Capítulo Dos.

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Hay historias que no merecen ser recordadas y por tal, no hay sentido alguno en contarlas

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Hay historias que no merecen ser recordadas y por tal, no hay sentido alguno en contarlas...

Aun así, recuerdo que cuando estaba pequeña en una edad entre los ocho y los diez años, cada que hacía algo malo o causaba alguna irritación en mi entorno, mis padres me encerraban en la parte baja de la casa por mucho tiempo. —Más de dos horas—, esta era su manera más suave de castigarme porque entonces, las otras formas eran aún peor. Ellos jamás se preocuparon por dejarme mucho tiempo ahí abajo sin comida o algo cálido que pudiese resguardarme del frío del lugar. —Ese lugar era tétrico, justo así lo recordaba—. Era un espacio que me traía muy malos y oscuros recuerdos, si cerraba los ojos aún podía recodar lo denso y sofocante que era el encierro, lo agobiante y manipulador que podía ser el frío y al final, lo doloroso y perpetuo que podía ser la oscuridad...

Varias veces Blake me rescató de pasar toda la noche en ese lugar, pues mis padres habían olvidado de nuevo mi existencia. Siempre que mi hermano llegaba por mí a la planta baja como si nada y me sacaba de ese poso oscuro, no podía evitar odiarlo más que nuca. —¿Por qué a mí me hacían eso y a él no? —, era un pensamiento feo y lo sé, pero no había una justificación sensata que me ayudase a entender por qué él llevaba una mejor vida que yo, no era justo y claramente jamás lo sería.

—Eres una niña muy mala, Isabella. —Eso siempre me lo decía papá— Tu hermano si es bueno, él está bien y tú no.

Esas palabras estaban destinadas a marcarme de por vida, estaba muy segura de ello, era esa una de las razones por las cuales simplemente no podía soportar a mi querido hermano mayor, después de todo... Él era perfecto y yo no.

Justo en ese momento me encontraba un poco incomoda al recordar todo lo que había sucedido con Ian, —Mi verdadero jefe—. Él no me había sancionado con nada y eso era muy raro para mí, no estaba acostumbrada a hacer cosas malas y a no recibir castigos. —Mi padre siempre se había encargado de ello—, por tal. Estaba convencida de que siempre tendría que haber una reprimenda detrás de mis acciones, algo ligado con maltrato físico o mental. —¿Así de jodida estaba? — Sí, probablemente sí, yo había aprendido en el transcurso de mi vida que prefería mil veces lidiar con morados y cortes en mi piel, y no con palabras que al final dejaban a mi mente sometida en una gigante penumbra de la cual era muy difícil salir.

Las palabras tenían un poder tan inmenso a la hora de herir, que, en vez de fragmentar un alma en dos, al final; ellas rompían a un ser en mil.

Volviendo al presente...

Justo en ese momento iba dentro de Jeep de Ian. —Sí, acababa de conocer a mi jefe y ya iba dentro de su coche—, en el lugar se sentía una gran y densa tensión por todas partes o quizás aquello solo era cuestión de mi imaginación y él estaba más tranquilo de lo que parecía. —¿Él no iba a decir nada más? ¿Iba a conducir solo en silencio? ¿Sin más? —Mi mente era un campo minado que no dejaba de bombardearme con miles de preguntas a la vez.

El arte de amar. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora