Cuando Teníamos Ocho Años...

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Una noche desperté de sobresalto. Oí al espíritu del ático haciendo un estruendo enorme que probablemente hizo abrir los ojos a todos en la casa, a excepción de Fred, que palidecía fiebre y tenía todo el cuerpo agotado.

Me acerqué hasta la puerta, abrí con tanto sigilo como ésta, rechinante, lo permitía, y observé estático la sombra de papá subiendo las escaleras con una escoba en la mano. Apenas había asomado la cabeza en la puerta arrimada. Bostecé y giré el cuello, miré a un lado, pero en cuanto escuché a quien sería mi padre golpeando el ático me alarmó de manera que dirigí la vista hacia arriba. Dio tres golpes, los cuales fueron devueltos por el fantasma al doble, entonces tres más azotaron el techo y ahí se terminó la pelea. Observé a Fred yaciendo en la cama, bajo la luz de la luna plateada dándole luminiscencia a su rostro tan rojo como el cabello. Respiraba con la boca abierta porque tenía su nariz tapada.

-Hey- llamó mi atención papá al pasar por la puerta. -Vuelve a la cama, hace frío- me dijo con una sonrisa.

-Sí- logre verificar que era un palo de rastrillo, no de escoba.

-¿Tu hermano aún tiene fiebre?- preguntó, asomando la vista.

-Me parece que está más rojo que antes- asentí con la cabeza, también observé a Fred.

Papá entró al cuarto tras dejar la horquilla apoyada sobre la pared. Se acercó a mi hermano y le toco la frente.

-¿Puedes cuidarlo? Parece peor que antes- parecía preocupado, pero al otro día trabajaba.

-Para que estoy sino- tomé asiento a los pies de la cama. No quería preocuparlo.

-Buenas noches. Si empeora llámanos- se despidió y al estirar la espalda salió cerrando la puerta.

Bostecé otra vez mientras los pasos pesados de papá bajaban los peldaños.

Me recosté a un lado de Fred, bajo las mantas, y miré el techo intentando conciliar el sueño, el cual llegó rápidamente. Aun así, al cerrar los ojos, sentí el brazo de Fred que me cruzaba la cintura. Se me acurrucó contra el cuerpo, apoyando la mejilla sobre mi hombro. Lo miré un instante. La luz apaciguada por mi figura le iluminaba la mitad derecha del rostro además de la cuenca del ojo izquierdo. La respiración le salía ronca de la garganta, tenía los labios entreabiertos. Era extraño porque siempre que lo miraba era estar mirando constantemente un espejo donde mi reflejo tenía una actitud distinta y quien mayormente era yo el que seguía sus movimientos en vez de ser a la inversa.

Apoyé mi mentón sobre su cabeza e intenté dormir otra vez.

-No me aprietes- lo oí decir. Me sobresalté claramente.

-¿Desde cuando estás despierto?- pregunté, apartando el rostro.

-Esa cosa... tiene que ser tan molesta- me ignoró. Se refregó la nariz contra mi hombro. -Me duele la cabeza, Georgie- dijo. Parecía tan débil.

-¿Quieres que llame a mamá?- le pregunté.

-No. Para que estás tú, sino- se burló.

-No parece como si estuvieras enfermo- estaba despierto desde que el fantasma hizo ruido, y sin embargo siguió con la farsa de que, por el contrario, estaba completamente dormido.

-Ya verás, mañana estarás contagiado- ignoraba mi gesto de frustración.

-No- respondí.

Sonrió, poniendo el brazo restante de manera que apoyaba la cabeza sobre la mano, dado que el otro no lo quitaba de mi cintura. Otra vez se acomodó, esta vez dejando la quijada sobre el hombro, y se durmió respirándome en el cuello.

Esa fue una de las últimas noches que compartimos la misma cama.

Fred y George - Los Gemelos WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora