borbotones de su herida que lucía como cinco medias lunas cerca de su clavícula derecha.
Se acabó el tiempo. El dormitorio de su madre estaría bien.
Se levantó a la velocidad de TheGrefg y echó a correr hacia el pasillo, sintiendo el aliento de las Pambisitas (que habían echado la puerta abajo nada mas se hubo levantado María) en la nuca. Giró sobre sus talones y, mientras seguía retrocediendo en dirección al cuarto de su madre, vació dos cartuchos en las ahora inexistentes caras de las que liberaban la masa de Pambisitas. La sangre salió en todas direcciones, empapando los cuadros del pasillo e incluso lanzando un tropezón de lo que presumiblemente fuese cerebro en la mejilla de la propia María. Las Pambisitas cuyas cabezas habían sido reventadas cayeron al suelo, entorpeciendo así el paso de las demás y dándole tiempo a María de entrar en el cuarto de su madre y cerrar la puerta tras de sí. Sin pararse siquiera a recargar el arma, cogió la cómoda de su madre y la tiró al suelo para bloquear la puerta. Luego, se puso de rodillas detrás de la cama y acomodó la escopeta para recargarla mientras las primeras Pambisitas comenzaban a aporrear la puerta que acababa de sellar.
Por la mente de María pasó un pensamiento que hizo que su esfínter se contrajese: había muchísimas más Pambisitas que cartuchos de escopeta.

Miare's Project: REVENGE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora