Capítulo 2

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-Pero bueno, ¿tu a qué estas esperando? -le recriminó Iñigo a su amigo -como no le invites al café ya, voy y le invito yo.

-Joder Iñigo pero esque siempre que lo veo lleva un café en la mano -respondió Pablo -no le voy a invitar a otro.

-Serás tacaño.

-Iñigo me entiendes perfectamente, si por mi fuera le invitaría a todos los cafés que hiciese falta, per...

-¿Hacer falta para qué? ¿Qué pretendes después de invitarle a un café? ¿Qué caiga rendido a tus pies?

-IÑIGO -le gritó Pablo -deja de sacar de contexto las cosas, no pretendo nada, simplemente le quiero invitar a un café, como el hizo conmigo.

-Pues llevas queriéndole invitar a un café un mes -añadió Iñigo con una sonrisa.

-No sé para que te cuento nada.

-Yo no te lo he pedido, que lo sepas.

-Bueno Iñigo, y tu a que esperas para pasarme la cerveza, hace media hora que he venido y aún no me la has dado.

-No prefieres un café -respondió Iñigo a punto de descojonarse.

-Que te jodan Iñigo -respondió dándole un trago a la cerveza que por fin Iñigo le había dado.

-Yo también te quiero Pablo -le dijo mientras veía a su amigo reírse.

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Llevaba una hora comprando en el supermercado y aún le quedaba otra media. Era exageradamente lento a la hora de hacer la compra. Le gustaba ir pasillo a pasillo mirando los productos y eligiendo detenidamente los artículos de marca y los mejores. En ese momento una señora se le acercó.

-Usted es Albert Rivera ¿no? -le preguntó la mujer, tan alegre como si hubiese visto al mismísimo George Clooney.

-Si, soy yo -respondió mientras cogía el móvil de la señora y se hacía una foto, como le había rogado la mujer.

-Que guapo que eres Albert -le dijo mirándole a los ojos -Yo le voté a usted Albert.

-Muchas gracias señora, es un honor tener votantes como usted.

-Que contento que se va a poner mi marido cuando vea la foto, ¡ui! y Marisol, ya veras tu que envidia va a tener -añadió la mujer mientras se alejaba por el pasillo arrastrando su carrito de la compra.

Miró el reloj y se dio cuenta de que iban a cerrar en media hora. Pagó la compra y se fue a su casa.

Una vez metida toda su compra en la nevera y en sus respectivos lugares dentro de la cocina, fue a darse un baño. Dejó correr el agua durante varios segundos y cuando se aseguró de que estaba lo suficientemente caliente se metió en la ducha.

Estaba muy cansado y aún tenía que escribir un pequeño discurso para leer al día siguiente en el Congreso. Se le caían los párpados del sueño, así que se levantó a la cocina a buscar algo que nunca encontraría, ya que con las prisas se le había olvidado comprar. Café. Lo necesitaba ahora mismo, aunque no tenía claro si lo que de verdad quería era tomar café o volver a recrear la conversación que había imaginado una y tantas veces con Pablo. Conversación en la que hablaban de todo tipo de temas mientras tomaban café.

No entendía lo que le pasaba con Pablo, no estaba enamorado ni mucho menos, pero le gustaba la forma en la que hablaba y la tranquilidad que desprendía antes de hablar en la tribuna ante el Congreso. Había deseado varias veces que Pablo le invitase a un café. Hacía todo lo posible para que Pablo le viese solo y se le acercará. Incluso se quedaba unos minutos más en su asiento tras acabar el pleno o esperaba a que todos los de su partido bajasen para que el pudiese bajar a la par que Pablo, pero él, parecía que le evitaba.

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-Señor Iglesias, señor Iglesias -le repetía una y otra vez Patxi -no tiene el turno de palabra, cuando acabe el señor Rajoy podrá hablar usted. Por favor sientese y tranquilicese.

Pablo se sentó en su sitio y lanzó un mirada de odio hacia Rajoy. Estaba harto de él y de sus mentiras. Miró hacía Albert. Estaba escribiendo algo en una hoja de papel sin prestar la mínima atención a las palabras del líder del PP. Iba con una camisa blanca en la que reposaba una corbata verde oscuro. Se fijo en sus manos. En una de las muñecas llevaba una pulsera naranja y en la otra un reloj del mismo color que la pulsera. En ese momento Albert levantó la cabeza y miro hacia Pablo. Estuvieron mirándose unos segundos hasta que Albert se atrevió a sonreirle y Pablo, le devolvió la sonrisa.

-A si que sonriendole a Albert ¿eh? -le preguntó Iñigo dándole un codazo suave.

-Ha empezado él.

-Soys como dos críos de verdad, siempre picandoos el uno al otro -susurro Alberto desde arriba.

Iñigo se giró hacía Alberto y le sonrió.

-Pablo se nos ha enamorado -le dijo a su compañero aguantándose la risa.

-Mira que eres exagerado Iñigo -le contestó Alberto, sabiendo que Pablo no estaba enamorado.

-Cada vez que me llaméis exagerado me vais a invitar a una cena -les dijo Iñigo a sus amigos.

-Mejor a un café -soltó Alberto.

-Entre el uno y el otro me vais a volver loco con el maldito café -gritó Pablo.

-Señor Iglesias, si vuelve a interrumpir sera expulsado del Congreso -le advirtió Patxi mirándole serio.

-Yo es que os mato, juro que os mato -les dijo Pablo riéndose.

A lo lejos Albert observaba en silencio a Pablo y a Iñigo. Sintió envidia de Iñigo por tener tan cerca a Pablo, pero se relajó al creer que por fin ese mismo día tomarían el maldito café.

Ese día tomaron café, pero cada uno en distintas cafeterías.
Ese día tomaron café, el uno pensando en el otro.

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