10-. Ojos color mar

1K 92 18
                                    

El encanto infantil de Mariam no lograba disipar las dudas que Barbossa y yo empezamos a tener. Aunque confiábamos en ella por necesidad de sobrevivir, uno debe siempre mantenerse alerta al lado del enemigo, y creer en las palabras de una traidora no era en absoluto lo que deseábamos hacer.

La reina no parecía estar asustada. Entre el miedo y el odio se abría un abismo que no supimos evaluar mientras navegábamos en una barcaza por las aguas del río de fuego, el camino más seguro para llegar al mar, a través de las cuevas y lejos de la vigilancia de la marina.

El lugar estaba estratégicamente convertido en un sendero desprovisto de vigilancia, excepto por los osos que nos observaban cautelosos desde la orilla, o quizás por la mirada penetrante de los leones de montaña que, ocultando su letalidad bajo la belleza de su complexión, representaban una amenaza mortal para cualquiera que se cruzara en su camino.

Todos los hombres avanzábamos en calma, llenos de esperanza. Había confianza en que, después de tanta discordia e incertidumbre en torno a nuestro legado, el tesoro de Arthur Gells sería descubierto y reclamado por piratas que estaban lejos de ser la sombra de las leyendas que se contaban sobre nosotros.

Hacía ya mucho tiempo que habíamos dejado de perseguir galeones españoles o veleros de la East Indian Company. Era imposible no darse cuenta de que, a pesar de tener barcos especialmente diseñados para la rapidez en el océano, nuestras reservas para el combate se habían reducido drásticamente. Al menos sabía que no era el único que pensaba de esa manera. Mis compañeros de oficio también sufrían de muchas desventajas y enfrentaban situaciones similares a la mía.

Ahora, enormes convoyes custodiaban los galeones provenientes de la Nueva España o del Perú. Era un suicidio siquiera intentar acercarse a observar aquel desfile. Este era el fracaso de nuestras aventuras. Vivir era preferible a ser un pirata con suerte y riqueza.

Vivir siempre iba a ser prioridad.

Levanté la vista y divisé a las damas, acorraladas en la proa de la balandra que Barbossa había capturado antes de subir a bordo. Era un barco bien equipado para salidas, no para el combate, por lo que estábamos todos alerta para evitar que cualquier bote de la marina se acercara a inspeccionar.

—¡Pirata! —gritó Mariam—. La reina desea hablar con el capitán.

Barbossa soltó el timón y se dirigió hacia las mujeres. Su forma de caminar no era precisamente elegante, y su atuendo era una mezcla entre vagabundo y bufón. ¡Cómo cambian los hombres con el poder! Héctor había dejado de ser el temible pirata o corsario del Atlántico y el Caribe hace tiempo. Ahora parecía un payaso ridículo y empobrecido.

—Capitán Héctor Barbossa a vuestros pies —dijo haciendo una reverencia que fue imitada de manera cómica por su mascota. Mariam sonrió burlona al ver que el mono hacía gestos circenses, pero la mirada furiosa de la reina la hizo bajar la cabeza y callar.

—Negociaré con usted los términos de nuestra liberación inmediata. Sus demandas serán satisfechas tan pronto como decida anclar en algún puerto de mi reino.

En las manos de Barbossa, sucias y heridas, había una gran cantidad de anillos con preciosas joyas, cadenas de oro y un cuchillo nazarí que sostenía con respeto. La afilada hoja y la peligrosidad del arma provocaron un leve titubeo en la reina, que ocultó rápidamente.

—Hace años que no negocio la libertad de nadie —escupió Héctor.

—Creo..., creo que seré la primera en romper esa racha. Sabe que tengo un poder excesivo a mi disposición. Podría ordenar un ataque contra usted y su banda de embusteros sin que puedan ofrecer resistencia. No suelo perdonar a los piratas, pero usted será el primero al que le otorgaré el perdón y la libertad.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Oct 13, 2023 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Piratas (En Reedición)🚩Donde viven las historias. Descúbrelo ahora