Y pasó lo que tenía que pasar

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A pesar de que había intentado auto-infundirse confianza tras su conversación con Íñigo, cuando llegaron juntos al Congreso y volvió a meterse en la dinámica parlamentaria, recuperó su plan inicial de ignorar la existencia de Albert y esquivarle en la medida de lo posible. Sin duda, aquél no era el lugar para sacar el tema o intentar desarrollar nada, con políticos carcas y periodistas por todas partes. Claro, que el destino no estaba de su parte y cuando fueron a entrar al Hemiciclo, se encontraron con un gran atasco de diputados en el pasillo, causado al parecer por una entrevista que le estaban realizando a alguien importante unos metros más adelante. Con tanta gente no pudieron ver de quién se trataba, pero Pablo no tardó en darse cuenta de que Íñigo y él se habían quedado atascados justo al lado de Albert y parte de su equipo. Como no podía ser de otra manera.

La mirada fugaz que compartió con Íñigo fue de lo más expresiva, y rápidamente interrumpida por Albert al percatarse a su vez de su presencia allí. Su saludo fue el habitual, un apretón de manos y algún toquecito en el hombro, pero a Pablo le dio la impresión de que Albert sonreía más de lo habitual, y trató de mantenerse estoico con la mirada al frente, fingiendo normalidad. Una normalidad que no existía delante de Albert desde que se había empezado a encaprichar de él, pero que exceptuando el descaro de la conversación de la última noche, le había dado buenos resultados ocultando sus sentimientos. Claro, que su brazo se rozaba de vez en cuando con el de Albert y volvía a asaltarle el pensamiento ya habitual de que en cualquier momento saldrían chispas físicas y reales entre ambos. Íñigo estaba tan tieso y silencioso a su lado que quizá estuviera pensando lo mismo.

Y el atasco no avanzaba nada, y Albert terminó volviéndose hacia él, aún con esa sonrisa demasiado radiante:

- ¿Qué tal? ¿Mucha resaca?

Esa mención tan rápida al coqueteo de la noche anterior habría dejado fuera de juego a cualquiera con menos tablas que Pablo, pero afortunadamente él estaba entrenado en escapar de encrucijadas verbales y contestó sin comprometer apenas el control de su expresión:

- ¿Qué pasa, que me ves hecho un asco?

- No, no – se apresuró a aclarar Albert. Su vehemencia gustó demasiado a Pablo. – Vamos, no es que... Digo que como dijiste que habías bebido y...

Albert tenía tendencia a trabarse cuando se ponía nervioso, y Pablo se apuntó ese tanto. Mientras tanto, Íñigo se había convertido en un núcleo irradiador de incomodidad suprema y parecía estar conteniendo incluso la respiración mientras mantenía una intensa mirada hacia el infinito.

- Sí, ayer se me fue la mano con las cervezas – replicó Pablo, buscando una vez más la normalidad – Pero no noto resaca hoy. Se ve que tengo práctica ya.

- Si bebéis cerveza en las reuniones, entiendo mejor algunas de las medidas de vuestro programa.

Ése era el tipo de comentarios de Albert que sacaban la fiera interior de Íñigo, por lo que su silencio resultó más que revelador. Al parecer no quería... ¿interrumpir?

- Eso me ha sonado a envidia, Albert – contestó Pablo en lugar de su amigo – No es culpa mía si vosotros no sabéis divertiros.

- ¿Entonces te divertiste anoche?

La pregunta de Albert sonó de lo más casual, pero el volumen de su voz había bajado mucho repentinamente, casi como si no quisiera ser escuchado. Pablo lo imitó y estudió su rostro al responder:

- Bueno... podría haberlo pasado mejor.

Albert sonrió, se sonrojó, bajó la mirada, se colocó la corbata, la chaqueta y luego se retorció las manos. Y todo ello casi a la vez, como el manojo de nervios que era. No había duda de que había captado la indirecta, aunque Pablo no habría sabido decir si su incomodidad era positiva o negativa. Tampoco tuvo tiempo de averiguarlo, porque el pasillo se destaponó al fin, los diputados comenzaron a avanzar, y ellos también. Pero cuando se separaron para ocupar sus respectivos escaños, Pablo sintió una palmadita fugaz en la espalda y, a juzgar por la expresión de asco profundo de Errejón, había sido efectivamente cosa de Albert.

Los polos opuestos se atraen demasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora