Las Vacaciones: Parte II

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Cuando mamá acabó con la mayoría de las cosas que habíamos fabricado junto a George fue la primera vez en que sentí un hilo de rabia hacia ella. Me negué a hablarle ese día, y el siguiente, y el siguiente, y arrastré a mi gemelo para hacer lo mismo. Siquiera a Bill y Charlie le devolvimos palabra alguna: era su culpa que mamá se enterara.
Fueron, sin duda, los mejores días para Percy. Las bombas fétidas no aparecían en su habitación (cuando estaba, obviamente), ni se fugaban los largos papeleos por la ventana a causa de vientos repentinos, o estallaban cerca de su cabeza pequeños fuegos y chispas, los cuales le ponían loco.
Ginny y Ron eran los únicos intentando hablarnos, y los únicos, también, a los que hablábamos, además de papá.
-¡Fue culpa de tu mujer!- me quejé una vez, en la cual él intentaba reconciliarnos con mamá.
-¡Sigue siendo tu madre, Fred! Quizá haya hecho algo malo, yo no estaba, pero si lo hizo es por ustedes. Váyase a saber en que se podrían meter...
—Solamente queríamos tener algo más de dinero,— interrumpió George —Nada más... queríamos ayudar con algo que sabemos hacer.
—Chicos— suspiró. —Saben que intento hacer todo lo posible para tener dinero en casa...
—No te echamos la culpa, papá— aclaré.
—Nosotros somos demasiados, es normal— siguió George. —Sabemos que dirás que no, pero somos demasiados para vivir de una sola ganancia.
—Y no queremos que mueras trabajando— acoté.
—Se que sus intenciones son buenas— se resignó. —Escuchen: cuando terminen el colegio puedo hacer que los acepten en el ministerio.
—No iremos al Ministerio— dijimos al unísono.
—¿Por qué?
—Si hacemos algo mal (que es seguro) te miraran con malos ojos a tí, y tampoco prometemos un buen cumplimiento como el de Percy— contestó George
—Bueno, un poco de esfuerzo de su parte no molestaría a nadie— sonrió papá.
—No servimos para eso;— admití, tristemente —ya lo sabes, incluso en Hogwarts no obtuvimos ni la mitad de TIMOS que consiguieron Bill o Charlie. Entonces tampoco obtendremos tantos EXTASIS.
—¿Tan poca confianza se tienen?
—No, solo... conocemos en qué somos capaces, y no serviremos en el ministerio.
—¿Qué quieren hacer entonces?— preguntó.
—Nuestro propio negocio—.

La convicción de seguir con Artilugios Weasley crecía en nosotros sin que mamá se enterara, y papá nos cubría. Solo así llegamos a, nuevamente, hablar con el resto de la familia.
Percy no aparecía por casa: su fanatismo con el tal señor Crouch lo retenía dentro del Ministerio. Eso era bueno, no debíamos oír a ese idiota quejarse de los ruidos y explosiones en nuestra habitación. Siempre que trabajábamos en nuevos productos quitábamos el hechizo de silencio para que oyera todo.
Bill y Charlie, por su parte, dudaban si lo nuestro existía o no.
—¿Es verdad?— preguntó nuestro hermano más grande.
—Siempre fue real— bromeó George.
—Pero, ¿de verdad?
—De verdad— corroboré afirmando con la cabeza.
—¿Desde la vez esa...?
—Totalmente— y nos largamos a reír con Georgie.
—No bromeen con eso— se enojó, suspirando.
Siempre que intentaba culparnos de incesto le cambiábamos el curso de la conversación, otras, limitábamos a sonreír y usar sarcasmo para evadir problemas.

Una noche de las tantas que debimos dormir en la habitación de Ron estábamos acostados en la misma cama; a nadie le extrañaba: en nuestro cuarto era de dos plazas.
Goerge estaba de cara mirando al techo, y yo contra el lado de la pared, apoyado en el codo de un brazo.
—Bueno, al menos logramos hacer un negocio con esos dos— comenté. Hablábamos de Artilugios Weasley y su pequeño éxito con nuestros compradores, de los cuales mamá ni idea tenía. Recordaba el alquiler de nuestra habitación a Bill y Charlie.
—Espero que no se olviden de pagar— dijo George. Estaba moviendo los pies.
—Seguro lo harán.
Lo besé con una sonrisa, él hizo lo mismo. Susurramos cosas entre varios, hasta que profundizamos uno. Le metí la lengua en la boca, que salvajemente se encontró con la de él.
Le pasé las manos por la cintura, atrayéndolo hacia mí, a pesar de que estaba de costado, entonces fui yo quien cayó en cima del otro.
Estábamos realmente juntos, apretados: le separé las piernas, podía imaginarlo ya, desnudo, sudoroso.
Sin embargo, no llegué a quitarle la sudadera que oímos: —¿Qué... diablos?—. Efectivamente, era Ron.
Me salí de encima de George, a tropezones, casi cayendo en el suelo. Él también se incorporó.
Ron estaba pálido. Bueno, más de lo normal.
—Que asco— dijo.
—¿Por qué no tocas la puerta antes de entrar?— le grité. Estaba furioso, no solo porque nos descubriera, tenía las ganas subidas de hacer mío a George.
—¡Es mi habitación!— se defendió, también gritando.
—Fred, tiene razón— correspondió mi gemelo.
—Si le cuenta a mamá...— susurré entre dientes.
Bill llegó a la puerta, apurado, pero no entró: se quedó en el umbral, mirándonos. Primero a Ron, luego a nosotros.
—¿Por qué están gritando?— habló.
—Estaban— Ron iba a continuar, pero se puso rojo. Nosotros también.
—¡Son increíbles!— gruñó Bill, entendiendo. De la nada pareció comprender todo. Ya le habíamos dado motivo para sospecharlo tiempo antes; ahora lo confirmaba. —¿No les da vergüenza?— entró a la habitación.
—Ni siquiera sabes lo que pasó, Bill— murmullé.
—Si, ya lo supongo— sonrió malicioso. —Ron, no le digas a mamá, yo me encargo de estos dos.
—Pero... ellos— dijo Ron, molesto y avergonzado.
—Agradece que llegaste a tiempo— lo burlé.
—No se lo llevarán de arriba— agregó Bill. Nos miraba severo, pero sonreía.
—¿Tu sabias?— le preguntó Ron.
—Totalmente— se rio de nosotros.
Ron se fue a alguna parte de la casa, pero en tanto, mientras Bill nos reprendía, llegó Charlie y supo de inmediato lo que sucedió.
—Así que, los gemelitos Weasley andan follando a escondidas— comentó. Así como lo dijo, sus palabras me dieron asco.
—Quizá te hace falta una buena curtida para quitarte lo amargado— respondí en seco. George me miró, pero no le devolví la mirada.
—Hey, no me faltes el respeto Fred, o quien diablos seas.
—¿Y tu qué derecho tienes de hacerlo?— pregunté, poniéndome de pie.
Se puso rojo, en la vida le faltamos el respeto a él o a Bill —Aprende esto, hermanito: si le decimos a mamá que siguen con sus porquerías se les terminará la fiesta, y quiero ver si se entera que andan revolcándose por ahí. Incluso a mí me daría vergüenza si alguien más lo supiera.
—Atrévete a decirle— dije, histérico. —¡Vamos! ¡Ve y dile! ¡"Mamá, Ron vio a Fred y George a punto de follar"! ¿Y qué hará? ¿Nos gritará? ¿Nos echará? Sabes, hagan lo que quieran, me da igual, se pueden ir tú, Bill, Percy, Ron, quienquiera, al carajo. No me vas a venir a decir con debo follar o no.
—Fred— cortó George.
—Vete a la mierda;— le contesté —Tu y tu carácter ahí, tan señorito...— y salí de la habitación, chocándole el hombro a Charlie. Lo estaba defendiendo, a ambos de hecho, y me intentaba callar... nunca sentí tanta rabia.
De hecho, salí de casa. Papá estaba por entrar, acababa de llegar.
—¿Sucedió algo?— preguntó.
—¡Tus hijos me sucedieron!— murmuré y seguí andando.
—¿A dónde vas?
Pero no le hice caso. Rodeé todo el pastizal, pasando el lago. La oscuridad consumía todo: los colores eran renegridos, sin brillo. El cielo claro por la cantidad de estrellas era lo único que atisbaba a relucir, levemente distinguiendo verdes oscuros de negros profundos.
La brisa fría me pegó en la cara, pero sentí que estaba tan rojo como nunca. ¡Justo George se iba a quejar! ¡Ese imbécil! ¡Lo estaba defendiendo! Pateé una piedra.
No paré hasta llegar a los árboles, subiendo las colinas camino al pueblo. Sabía que era tarde: no amanecería hasta dentro de varias horas, tampoco me resignaría a regresar.

Por la mañana, con el alba a sus espaldas, vi a George muy cerca mío.
—Eres idiota— me dijo. —Te estuve buscando hace rato.
—Que te importa...— todavía tenía los ojos levemente cerrados. No entendía mucho, apenas si sentía el viento fresco, el césped verde, el tronco duro del árbol. Dormí acurrucado contra uno.
—Freddie, desapareciste anoche, ¿cómo qué me importa?— preguntó, afligido.
—Ya Bill lo sabe, Charlie y Ron también... Mamá y papá se enteraran...
—Bill no les dirá nada.
—No, al igual que con Artilugios Weasley... Piénsalo, es mejor dejarlo.
—¿Dejar qué?— George me miró, fulminante.
—Lo nuestro... seamos solo hermanos... como tendría que ser.
Mi gemelo se sentó bruscamente, estupefacto.
—No puedes decir eso.
—Georgie, es mejor.
—Si te cansaste de esto dilo... pero  no puedes... por una idiotez...
—¿Consideras una "idiotez" que todos descubran lo nuestro?— lo miré, reflexivo.
—Si me dejas...— me dijo. —Fred, te juro que te odiaré— ni él podía tomar en serio mi decisión, porque una sonrisa o mueca parecida se le dibujó en la boca.
—De verdad, George.— tragué saliva. —Estoy terminando contigo... Lo siento.
—¿Qué dices?— negó con la cabeza. —No seas idiota— sus ojos se pusieron lagrimosos.
—Somos gemelos, no podemos hacer esto... si lo piensas... es malo, de verdad. Eres mi hermano... No corresponde lo que hicimos.
—¿Hicimos?— preguntó, enojado.
—Nos equivocamos, Georgie. Jamás tendría que haber empezado esto— me incorporé con los pies rígidos en la tierra. —Vamos a comer algo. Tengo hambre— le puse una mano en el hombro.
No habló, ni quitó mi mano. Simplemente hundió la cabeza en su pecho y se puso a llorar.
—George, en serio— pedí. —Lo nuestro está mal.
Negó con la cabeza.
—Vamos, no quiero que vengan a buscarnos y...
Pero él no me hizo caso. Siquiera escuchaba.
Hacía mucho tiempo no lo veía así. Me hizo un hueco en el pecho.
Volví a agacharme y lo abracé por la espalda.
—Es lo mejor— le dije.
—No lo es...— insistió.
—Si, Georgie.
Me empujó con el codo.
—Sabes... tu también puedes irte a la mierda— comentó.

Fred y George - Los Gemelos WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora