Capítulo 9

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Beatriz observaba a sus amigos jugar a los bolos mientras Marina le iba retrasmitiendi lo que sucedía. En el fondo sí que se aburría un poco, pero no lo iba a reconocer. ¿A quien se le había ocurrido llevar a un ciego a una bolera? Hasta cierto punto se arrepentía de haberse dejado convencer.

—Te aburres, ¿verdad? —le preguntó su amiga viéndola cerrar los ojos un instante.

—De verdad que no —mintió ella.

—Te estás quedando dormida, no puedes engañarme.

—Solo tengo sueño, de verdad que me lo estoy pasando bien —insistió cambiando de postura en el banco.

— ¿Por qué no intentas al menos un lanzamiento?

—Porque hay más posibilidades de que le de a alguien que a los bolos.

—Eres una aguafiestas, será divertido.

— ¿Siempre argumentas con eso?

—Es que eres un poco sosa. Inténtalo, arriésgate por una vez, te cedo mi turno.

—Pero Marina, no puedo ver hacia donde lanzo.

—Usa la intuición, yo te guiaré con la voz.

—Estás loca, aun con indicaciones alguien podría salir herido —le recordó Bea.

—Aguafiestas —murmuró Marina y Bea le hizo la burla molesta.

—Nicolás —llamó Marina al llegar su turno —A Bea le gustaría probar un lanzamiento, pero aún con mis instrucciones le da miedo lastimar a alguien.

—Marina, ¿qué haces? No quiero jugar —le recordó Beatriz en voz baja, pero su amiga la ignoró.

—Tal vez en ti si que confíe, ya que en mí parece que no —continuó su amiga fingiendo estar molesta al pronunciar las últimas palabras.

—Marina —murmuró entre dientes— ¿Qué pretendes?

—Shh, relájate un poco, que estás muy tensa —le aconsejó ella.

—Entonces, ¿le cedes tu turno? — intervino Nicolás.

—Sí, no tengo problema en ello.

—Bea, ¿Qué dices?

— ¿Tengo opción? —preguntó la aludida.

—Vive un poco —la animó Marina dándole un suave empujón den la espalda.

Beatriz se puso en pie con un suspiro de resignación y, extendió su mano en busca de la de Nicolás para que pudiese guiarle a la pista.

Él le ofreció una bola de poco peso. Ella le dio vueltas entre sus manos, nerviosa.

Se sentía igual que si tuviese un precipicio ante si, no tenía forma de saber que había a su alrededor y eso la aterraba.

— ¿No quieres saber lo que se siente al lanzar esa bola y escuchar el sonido de los bolos al caer? —su voz, calmada y dulce, le hizo cosquillas en el oído. Estaba peligrosamente cerca, podía percibirlo— ¿Confías en mí?

—Sí —respondió ella con voz firme y segura, opuesta a cómo se sentía internamente —. Parece que no tengo opción...

—La tienes, nadie te está obligando. No hagas caso a Marina, hazlo solo si deseas hacerlo.

Jugó un poco más a hacer rodar la bola entre sus manos hasta que por fin se rindió.

—Dime que tengo que hacer —le pidió tras un profundo suspiro de resignación que provocó una sonrisa en el joven, aunque ella no podía verla.

Si  los ojos no lo ven, el corazón no lo sienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora