Ryo - Ruki

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Inmarcesible: que no puede marchitarse

Las tres de la mañana... Suspiró con fastidio: otra vez, no podía dormir.

Se levantó de la cama, sin hacer ruido, se puso su bata azul y se quedó un buen rato mirando el cielo nocturno: una preciosa luna menguante, muchas estrellas y un firmamento color petróleo fuerte. Se apoyó en el borde de la ventana e inclinó su cabeza más hacia afuera: soplaba una brisa agradable, algo fría, producto de un primerizo otoño. Cerró sus ojos para relajarse y dejó que sus hebras rojizas se mecieran con el viento.

Luego de un rato, se poyó en la pared y vio todo lo que se encontraba frente suyo: una sencilla pieza de paredes azules, un enorme armario entre abierto en algunos lados, asomando ropa, una gran cama matrimonial con una frazada celeste brillante y dos mesas de luz, una a cada costado de la cama.

Volvió a suspirar, esta vez, con una sonrisa.

Caminó hasta encontrarse con la cara de Ryo Akiyama dormido: respiraba apaciblemente, tenía los cabellos revueltos (su mala -o buena- costumbre de irse a dormir apenas terminaba de bañarse), la cara limpia y la boca entre abierta. Ah, olía a colonia nueva. Ruki lo supo porque la fragancia era distinta a la de la semana pasada.

Volvió a apoyarse en la ventana: ¿cómo era que ese muchacho, de ya veintitantos, se viera igual que cuando era adolescente? ¿Es que había alguna clase de humano con superpoderes que ella no conocía y hacía que no se marchitara? Hasta ella se notó unas muy sutiles arruguitas en el rostro. En cambio, Ryo, parecía no tener ninguna... No es que le preocupara su cutis, pero llamaba la atención la cara tan bien cuidada de él.

Le dio cierta gracia pensar en eso y en el asunto de no marchitarse. Volvió a ver la luna e intentó relajarse sintiendo el viento en su rostro.

Unas manos se apoyaron en sus hombros.

— ¿Otra vez no puedes dormir?

Ruki se volteó a verlo: tenía el semblante algo preocupado. Ella le pidió disculpas por despertarlo y lo único que hizo fue abrazarla.

—Deberías empezar a tomarte el trabajo de manera más tranquila —le dijo el castaño en voz baja—. No es la primera vez que no duermes, y tienes que descansar...

Ella sólo sonrió amargamente para sí misma.

—Es la madrugada del sábado, puedo desvelarme sin problemas —se defendió. Ryo volvió a repetirle que se tomara el asunto en serio, podría repercutir en su salud: a pesar de lo altanero que podría verse, Ryo era bastante preocupón con cosas que para Ruki le eran insignificantes. Y para amenizar la charla, le comentó que estaba pensando, justamente, en que él no se marchita nunca.

Para qué... Al de ojos azules le agarró tremendo ataque de risa que tuvo que sentarse en la cama y sostener su estómago antes de que se le saliera. La pelirroja enrojeció de vergüenza y, enfadada, le grita el por qué de sus carcajadas, ¡ni siquiera había hecho un chiste! (Y era muy mala para hacerlos).

— ¿Marchitarme? ¿Yo? —Tomó aire—. ¡Ay, Ruki, te juro que me matas con tus extrañas ocurrencias! —ella le dijo que no tenía ocurrencias raras, él las malinterpretaba—. ¿Cómo va a un humano a marchitarse? ¿Qué somos, frutas, verduras? ¡Sería el colmo! —Y se tumbó en la cama riendo descontroladamente, de nuevo.

Ruki se cruzó de brazos, ofendida y empezó a irse a paso ligero.

— ¡Hey! ¿A dónde vas?

— ¡A bañarme! ¡No me molestes! —y dio un portazo tras ella.

Pero Ryo sabía que sólo tenía mal carácter y no estaba del todo enfadada. Si hubiera sido así, ni la palabra le dirigía.

La tomó con suavidad por la muñeca, en el camino. Ella lo fulminó con la mirada y abrió la boca para decirle algo, pero el de ojos azules la calló.

Las caras del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora