Era un día cualquiera para Simón, una mañana más en su monótona vida. Otra vez amanecía con el molesto e inoportuno timbre del despertador y lo último que quería hacer era levantarse, pero la alarma insistía. Su cabeza estallaría en cualquier momento si seguía escuchando aquello un solo segundo más. Alcanzó uno de los cojines y lo puso sobre su cara ahogando un grito. Dejó el cojín a un lado y se giró perezoso para apagar ese tormento de alarma, otro día comenzaba como siempre. Se sentó en la cama frotándose los ojos y entonces buscó sus gafas en la mesita de noche, donde siempre las dejaba antes de dormir, pero que muchas mañanas desaparecían inexplicablemente. Suspiró cansado y se dejó caer golpeándose la cabeza contra el cabecero de la cama.
-Gracias por avisarme de que sigues ahí- dijo Simón molesto, frotándose la coronilla, como si estuviera hablando con el cabecero de la cama.
Lo peor no había sido el cabezazo, sino que ahora tendría que ir tras su gato para recuperar las gafas. Hace 4 años que lo adoptó y hace 4 años que se dedicaba a jugar con sus gafas, curiosamente siempre por las mañanas. Lo quería mucho, pero esto no era lo que necesitaba a las 8 de la mañana.
-¿Dónde diablos se metió este gato?- preguntó desde su cama todavía. Ahora sí que le tocaba levantarse y buscar al gato por toda la casa. Revolvió todo su cuarto y no aparecía por ningún lado, ni debajo de la cama, ni en el armario, ni entre los cojines. De mala gana y cansado, abrió la puerta de su cuarto pensando cómo su gato podría haberla abierto y volver a cerrarla.
Salió llamándolo a voces para ver si atendía a su llamado, pero se veía que estaba demasiado ocupado y que aquello que estuviera haciendo era más importante que hacerle caso a su dueño. Bajó las escaleras maldiciendo para sus adentros y el día no hacía más que empezar. Llegó al salón y allí lo vio, en uno de los sillones, muy entretenido jugando con sus gafas.
-¿Otra vez? ¿En serio?- dijo indignado con los brazos en jarra. Se acercó al gato y fue directo a por sus gafas, pero el animal no quería colaborar y le propició un buen arañazo en la mano haciendo que Simón se quejara- Ahora no es el momento de jugar, son mis gafas y tú no las necesitas- de nuevo fue a por sus gafas. Esta vez sí logró cogerlas, a pesar de que al gato no parecía gustarle demasiado.
Simón examinó sus gafas y comprobó que no tenían ningún daño, solo babas de gato. Lo miró nuevamente, allí seguía en el sillón, como esperando algo. Simón se sentó en el suelo junto al sillón y acarició la cabeza del gatito que ronroneaba ante el contacto de sus dedos. No pudo evitar reír- creo que tendré que comprarte unas gafas de mentira para que juegues con ellas cuanto quieras- miró su reloj y corrió a su cuarto. Estaba a muy poco de llegar tarde, otra vez. Por desgracia para él ya se había convertido en un hábito. Se prometió a sí mismo que nunca más llegaría tarde a la universidad, pero por unas o por otras, siempre había algún día que llegaba tarde. Se vistió a toda prisa, limpió sus gafas y cogió todas sus cosas. De nuevo se iba sin desayunar y le tocaría comer algo después de su primera clase.
Estacionó frente a la universidad y volvió a mirar el reloj por enésima vez esa mañana. Quedaban 5 minutos para el inicio de la clase, así que, sin perder ni un segundo, se apresuró a llegar al aula, donde ya estaban casi todos. Se sentó y respiró aliviado, hoy se libraría del sermón sobre la importancia de la puntualidad que ya se conocía de memoria.
Para colmo de males la hora se le hizo eterna, se moría de hambre y aquello parecía que no terminaba nunca. El sonido del timbre fue como música celestial para sus oídos. Salió como un rayo hacia la cafetería, si no comía algo ya, caería desmayado en cualquier momento.
Justo en medio de su desayuno, apareció en la cafetería uno de sus mejores amigos, Alejo. Cuando lo ubicó en una de las mesas se fue a sentar junto con él.
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Sobre el amor y sus efectos secundarios
القصة القصيرةSerie de relatos cortos basados en las 12 canciones del álbum de Morat: Sobre el amor y sus efectos secundarios.