Capítulo 4

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Se dice que cuando la mente es testigo de algo irreal, las personas atraviesan ciertas etapas.

Yo al parecer me encuentro en negación, pues lo que veo, no tiene lógica alguna. Quisiera negarme a creer esta situación.

«¿Acaso es él?»

Con esa pregunta, sé que he alcanzado la etapa de duda.

Sí, es «Él». El corazón me lo dice, incluso puedo sentirlo, desde mis pies hasta el último cabello que cae con gracia sobre mi frente.

De inmediato, recuerdo cada sueño recurrente. «Él» ahora tiene un rostro; lo sé porque estoy en la etapa de observación.

Su cabello es castaño claro, o al menos eso parece, ya que la luz magenta que le rodea, distorsiona un poco el color.

El iris de sus ojos es verde, como una hoja llena de vitalidad. Su nariz respingada y labios delgados dan armonía a su rostro.

Lo observo. Él sonríe con un aire burlesco, y al mismo tiempo, levanta una de sus cejas, como si me estuviese retando.

Hay algo más... Este chico de piel clara, está desnudo frente a mí. Puedo ver su virilidad, pero el misticismo propio del momento, opaca toda vergüenza que yo pueda sentir.

Mientras observo cada detalle en él, la luz magenta desaparece, y esa lámpara en la mesita de noche se enciende sola otra vez. Creo que acabo de asimilar la situación, pero eso no evita que yo grite con fuerza en medio de la noche.

La puerta de mi habitación se abre de repente. Mi abuela literalmente ha visto “ la situación”, y por supuesto, grita alarmada.

¿Qué pensará ella al verme gritando porque hay un chico desnudo en mi cuarto?... Nunca lo sabré.

—¡Auxilio! ¡Arthur! —Mi abuela llama a papá—. ¡Un pervertido ha entrado a la casa! —Señala al chico—. ¡¿Quién eres y qué haces aquí desnudo?!

La abuela me dirige la palabra.

—Anthony, iré por tu padre —lo dice agitada—. Le diré a Arthur que traiga la escopeta, y le vuele los sesos a este pervertido.

—¿Qué? —Me sorprendo.

—Tranquilo, nieto mío —me llama—. No te muevas, que voy por ayuda.

Mi abuela sale despavorida de la habitación.

Debo hacer algo. Si mi padre viene con la escopeta, este chico estará perdido.

Abro rápidamente la ventana. Enseguida tomo una cobija. Con mucha prisa cubro al chico.

Ahora sostengo los pantalones cortos que siempre coloco en la silla, y por primera vez, le dirijo la palabra a él.

—Huye por la ventana —le ordeno con firmeza—. ¡Pero rápido! —suelto un regaño—. Espérame al otro lado.

Mientras busco una linterna, noto la capacidad de respuesta que muestra el chico ante mis instrucciones.

Sin pensarlo dos veces, salgo por la ventana, cerrándola de inmediato, mientras obviamente voy tras él.

—¡Corre! —le grito—. ¡Corre si quieres vivir!

La luz de la linterna es débil, pero nos permite ver un poco el camino. De hecho, ilumino el césped con cautela. No vaya a ser que tropecemos con alguna serpiente. A veces, suelen aparecer en medio de la pradera, especialmente si es de noche.

En cuanto se escucha un disparo, ambos nos arrojamos al suelo. Todo apunta a que el impacto ha roto el vidrio de mi ventana.

—¿Estás herido? —le pregunto al chico, pero él no responde.

Volverá la primaveraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora