Capítulo 4

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No se le daba muy bien cocinar, pero se había visto obligado a aprender si no quería pasar el resto de su vida comiendo comida precalentada. De repente llamaron al timbre. No esperaba visita, pero aún así fue a abrir. Para su sorpresa cuando abrió la puerta se encontró con Pablo. Llevaba una camisa blanca y unos vaqueros, sobre sus manos había dos vasos de café.

-Hola Albert –saludó Pablo mirando el pecho desnudo del catalán -te prometí que tomaríamos un café juntos y bueno, aquí los tengo –añadió mirando los vasos.

Entraron al piso de Albert y se sentaron en el sofá. Pablo seguía mirando el pecho del de Ciudadanos. Le gustaba la forma en la que se le marcaban los pectorales y cómo subían y bajan al ritmo de la respiración del lider de Ciudadanos.

En ese momento Albert se dio cuenta de que solo iba vestido con un vaquero. Solía quitarse la camisa para cocinar y así evitaba que se le manchase. Siempre había odiado los delantales. Se disculpó un momento y fue avergonzado a ponerse una camisa que encontró plegada encima de la cómoda de su habitación. Cuándo volvió al salón, Pablo observaba con la mirada cada rincón del cuarto.

-Que bien organizado tienes todo –soltó Pablo.

-Me gusta que todo este en orden –confesó mirando la coleta de Pablo que caía sobre uno de sus hombros.

-No se si he llegado en buen momento, pero tras el incidente en la cafetería del otro día he pensado que sería mejor trasladar el café a tu casa –añadió Pablo sonriendo.

Albert agradeció la idea de que Pablo viniese a su casa de propio, incluso si hubiese aparecido sin los cafés le hubiese recibido con los brazos abiertos.

Estuvieron hablando y debatiendo varias horas sobre todo tipo de temas. Pablo no podía dejar de mirar la sonrisa de Albert cuando le hacía alguna pregunta comprometedora.

Por desgracia, llegó la hora en la que Pablo tenía que marcharse a su casa. Se despidieron con un gran abrazo y cuando Pablo iba a entrar por fin al ascensor, Albert se le acercó. Estuvieron unos segundos a milímetros de distancia, sus narices incluso podían tocarse y sus miradas se entrelazaron como sus manos querían hacer en ese momento.

Albert acarició la cara de Pablo, mientras el de la coleta sonreía como un niño pequeño el día de Navidad. Pablo sin pensárselo dos veces deslizo sus brazos por la cintura del catalán. Tras acariciar cada rincón de la cara de Pablo, Albert le agarro el cuello de la camisa y le beso.

Pablo notó como Albert aceleraba la respiración mientras emitía pequeños gemidos sin separarse de los labios de Pablo.

Albert notó el sabor del café en la boca de Pablo. Nunca había besado a un hombre y no sabía porque lo estaba haciendo ahora, bueno quizá si que lo sabía. Estaba enamorado de Pablo.

Se besaban con cuidado, con miedo a que el otro se separase. Albert acercó sus  caderas a las de Pablo y ambos notaron lo excitados que estaban. Pablo buscaba un lugar en el que reposar sus manos mientras que Albert no le soltaba el cuello de la camisa y le acercaba a él cada vez con mas fuerza y deseo.

-Quedate Pablo –rogó Albert mientras le desabrochaba un botón de la camisa y le besaba el cuello -quedate porfavor.

-Ojalá pudiese Albert –respondió Pablo acariciando el pecho del catalán.

-Prometeme que esta no será la ultima vez, que habrá muchas más –soltó Albert mirando a Pablo.

-Te lo prometo Albert –respondió besándole antes de meterse al ascensor y volver a su casa.

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Tras el beso de aquella noche, se habían vuelto a ver en distintas ocasiones. Una de la veces fue cuando Albert se encontró a Pablo en el ascensor de su comunidad. Pablo había ido a ver a Alberto, y había acabado con la camisa desabrochada y besándose con Albert en el ascensor. Aún habiéndose encontrado varias veces, ninguna de ellas había sido planeada, y ella era hora de que tuvieran una cita en condiciones.

Tras acabar el pleno de ese día Albert fue al baño como solía hacer. Cuando ya iba a salir, la puerta se abrió y apareció Pablo. Iba guapísimo ese día, era increíble lo bien que le quedaban las camisas rojas. Albert se percató del bulto que había en la entrepierna del de la coleta, estaba tan excitado como él.

Sin pensárselo un segundo, Pablo le agarro de la corbata a Albert y le atrajo hacía él. Albert, por su parte metió sus manos en los bolsillos traseros de los pantalones de Pablo.

-Que guapo vas hoy, Pablo – le susurró al oido Albert.

-Tu estas precioso con este traje, te da un toque interesante –añadió Pablo mientras hacía que los labios de ambos se juntaran.

Se estuvieron besando varios segundos hasta que Pablo sugirió la idea de ir a su casa. Albert no la rechazó, a si que salieron del baño. Pablo le indicó a Albert donde vivía y se marchó andando. Alberto cogió el coche y fue hacia casa de Pablo.

Ninguno de los dos podía sospechar que un político había estado escuchando toda la conversación que habían mantenido en el baño, y que si querían que el secreto no saliese a la luz les iba a costar muy caro.

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