6-. Acciones heroicas

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Cuando presencié la maniobra de Steve al acorralar a los piratas, me acerqué decidida a la escena. Me interpuse entre los soldados y los delincuentes, y en ese instante, Steve me lanzó una mirada que claramente advertía de la gravedad de la situación. A pesar de ello, no me dejé amedrentar y me aproximé al filo de la espada de uno de los cadetes, dejándole en claro que no se trataba de un juego.

—Mariam, no voy a responder como lo haría tu primo si no obedeces. Te exijo que regreses junto a Kingsley y lo acompañes. Este asunto ya no te concierne.

En lugar de acatar sus órdenes, tomé la mano de Gibbs y lo llevé conmigo hasta quedar cara a cara con Steve. Sabía que acababa de cruzar una línea sumamente delicada entre él y yo, pues siempre me había advertido que, cuando se trataba de su labor, no actuaría como mi primo, sino como el coronel de uno de los ejércitos más poderosos del mundo.

—Si tienes la intención de arrestarme junto a ellos, estoy dispuesta a enfrentar las consecuencias de mis acciones —extendí mis brazos, ofreciéndome para ser encadenada—, pero eso no cambiará mi compromiso con estos hombres. Steve, sin su ayuda, es probable que yo fuera presa de una jauría de lobos en este momento.

Steve, visiblemente frustrado, ordenó a sus hombres bajar sus armas.

—Ahora, Mariam, es fundamental que comprendas cuál es tu lugar. Conoces la ley, y estás ayudando a hombres condenados por sus acciones, que enfrentan la horca. Lo diré una vez más, ve junto a Kingsley.

Pero yo no iba a ceder. Mis principios eran inquebrantables, y arriesgué mi propia reputación al tomar las cadenas de Adrien destinadas a la aprehensión de los piratas. Las coloqué en mis propias manos y desafié la mirada de Van Dort. Aun hoy, siento compasión al recordar cómo respiró profundamente antes de hacer un gesto a Kingsley, indicándole que me llevara por la fuerza.

—Adrien, ten en cuenta que, si me llevas a la fuerza, nuestra enemistad será eterna —advertí antes de que el soldado acatara la orden de mi primo.

—Debes recordar que tu lealtad está con tu superior, no con una joven caprichosa, Adrien.

Kingsley, debatiéndose entre su amistad conmigo y su deber en el ejército, finalmente optó por seguir las órdenes de su rango. Me tomó en sus brazos y me llevó a las habitaciones que me habían asignado, donde me encerró con llave y colocó a un soldado en la puerta para velar por mi buen comportamiento.

Dentro de ese recinto, me di cuenta de que no había absolutamente nada que pudiera ayudarme a escapar, por lo que acaté las instrucciones y esperé pacientemente a que me informaran sobre mi destino. No tenía noción del tiempo que transcurrió hasta que finalmente apareció el señor Knightley, acompañado por una de las criadas. Portaban utensilios médicos y una ligera merienda que, en mi desobediencia, me negué a probar.

El señor Knightley, siendo el médico del ejército que había atendido heridas mucho peores que las mías, inició sus curaciones. La criada se encargó de devolver los suministros a la cocina, y el señor Knightley permaneció en la habitación conmigo, colocando una silla frente a la puerta para prevenir cualquier acto impulsivo de mi parte. Su silencio me hizo pensar que mi primo estaba detrás de esta táctica, disfrutando de aplicar desdén cuando se sentía molesto.

—Señor Knightley —lo llamé, pero él continuó absorto en su lectura—. Señor Knightley, ¿sabe que es de mala educación dejar a una dama con la palabra en la boca?

—El capitán Van Dort indicó que la tratara como a una prisionera, por lo que mis modales continúan siendo tan correctos como siempre. No tengo ante mí a ninguna dama —respondió con frialdad.

A punto de protestar ante la ofensa, opté por contenerme y decidí jugar el juego de mi primo, esperando que cayera en su propia trampa. Me recosté y fingí estar dormida, observando cómo de vez en cuando, el señor Knightley se percataba si había algún cambio, para luego volver a su lectura con imperturbable calma.

Piratas (En Reedición)🚩Donde viven las historias. Descúbrelo ahora