La atracción de los polos opuestos

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Lo primero fue establecer una norma irrefutable e imprescindible: que nada de lo que pasara en política afectaría a su relación personal, y nada de su relación personal afectaría a la política. Sonaba bastante simple, y si ya lo habían conseguido cuando eran algo así como amigos, no había motivos para pensar que no fuera posible... O así parecía hasta que empezaron a llevarlo a la práctica. Costaba bastante más decirse de todo en la tribuna del Congreso y seguir como si nada cuando sus sentimientos eran más fuertes y podían herirse con más facilidad, pero cada vez que ocurría, se recordaban esa primera norma y lograban que todo volviera a la normalidad. Sabían que era necesario metérselo en la cabeza y acostumbrarse a ello, por un lado, para que su relación no se resintiera, y por otro, para que nadie ajeno a ella pudiera verse afectado, ya que aquello sí justificaría que alguien lo criticara.

Aunque la verdad era que no contemplaron hacerlo público en un primer momento. Ni siquiera en un segundo momento. El pobre Errejón seguía siendo el único que llevaba la historia al día, ya que Pablo no se animaba a tener con su equipo esa conversación de "¿y esto cómo lo vamos a llevar ante los medios?", y Albert no tenía tanta confianza con nadie en su partido, o quizá más bien no tenía confianza en que nadie lo fuera a aceptar sin problemas, por lo que aparcó de forma indefinida la decisión de compartirlo con alguien. Nadie tenía por qué enterarse mientras tuvieran cuidado, se decían. Ya habría tiempo para hacerlo público y planear cómo.

Continuaron compartiendo sus momentos separados a través de whatsapp, lanzándose miradas significativas en el Congreso, haciéndose gestos pactados con un significado que sólo ellos entendían. Continuaron encontrándose en hoteles después del trabajo, y Albert siempre cambiaba el hotel "por si acaso", aunque Pablo insistía en que llamaría más la atención que se fueran recorriendo todos los hoteles de Madrid (e incluso alguno de Barcelona). Y allí continuaron dando rienda a su pasión, a sus sentimientos, y trataron de alargar cada vez más las estancias porque nunca parecía suficiente. Pasado un mes, los hoteles ya se quedaban insuficientes para todo lo que ellos tenían y se atrevieron a dar el paso de encontrarse en la casa de uno o de otro, donde podían relajarse y actuar como una verdadera pareja, y como resultó que nadie les descubría, se volvió tan habitual que incluso se animaron a pasar las noches juntos.

Y aquello lo descubrió Íñigo de mala manera, una mañana que entró con su llave en el piso de Pablo y se coló en su cuarto dispuesto a despertarle de un susto. El susto se lo llevó él al encontrarse a Pablo y a Albert debatiendo intensamente, y desde entonces, el catalán no podía mirarle a la cara ni para meterse con él, y Errejón no volvió a usar su llave sin avisar.

Pero accidentes aparte, todo parecía ir de maravilla de aquella manera. Es cierto que más de una vez escocía lo que se decían en público y luego la tentación de retirar la mirada y contestar de manera cortante en la intimidad se convertía en algo inevitable. Eran humanos al fin y al cabo, y en la teoría todo era mucho más fácil que en la práctica. Pero siempre terminaban entrando en razón, y aquellos pequeños enfados se convertían en excusas para tener intensas reconciliaciones, por lo que más de uno y más de dos fueron prácticamente fingidos.

También había algo divertido y estimulante en el secretismo. Es verdad que les complicaba mucho las cosas y que a veces, tomándose una cerveza en uno de los pisos, fantaseaban con lo genial que sería poder hacer eso mismo pero en una terraza al aire libre, pero por otra parte, así tenían constantemente la sensación de estar saltándose alguna norma, y el orgullo desafiante que todo el mundo siente al cometer una gamberrada les acompañaba en todo momento. Y era adictivo. Era adictivo compartir esas miradas cargadas de significado cuando les rodeaban cientos de personas ignorantes de lo que pasaba entre ellos, o enviarse mensajes que lo echarían todo por tierra sólo con que alguien alcanzara a leer algo de reojo. De hecho eso último era más bien la especialidad de Pablo, que siempre tenía demasiadas cosas que decir y no se cansaba de ver las reacciones de Albert al leerlas en público. Y como luego en privado se proponía castigarle, Pablo se terminaba volviendo aún más adicto. Así que podía decirse que eran adictos al riesgo, adictos a su relación y adictos el uno al otro.

Poco antes de cumplirse dos meses desde que empezaran con aquello, Albert consiguió darle la vuelta al asunto y ser esta vez él quien pusiera a Pablo en un pequeño aprieto. Era sábado y él estaba en Barcelona como de costumbre, visitando a su hija Daniela, y Pablo casualmente estaba en la ciudad por asuntos del partido, por lo que Albert le escribió proponiendo un encuentro. Y al encuentro se presentó inesperadamente con Daniela. La cara de pánico que se dibujó en el rostro de Pablo durante unos segundos sirvió para que Albert se sintiera más que vengado, pero tampoco era ése su único objetivo. De verdad quería que se conocieran, suponía un paso importante y algo arriesgado para él, aunque Daniela fuera aún demasiado pequeña para entender la realidad, pero ella era lo más valioso que tenía en su vida y hacer a Pablo partícipe de ello tenía su significado.

Y fue mejor de lo que podría haber esperado. Pablo tendía a una mezcla de debilidad y nerviosismo ante los niños, pero pareció cogerle el truco enseguida a Daniela y ella a él, y para cuando la niña tuvo que despedirse de ellos, ya se había encariñado lo suficiente como para pedirle que volvieran a jugar juntos. Y Albert se le caía tanto la baba que necesitaba un balde.

- Anda, que buena me la has hecho – comentó Pablo cuando se quedaron a solas. - Esta vez me toca a mí castigarte a ti.

- Ha sido cosa de Daniela – mintió Albert. – Dijo que quería conocer al novio de papá y claro...

Aquélla fue la segunda sorpresa para Pablo, y no pudo disimular su reacción aunque lo intentara.

- ¿Y qué piensas? ¿Crees que le ha gustado el novio de su papá?

- Mi novio gusta hasta a los que quieren odiarle.

- Debe de ser un tío muy encantador.

- Sí, aunque también es un poco tonto. Después de dos meses juntos, resulta que le sorprende que le llame mi novio.

Pablo sonrió a pesar de sentir que le ardían las mejillas. Lo de ser "novio de Albert" definitivamente sonaba muy bien.

- Algún fallo tenía que tener.

Y así discurría todo, entre secretismo y normas no escritas, y su relación se desarrollaba con una facilidad increíble e inesperada. Al menos, hasta el día en el que, en uno de los pasillos del Congreso, rodeados de cientos de diputados y periodistas, Albert olvidó dónde se encontraban y saludó a Pablo con un beso que dejó a todo el mundo boquiabierto. Para cuando se dio cuenta de lo que había pasado, sus nervios le impidieron inventar una buena excusa, lo que sumado al ataque de risa incontrolable de Pablo hizo imposible ocultar por más tiempo la realidad. Y así fue como su relación salió oficialmente a la luz. Con un beso accidental a la vista de todo el mundo.

Pablo nunca dejó de bromear sobre la gran cagada de Albert, quien tanto empeño había puesto desde el principio en ser cuidadosos con su secreto. Y aunque lo hiciera para quitar hierro al asunto, los primeros días Albert los pasó en un infierno de incertidumbre y culpabilidad. Les había ido todo demasiado bien hasta ese momento, tanto que les sorprendía incluso a ellos, y temían que nada volviera a ser igual desde que la información cayó en manos de los medios, de rivales políticos, de sus propios partidos y de gente con demasiadas ganas de opinar de la vida privada de los demás. Y claro, algunas cosas cambiaron: tuvieron que contestar en mil entrevistas a las mismas preguntas demasiado personales, aclarar mil veces que su relación no influiría en la política, dar explicaciones y escuchar sermones de sus compañeros de partido a causa del secretismo con el que lo habían llevado todo, soportar las opiniones de periodistas que aseguraban que todo era un montaje para llamar la atención... Pero comprobaron que se equivocaban al pensar que nada volvería a ser lo mismo. Ellos seguían siendo los mismos. Sus sentimientos eran los mismos. Y como decidieron aquel primer día en el hotel, eso era todo lo que necesitaban para lograrlo.


Y así fue. Ante la sorpresa de muchos, juntos consiguieron luchar contra viento y marea y sacar adelante su relación. E incluso llegaron a acostumbrarse a los artículos sensacionalistas sobre ellos que se dedicaban a analizar la atracción de los polos opuestos. 


Los polos opuestos se atraen demasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora