5. Eso

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A penas entraba un hilo de luz por la ventana cuando Alberto se despertó, había dormido poco rato y le hacía mal todo el cuerpo, el causante de ello era el mismo que en ese momento estaba tumbado boca abajo en su cama, desnudo. Entonces, el malagueño empezó a recordar todas las cosas que habían pasado la noche anterior: el teatro, los baños, luego en su casa... y se le puso una cara de idiota en la cara sin saber por qué. No podía engañarse a si mismo diciéndose que nunca había soñado con tener a Iñigo a su lado cuando se despertase y ahora que estaba allí solo tenía ganas de despertarle con un millón de besos, pero es que estaba tan mono durmiendo que le daba pena despertarle así que se fue a la cocina haciendo el menor ruido posible, quizá Iñi necesitaba recuperar las fuerzas más que él.

Unos minutos más tarde fue el mayor quien empezó a abrir los ojos y a desperezarse en la cama, recordaba perfectamente lo que había pasado la noche anterior, aún sentía las manos de Alberto recorriéndole, su olor, su barba haciéndole cosquillas, su... ¿Dónde está? Iñigo se reincorporó un poco ante el susto de no notar a nadie en la cama con él y un montón de preguntas se amontonaron en su cabeza: ¿Y si no le gustó lo de anoche y ha huido? O peor, ¿y si ni si quiera le gusto yo y todo esto lo ha hecho por divertirse? Seguro que ahora está en la otra punta de París y yo aquí como un imbécil en su cama...

- Que cara de empanado tienes por las mañanas, ¿no?

Ufff... menos mal, no se ha ido.

- Esto... es que pensaba que me habías abandonado...

- ¿Qué dices? Si solo he ido a prepararte el desayuno idiota.

Fue entonces cuando el madrileño se dio cuenta que Alberto sujetaba una bandeja llena de cosas preparadas solamente para él y se le iluminó la cara.

- ¿Has hecho todo eso para mí?

- Bueno, yo también quiero comer algo la verdad, pero la mayoría de cosas si que son para ti, tendrás que reponer fuerzas después de lo de anoche, ¿no? -y le guiñó un ojo mientras dejaba la bandeja en la cama y se tumbaba a su lado.

Iñigo en ese momento solo pudo ponerse rojo y bajar la mirada mientras dibujaba en su rostro una sonrisa avergonzada.

- Hey -dijo el otro mientras le cogía por el mentón para que le mirara- No tienes nada de lo que avergonzarte, ¿sabes?

- Ya, pero... lo hago, no sé, es raro verte hablar así cuando anoche te pusiste a llorar porque no tenías claro esto.

- ¿Esto?

- Ya sabes, que tú y yo... seamos más que amigos.

- Ah... eso...

Ahora fue el moreno el que dirigió su mirada hacia abajo, buscando una explicación para lo que el de ojos azules le había dicho.

- Mira yo... yo esto no lo tengo claro Iñigo, nunca lo he tenido, es decir, esta noche he pasado una de las mejores noches de mi vida pero...

- Pero soy un chico... Me conozco la conversación de anoche, tranquilo.

Silencio.

- No sé como reaccionarían mis padres, mi hermano, mis amigos... ¿entiendes?

- ¿Y qué más da lo que piensen tus padres, tu hermano y tus amigos? Digo yo que lo importante es lo que pienses tú que para eso es tú vida, ¿no?

- ¿Por qué tú lo tienes todo tan claro? -dijo volviéndose para mirarle a los ojos.

- Porque yo he pasado por la fase de comerme la cabeza en la que estás tú, Albertito -contestó sonriéndole.

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