Capítulo I: Batalla en el comedor

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Un sábado fresco y luminoso en San Ángelo. Los rayos del recién saliente Sol cubren al pequeño poblado dando su radiante luz y una suave brisa acaricia las hojas de los árboles que a su vez dan sombra a los habitantes del lugar. Las aves cantan dulces melodías mientras danzan en el aire alrededor de las flores de los jardines que rodean la capilla y los canes corretean libremente las amplias calles. Las mujeres van en busca de agua al pozo del pueblo mientras cotorrean entre ellas mientras los hombres se reúnen para escuchar un animado programa de radio en la tienda del señor John, un grato olor a pan fresco emana de la casa de Peter, el panadero; las frutas que vende Steve, tan coloridas y jugosas como de costumbre; jóvenes cortejando a las hermosas chicas solteras, y en las calles los niños juegan y se divierten entre ellos... o la mayoría de ellos.

Dentro del Orfanato San Ángelo, asomado en una de las ventanas del tercer piso, Adrel observaba a los demás niños jugar, cuando del interior del lugar se escuchó un grito:

― ¡Adrel, maldición! ¿Dónde demonios estás?

―Voy, Nora―. Adrel corrió en respuesta del llamado―. Aquí estoy, Nora.

― ¡Imbécil! ¿Cuántas veces te he dicho que no te distraigas de tus deberes?

―Sólo estaba viendo jugar a los demás, Nora.

― ¿Cómo me has llamado?

―Lo siento, señora―. Dijo el niño mostrándose nervioso.

―No me interesa que lo sientas, vete a terminar de fregar el piso de las habitaciones con el resto de mocosos a los que llamas compañeros.

―Sí, señora.

Aquel niño corrió con desesperación para tomar el trapeador y un cubo de agua para fregar los pisos de las habitaciones tal y como Nora, la directora del Orfanato, le había ordenado.

Adrel era un niño enérgico pero tranquilo, con sueños y ambiciones de aventura, un pequeño de unos ocho años de edad, cabello castaño, piel blanca sin peca o lunar en ella, ojos color café oscuro y labios rojizos. Un niño de buena apariencia de no ser por su estado de suciedad y su mala alimentación. Metió el trapeador en el cubo para deslizarlo en el suelo de su propia habitación mientras los demás niños hacen otras labores.

Unos minutos después, mientras limpiaba el séptimo dormitorio de los doce que había en total, escuchó un susurro a su izquierda que lo sorprendió:

―Buenos días, enano.

Aquella voz era una de las que más le gustaba oír a Adrel.

―Hola, Sarah ―Respondió con una sonrisa en su rostro―. Pero yo no soy un enano.

―Pues sí que lo eres, soy más grande que tú y somos de la misma edad.

A Adrel le encantaba estar con su amiga, aunque más bien la considera como su hermana, jugaban juntos y hacían travesuras en las que casi siempre él se sacrificaba por ella llevando toda la culpa. Sarah tenía la costumbre de actuar como varón y vestir como tal, aunque conservaba la dulzura y la belleza de una niña.

―Algunos niños crecen más que otros, Sarah. Eso no significa que sea un enano.

―Da igual, enano. Tengo una misión especial para ti en nuestra travesura de hoy ―Le dijo con una mirada ansiosa―. Nos veremos en el jardín trasero después del almuerzo.

La sonriente niña salió del lugar saltando en un solo pie, ondeando su no muy largo cabello dorado a través de la puerta mientras que Adrel veía sus hermosos ojos grises voltear hacia afuera de la recámara. ¿En qué líos se meterían esta vez?, ¿Qué problemas había preparado Sarah para su mejor amigo?

AdrelWhere stories live. Discover now