Capítulo Uno.

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Poco a poco había comenzado a entender que cada persona es lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a algo tan duro como lo es la vida, estaba segura de que se necesitaba muchos cojones para afrontar a aquella ingrata venenosa que constante...

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Poco a poco había comenzado a entender que cada persona es lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a algo tan duro como lo es la vida, estaba segura de que se necesitaba muchos cojones para afrontar a aquella ingrata venenosa que constantemente buscaba dejarnos en dos, y si al final lo podía hacer yo, una típica millonaria que tenía todo en casa excepto amor. —¿Cómo no lo podrían hacer el resto? —. Era ilógico, siempre había creído que bajo presión cualquier persona era capaz de hacer hasta lo imposible. —Era cuestión de supervivencia—, y justo eso era lo que yo estaba haciendo en ese momento. Para ser más exactas, era jueves seis de abril, un fuerte sol estaba azotando las calles de manera sobre potente y el mismo calor se estaba encargando de alborotar miles de aromas no muy agradable. Aquel preciso día, estaba cumpliendo cuatro largas semanas desde que decidí escapar de casa sin despedirme de nadie y sin atreverme a mirar hacia atrás.

Podía recordar todavía como había preparado mi maleta con las mejores ropas y zapatos que tenía a mi disposición, no había organizado muchas cosas, lo único que tenía en mi cabeza era la idea de huir de aquella trágica vida y al final, solo lograr sobrevivir a la calle y al mundo tan aterrador que resguardaba está. Antes de irme sin más, me atreví a robarle a mis padres y hermano una gran suma de efectivo. —Yo era tonta pero no tanto—, era obvio que, si quería sobrevivir los primeros días, iba a necesitar efectivo y bueno... No tuve más opción que robarlos. —No es como si me sintiera culpable—. Solo era cuestión de tiempo antes que mi padre cancelara mis tarjetas, y por ello, el efectivo era tan importante para mí, con aquel me fue posible pagar una habitación en un hotel cercano la primera noche de mi huida. —Debo admitir que no fui muy inteligente—, ¿Por qué? Bueno, ahorrar dinero nunca fue lo mío, y por tal, gasté gran parte del efectivo esa primera noche al ir a uno de los hoteles más conocidos del sector. Perder una gran suma de dinero por dormir en una suave cama, me enseñó la primera lección de la vida que era pensar antes de actuar y al final, que todo tenía una consecuencia en aquella selva humana denominada; la calle.

Las semanas que estuve por fuera de casa no fueron realmente las mejores, aunque no me quejaba, había peores días dentro de la gran, fría y poco acogedora casa Gibson, aun así, debía admitir que nunca en la vida había aguantado hambre como en los últimos días que poco a poco se estaban convirtiendo en una gran tortura para mí, la situación estaba tan difícil, que si desayunaba no almorzaba, y si almorzaba no tenía para cenar. —Todo un lío—, y deduje que se pondría peor a medida que el efectivo se agotara y yo no lograra conseguir un empleo.

Pero siendo sincera...

¿Quién querría darme un empleo a mí? ¿Qué sabía hacer siquiera? ¿Se me notaba mucha la inexperiencia en el campo laboral?

Probablemente sí.

Mi efectivo se había reducido tanto, que al final no tuve más opción que irme a dormir a un hotel de la muerte en donde la noche solo costaba algunos pesos, admito que varias veces pensé en la vergonzosa idea de volver a casa y ahorrarme todo ese sufrimiento y malestar, me aseguré a mí misma cuan loca era esa idea de ser independiente, pero de inmediato me recordaba que nadie me había buscado después de mi partida y que si volvía a casa probablemente iban a asesinarme y con eso, aquella idea tan arrastrada abandonaba mi cabeza.

El arte de amar. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora