3-. Honesta piratería

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En la taberna, se respiraba una suerte de ensoñación que me incitaba a no despertar. A mi disposición, había ron en abundancia, música de calidad y unas pocas monedas que me instaban a quedarme allí hasta que amaneciera, setenta veces siete veces, tal como sugieren los misioneros que debemos perdonar a nuestros enemigos. A mi lado reposaba un marinero anciano, profundamente dormido, quien balbuceaba sus pensamientos sobre mujeres y ron. Imagino que su sueño era un refugio mejor que la cruda realidad, ya que, a pesar del bullicio del lugar, su sueño era el más sereno.

Gibbs, el marinero junto a mí, no era más que un renegado del mar que había encontrado en la piratería lo que la corona no había podido ofrecerle. Cualquier hombre en pleno uso de sus facultades mentales cambiaría su libertad por la esclavitud y el servicio a un monarca inútil y con sobrepeso.

Lancé una moneda al aire, aferrando mi destino justo antes de que aterrizara en la mesa. Parecía que el curso de las cosas me dictaba que era momento de emprender una vez más mi viaje por el mundo. Tras dar un sorbo al ron, coloqué con cariño mi sombrero favorito sobre mi cabeza y solicité a una encantadora dama un jarrón de agua, que desafortunadamente terminó dándole un inesperado baño a mi compañero. Gibbs profirió una maldición en voz alta y comenzó a buscar al culpable de su vuelta a la cruda realidad.

—Todo un gusto hacer que despierte, maestre — dejé el jarrón con cuidado sobre la mesa y vertí el resto del ron que quedaba en la botella.

—Usted sabe que el hombre siempre es maldito cuando despierta a otro hombre.

—Pero es más maldito el hombre que no despierta cuando el hombre al que maldijo es su capitán.

—No tengo reproches a eso —respondió y me siguió hasta la puerta.

En el exterior, se respiraba una calma que difícilmente se encontraba en algún otro lugar aparte de Tortuga. Este rincón era el paraíso de los proscritos, las mujeres de moral ambigua y los comerciantes que se habían hartado de complacer a la corona y sus asfixiantes impuestos. Aquí se congregaban hombres de todas las latitudes: eruditos que conocían el pecado en todas sus manifestaciones, amantes del alcohol y la licencia; ladrones que habían fracasado en su centésimo intento de saquear el pueblo; insensatos que abrazaban el desenfreno y algunos soldados que no habían tenido el valor de regresar a casa tras una derrota.

También se encontraban damas que vivían como reinas sin corona, a la espera de algún capitán de barco que pudiera convertirse en su rey.

Era una tierra sin credos ni religiones, ondeando una bandera que simbolizaba la muerte y que nos unía como hermanos en los momentos más oscuros de la existencia, y, por supuesto, en los días de bonanza, cuando el viento siempre soplaba a nuestro favor.

—Supongo que estamos zarpando porque tienes alguna recompensa en mente, ¿verdad, Jack? —inquirió Gibbs, tratando de mantenerse a la par conmigo.

—Supones mal —respondí—. Me voy porque el mar me llama y el dinero se está agotando.

—Capitán, si me permite...

—Estás permitido.

—Todos en la tripulación, incluyéndome, anhelamos un poco de honrada piratería. ¿Tal vez quiera que busquemos un tesoro, abordemos un barco o secuestremos a una dama encantadora?

—Estamos practicando la piratería más honesta al beber ron en cantidades, amigo. En cuanto a tus propuestas, tengo ciertas objeciones.

—¿Podría mencionar cuáles son, señor?

—A la primera, la rechazo rotundamente. A la segunda, la descarto por completo.

—¿Y a la tercera?

—La respaldo.

—¿De verdad? —pareció sorprendido y contento con mi respuesta—. Bien, entonces buscaremos a una dama de alta clase e integridad, conozco un lugar donde...

Piratas (En Reedición)🚩Donde viven las historias. Descúbrelo ahora