Derecho y Moral

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Sí queréis resumir en una breve fórmula las razones por la que los hombres no consiguen vivir en paz en el terreno de la economía, podríamos decir que la economía es el reino del yo, es decir del egoísmo. El de la economía es el terreno en el cual se encuentran los diversos egoísmos, de los hombres lo mismo que de los pueblos. Por eso, en sí y por si, es el reinado del desorden.

Para poner orden en el caos económico y hacer de ese modo que los hombres vivan antes paz, es meces ario sustituir el egoísmo por el altruismo, el yo por el tu. Si la economía es el reino del yo, el reinado del tu es la moral. Kant ha hablado a ese propósito del respeto; pero la fórmula cristiana, incomparablemente más clara y vigorosa, propone el amor al prójimo como solución del problema. Es evidente que si quien tiene da espontáneamente a quien no tiene, manolo cómo así mismo, y quien recibe se contenta con lo que se le da, por que también el responde con el amor, desaparece la guerra.

Es evidente, así mismo, que cuando de este modo se componen por amor los conflictos de intereses entre los hombres, no hay lugar ya al empleo de la fuerza para constreñirlos. Por eso la moral, como reinado que es el amor, es también el relato de la libertad.

Todo esto es fácil de decir, pero cuando se trata de po ero en práctica, Bic sunt leones [aquí hay leones]. Cristo ha enseñado que el amor al prójimo y el amor a Dios se implican recíprocamente; y de hay que el amor al prójimo sea la perfección del hombre; pero ¿cuanto es que se necesita para ser perfecto? Amar al otro quiere decir identificarse con el; poner al otro en el mismo nivel que a si mismo: y esto no puede menos de ser la meta de un recorrido, largo y duro, a la cual, salve excepciones de ciertos caracteres privilegiados, los individuos, como los pueblos, no pueden llegar sino mediante un lento proceso de toda la vida. ¿y entre tanto?.

La necesidad que ellos tienen de eliminar la guerra es inmediata. Es necesario, a cualquier, costo, poner orden el el caos. Si el amor no germina todavía en la tierra, hay que encontrarle un sucedáneo. Si quien tiene no da espontáneamente a quien no tiene, hay que constreñirlos a que dé. Preciso es inventar algo que consiga, respecto de la economía, los mismos efectos que la moral. Y si no son los mismos, paciencia, con tal de que puedan aproximarsele. Ese subrogado de la moral es el derecho. Si tiene así un puente entre la moral y la economia; o se concluye una especie de compromiso entre ellas. Pero es cosa ya de explicar como puede ocurrir esto.

Todos comprenden que acaece así: si quien tiene no da a quien no tiene, antes de que se encienda la guerra entre ellos, es preferente que alguien quite aquí en tiene para darle a quien no tiene ¿pero quien será entre tanto ese alguien?

No hay respuesta si no se parte del hecho de que los hombres son distintos entre si: más o nos fuertes, más o menos jóvenes, más o menos inteligentes, más o menos hermosos, más o menos buenos; y nunca es idéntica la medida del más y del menos. Hay entre ellos, incluso en las sociedades primitivas, individuos privilegiados. Y ellos ejercen naturalmente sobre los otros la función del jefe o de cabeza. Menemio Agripa, con su famoso apología, se aproximó a la verdad más de lo que el mismo y los demás creyeron. La sociedad tiene una cabeza por la misma razón por la que tiene el cuerpo humano. La sociedad no es que se asemeje a un organismo viviente; es un organismo viviente. La sociología es un capítulo de la biología. La cabeza, entre otras cosas, ve y oye, mira y escucha. Es singular el parentesco filisofico entre captut y capio de donde viene nuestro capiteles, captar o comprender. El jefe capta o comprende más que los demás, o mejor todavía, capta y comprende por los demás.

Lo que.la cabeza o jefe comprende es, sencillamente, que hay que eliminar la guerra. También su comprender es lento y fatigoso. Por lo común, siente la necesidad de eliminar la guerra para hacer la guerra: juego de palabras que se aclara precisando: eliminar la guerra entre los suyos, para hacer la guerra contra los demás. La historia, incluyendo la prehistoria demuestra que la guerra va progresivamente desplazándose de los individuos a los pueblos. Los romanos, por ejemplo, para guerrear contra los demás pueblos y conquistar poco a poco, no sólo Italia, sino un buena parte del mundo entonces conocido, tenían necesidad de orden interno. Concordia minimae res crescunt, discordia maximae dilabunter [por la concordia las cosas mínimas crecen, por la discordia hasta las mayores se desbaratan], decía su sabiduría. Si no hubiesen estado concordes y compactos, no hubieran podido interponerse a los demás pueblos.

Pero a fin de que los romanos se impusieron a los demás pueblos, era necesario que alguien se impusiera a los romanos. Puestos que estos no tenian en sí una dosis de moralidad suficiente para abstenerse espontáneamente de la guerra entre ellos, era necesaria una cabeza para que hiciesen por fuerza lo que no sabian hacer por amor. La imposición, naturalmente, no puede ser más que el efecto de un mandato. El jefe es uno que manda: iubet. Presisamente en su denominación (ius), el derecho se vincula al mandato ¿y el mandato que es?

Ante todo, un preceptor, indicación de una conducta que hay que seguir: haz esto, no hagas aquello. Indicación que si quien la da es un verdadero jefe, y como tal esta previsto de autoridad. Puede ya por si sola persuadir a quien lo recibe. Pero cuando se trata de sus intereses, y sobre todo de los referentes al haber, no es facil que un hombre se preste al sacrificó de abstenerse de procurar su satisfacción o por lo menos de limitarla.

Por eso, el precepto, si puede bastar, no siempre basta; incluso la más de las veses no bastaría, sino estuviese reforzado por una amenaza a la cual se da el nombre de sanción, entonces para ser un mandato: si haces lo que yo te prohíbo que hagas, serás castigado; si no das lo que te he pedido que des, te será quitado. La sanción introduce el fuerza en la noción del derecho, por que, naturalmente, en cuanto no se obedezca al precepto, necesita de la fuerza para ser puesto en acto. Este elemento de la fuerza constituye la verdadera diferencia entre el derecho y la moral, y de hay la naturalidad de la moral. Por eso el derecho nace bajo el signo de la contradiccion: se sirve de la guerra para combatir a la guerra; para que el bandido no ataque al caminante, el carabinero ataca al bandido.

Pero si el carabinero distingue el derecho de la moral, el uniforme distingue al carabinero del bandido, precisamente porque el bandido hace simplemente economía y el carabinero hace en cambio derecho, enarbola este el signo de su dignidad. Esto quiere decir que si el medio del que tanto el uno cómo el otro se sirven es siempre la fuerza, el fin al que se dirigen es diverso: el bandido combate para sí y el carabinero para los demás. El derecho es, pues, combinacion de la fuerza de la justicia; y de hay que su emblema se encuentra la espada al lado de la balanza.

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