Rosalie

122 15 0
                                    


Me observé al espejo y toqué con mis dedos las grandes ojeras que ahora existían debajo de mis ojos y que, en contraste con mi pálida piel, eran muy notorias; todo era culpa del insomnio que me embargó cuando llegué de mi turno en el bar del casino. Luego de hablar con Walden y Douglas, sentía que el asesino podría estar acechando, a la espera de su siguiente víctima, la cual podría ser yo. Aunque sabía que no lograría acaban conmigo tan fácilmente. Agradecí a Dios por saber defensa personal y artes marciales, así que al menos daría batalla al criminal.

El asesino podría ser cualquiera de las miles de personas a bordo del Blue Star. Lo peor era que comenzaba a sospechar de Crystal. Cuando discretamente le pregunté sobre su desaparición, cambió la conversación y rápidamente huyó. Sé que oculta algo, quizás, la naturaleza de los asesinatos.

Abrí mi porta cosméticos y comencé a aplicar maquillaje, intentando ocultar esas horribles ojeras. Me tomó casi media hora. Cuando logré mi cometido, procedí a maquillar el resto de mi rostro con la esperanza de ocultar hasta el último testimonio de mi cansancio.

—¿Rose?, ¿estás bien? —preguntó Crystal desde su cama. Giré mi cabeza y la miré.

—Agotada —suspiré y terminé de maquillarme.

—No lo pareces —se sentó y me miró—. Yo no lograría verme tan guapa, si estuviera agotada.

—El maquillaje aplicado de forma correcta, hace milagros —admití. Luego, agarré un pequeño bolso. Allí guardé mi cámara fotográfica, un bloc de notas pequeño, el lapicero y otras cosas.

—Ya veo —murmuró. Me sonrió, pero mirada parecía ida, como si su mente no se encontrara realmente en el camarote.

— ¿Estás bien, Crystal? —pregunté, preocupada, casi con la esperanza de que me contara lo que ocultaba.

Quizás sea simplemente un asunto romántico, me obligué a pensar con falsa esperanza.

—No, pero ya lo estaré —se volvió a acostar, dando por culminaba nuestra conversación.

Hice una mueca ante su negativa a hablar, abrí la puerta del camarote y me dirigí al ascensor; tenía unas cuantas horas antes de entrar a mi primer turno. Quería disfrutar por un rato del precioso día que hacía. Planeaba admirar el océano y dejar que mis pensamientos negativos fuesen arrastrados por el oleaje.

Fui a desayunar, elegí un par de sándwiches y un jugo de naranja. Comí lo más rápido que pude y me encaminé hacia los pasillos laterales con la esperanza de tomar fotos y despejar mi mente por un rato.

Estaba apoyada en la baranda cuando escuché a alguien aclararse la garganta; me volteé y me encontré con Douglas. Lo miré sorprendida. En algún momento había mencionado a su mujer, pero siempre lo veía solo. ¿Estaría ocultando algo? Ya no era capaz de confiar en nadie.

—Hola Douglas —saludé, antes de volver mi vista hacia el mar.

Sabía que el investigador, tenía sus hipótesis sobre los asesinatos y posibles asesinos, pero eso es lo último que quería saber. Tenía ganas de huir de lo que sucedía actualmente.

—Hola Rosalie, ¿cómo estás? —Se puso a mi lado.

—Bien, gracias, ¿y tú? —No lo miré, iba a dejarlo hablar.

—Muy bien. Tengo algunos sospechosos en mente.

—Lo sé, Douglas, yo también —suspiré, pensé que podría huir de los benditos asesinatos, pero al parecer no era posible.

La fragilidad del oleajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora