Walden

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¿Cómo reaccionaría un pequeño pueblo ante un asesinato inesperado?

La pregunta llevaba en mi cabeza más de doce horas; y luego de una larga noche de insomnio y cerveza, todavía era incapaz de hallar la respuesta que buscaba. Una daga invisible apuñalaba mi sien y me pedía a gritos que detuviera el infructuoso tormento de mi razón. Necesitaba un descanso.

Estiré mis brazos en el aire y permití que un relajado bostezo con sabor a alcohol escapara de mi garganta. Observé la hora que indicaba mi laptop. Faltaba poco para el mediodía.

Resignado ante el desértico vacío de ideas, tomé un cambio de ropa interior de mi maleta y me encerré en el baño para poder darme una buena ducha de agua helada que despejara la nubosidad de mi mente.

El baño fue tan breve como el único párrafo que había escrito la noche anterior. Quizás, un buen desayuno me ayudara a brindarle energía a mi apagada inspiración.

Me coloqué un pantalón negro y la bata blanca que colgaba del baño de mi camarote. Había visto a varios pasajeros paseándose con ese atuendo por lo que supuse que mezclarme con ellos me ayudaría a comprender las posibles reacciones ante un crimen inesperado.

Sonreí.

Mi primera parada fue el restaurante del último piso. Me senté en una mesa justo en el centro del recinto y pedí una cerveza rubia y huevos revueltos. Mientras observaba el vaso, analizaba a los presentes.

Muchos pasajeros se habían encerrado en sus habitaciones hasta llegar al puerto. Quedaban apenas los viajeros más jóvenes y aquellos que no se preocupaban por perder sus vidas. Y el asesino, claramente.

No se veían familias con niños ni tampoco personas mayores.

Pensé.

¿Cómo reaccionaría un pequeño pueblo ante un asesinato inesperado?

Necesitaba interactuar con el resto. Observarlos de cerca. Hacer preguntas.

Me pasé el resto de la tarde indagando en vidas ajenas. Comencé decenas de conversaciones con pasajeros de distintas edades. Pregunté si tenían miedo, si habían pensado en un posible motivo o sospechoso, si conocían a las víctimas y asuntos similares. Me excusaba con la falsa afirmación de ser un gran lector de los viejos policiales clásicos y admitiendo que la vida real es distinta a la literatura.

Entre mis descubrimientos, comprendí que a la gente promedio le gusta hablar y expresar sus opiniones. Pero por sobre todas las cosas, nada los satisface más que los falsos chismes. Varias mujeres hablaban de un crimen pasional mientras que otros atribuían el caso a un secreto político. Los menos, decían que les daba igual el problema siempre y cuando no se vieran involucrados.

Tomé notas mentales toda la tarde.

Disfruté de algunas conversaciones por encima de las demás. Una serie de excéntricos pasajeros se cruzaron en mi camino a lo largo de la jornada y plantearon teorías que llamaron mi atención.

Cuando el sol comenzaba a caer, compartí la barra del bar al aire libre con un francés ebrio llamado Adrien. Entre sus desvaríos planteo la idea de un crimen cometido a modo de venganza por algo ocurrido en el pasado entre personas que aparentemente no estaban relacionadas. La seguridad de sus palabras podría atribuírsele al alcohol o a cierto conocimiento que no estaba dispuesto a compartir. Su personalidad extravagante cautivó mi imaginación para la creación de un personaje que ocuparía el rol de peluquero en mi novela. Adien observaba su reloj cada cinco palabras que decía y se peinaba su escaso cabello castillo cada vez que la brisa marina refrescaba nuestro semblante.

Otro personaje peculiar fue Giulia, una señora que captó mi vista con su atractiva apariencia de secretaria de película pornográfica, de esas que utilizan minifaldas, tacos altos, lentes de marco rojo, excesivo maquillaje y lencería erótica. No me molestaría contratarla. Era común que los escritores poseyeran un asistente editorial.

Sacudí mi cabeza para alejar la idea de mi cabeza e inicié una conversación en inglés. Se notaba que ambos habíamos aprendido el idioma, por lo que pronto descubrimos nuestras respectivas procedencias. Y ella, a pesar de ser italiana, hablaba alemán.

Ya con más naturalidad y herramientas discursivas, subí con ella al ascensor que nos llevaría al casino. Le pregunté sobre los asesinatos y si temía por su vida. Su respuesta, casi confirmando mi primera impresión, fue que era demasiado hermosa para morir y que ni siquiera el criminal podría resistirse a sus encantos. Le pregunté a modo de broma si formaba parte de la mafia italiana y conocía la realidad sobre los asesinatos. Su respuesta fue una misteriosa sonrisa que no logré descifrar.

Nos separamos.

Con la mente desbordante de ideas y diseños de personajes, regresé a mi habitación. Me quité la bata y el pantalón. Nuevamente en ropa interior, al igual que cuando abandoné mi trabajo por la mañana, comencé a escribir. Quería terminar de poner en palabras mis pensamientos antes de la medianoche, así podría luego tomar un descanso en el bar.

Definitivamente, necesito una buena secretaria.


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⏰ Última actualización: Oct 03, 2016 ⏰

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