Douglas

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Aún podía disfrutar de otros dos meses libres ya que había pedido las vacaciones acumuladas por varios años, era un total de casi cuatro meses que tenía para descansar, aunque sabía que no lo haría. Siempre me salían tareas mínimas que tomaba por pasatiempo. Ya llevábamos dos semanas en Nueva York, el viaje desde España había sido algo aparatoso. No conseguimos asientos en primera clase, los cuales Yaneth quería pagar, por lo que viajamos en segunda. No es que fuera una opción pésima, pero no tienes control sobre quién se sentará a tu lado.

—Tenemos que ir a celebrar el año del éxito, de la suerte, de nuestra suerte. Pero hay que festejarlo lejos de aquí. En otro sitio. Nunca he visitado Nueva York —dijo Yaneth de modo directo.

Yo sabía que ella quería ir allá. Estábamos cumpliendo siete años de casados; de toda la relación llevábamos casi once. No me arrepentía de haberlos pasado junto a ella. Y como buen esposo, quería darme unas buenas vacaciones con mi gran mujer.

Una semana después de haber tenido un largo debate sobre qué haríamos y a dónde iríamos, ella ganó. Las mujeres siempre saben cómo convencer a un hombre. La carne es débil, y yo soy un debilucho ante ella. En los días siguientes Yaneth compró los pasajes de avión.

Yo completé el mejor aniversario. Antes de salir de España, averigüé y compré dos boletos en el crucero Blue Star, que viajaría de la costa de Nueva York a las Bahamas en un trayecto que duraría diez días. Los boletos eran para un camarote de lujo, ella realmente se merecía lo mejor por aguantarme por tanto tiempo. Además, agradecía que Yaneth soportara que ejerciera mi empleo sin descanso; desde siempre me había hecho saber que lo odiaba, que era peligroso, que irrumpía la privacidad del resto. Y aunque ella tenía razón en la mayoría de cosas, no podía dejarlo, era lo que nos daba de comer, era lo que había complementado parte de mi vida en mi juventud. Y era gracias a mi empleo que ahora podía pagar estas vacaciones.

Entre las dos semanas que ya llevábamos en Nueva York, había evitado ir a la Estatua de la Libertad porque ahí quería darle la bonita noticia, esperando que fuera bien aceptada.

Pasamos por el Empire State, Time Square, recorrimos Central Park y, finalmente, en la Estatua de la Libertad le di la noticia.

Se guindó de mi cuello dándome decenas de besos. Había sido una idea excelente.

El día había llegado, nos levantamos temprano para asegurarnos que todo estaría en orden. Las maletas estaban hechas, ella tenía su bolso de mano y yo mi maletín. Nos colocamos ropa cómoda y cargamos uno que otro dulce para el camino. No conocíamos las tiendas dentro del crucero o cómo funcionaba el asunto de la comida.

Lentamente, bajamos desde el apartamento que una amiga de Yaneth nos había alquilado por un módico precio. Salimos a la calle, donde detuvimos un taxi que nos llevara hasta el puerto. Teníamos una hora de retraso según lo planeado la noche anterior.

La fragilidad del oleajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora