Capitulo 2

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Marina la observaba jugar con los folios. Siempre parecía más irritable después de encontrarse con Nicolás.

Se encontraban en el aula, esperando a que diese comienzo la siguiente clase.

-Vas a terminar arrugándolos -la regañó nerviosa- o, peor aún, rompiéndolos.

-Lo siento -se disculpó ella dejándolos bien ordenados sobre la mesa.

-Fue a la cafetería, ¿verdad? - le preguntó su amiga, aunque intuía la respuesta.

-No pilla ninguna indirecta -se quejó ella juntando las manos sobre la mesa-. ¿Por qué simplemente no me deja en paz?

-No seas tan fría, Beatriz.

-No soy fría, es solo que.... -hizo una pequeña pausa-. Bueno, que me molesta ese interés que tiene en mí.

Marina echó un rápido vistazo al aula para asegurarse de que él no se encontraba allí.

-Yo tampoco sé que te ha visto ese chico, pero deberías darle una oportunidad. A mí me la diste.

-No me gusta dar oportunidades.

-Por favor, Bea, no te estoy pidiendo que le digas de salir juntos -susurró inclinándose hacia ella para que nadie más las escuchase-. Solo te pido que intentes ser su amiga. Yo soy la prueba de que no estás muerta por dentro.

Beatriz abrió la boca para responderla, pero en ese momento él las interrumpió.

-Siento haberte incomodado en la cafetería -se disculpó.

Ella suspiró para controlar el impulso de responder bordemente a su amable comentario.

-Aunque no lo diga, ella te perdona -intervino Marina por ella.

Beatriz apretó los labios intentando controlarse. Tanto tiempo fingiendo que todo le resbalaba y, desde que él apareció en su vida, le costaba controlar su irritación. Además, Marina no era de mucha ayuda, precisamente.

A Marina la conocía del instituto. Había llegado nueva al barrio justo para estudiar el bachillerato de humanidades. No sabía muy bien en que momento de aquellos dos años previos a la universidad se convirtió en su mejor y única amiga, pero ahí estaba estudiando filología hispánica con ella, inseparable.

Nicolás, por el contrario, era como una piedra que se había cruzado en su camino el primer día que cruzó la puerta de ese aula y, era incapaz de librarse de él. Había pensado en cambiarse de turno, pero luego lo pensó mejor. Era una medida exagerada y, además, en el otro turno no tenía amigos, mientras que allí tenía a Marina.

Se hizo un corto silencio. Él la observaba esperando, tal vez, alguna reacción por su parte.

-¿Quieres sentarte aquí? -le preguntó Marina señalando su sitio-. No me importa cambiarme de mesa.

-Marina -la regañó Beatriz apretando los dientes al pronunciar su nombre.

-No te preocupes, Marina, no hace falta -respondió él antes de continuar su camino hasta el final del aula.

En ese momento entró la profesora de literatura española del siglo XX. Beatriz tomó un folio en blanco y su bolígrafo especial y, se concentró en tomar apuntes el resto de la hora.

Si  los ojos no lo ven, el corazón no lo sienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora