IV.- Die Romantiker

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Aquellos, los románticos, también necesitan un momento de profunda oscuridad donde los sentimientos no tiene cabida. Necesitan un tiempo de hartazgo y soledad, de nausea real ante casi todo lo humano.

Sabines ya los describió como los amorosos. Aquellos amorosos también tienen derecho a un descanso... Y pueden dejar de buscar porque de todas formas jamás van a encontrar.

Los románticos oscuros probablemente no tendrán una Annabel Lee que lea sus poemas en voz alta, ni una Armanda que los invite a aprender Fox Trot, con quien se encuentren en el teatro mágico que definitivamente es sólo para locos.

Los románticos se abruman de sentir tanto y entonces así, un día sin más, ya no sienten nada. Y se quedan ahí por días, meses, quizás años.

Se burlan de Neruda o Benedetti. !Qué tontos que fueron! exclaman, 'que enamorados desperdiciaban palabras'.

Cuánto durará el encanto en aquellos que se toman de las manos y se besan en cada esquina. Al rato cargarán con una piedra en el pecho, arrepentidos de tantos fantasmas.

Esos románticos se fuman un cigarro mientras observan al mundo pasar y luego se sienten solos, por un rato, casi nada. Al darse cuenta de las nubes, del viento que golpea la cara, del olor a tierra mojada o el sonido de los truenos, en el mundo encuentran sosiego.

Le escriben a la naturaleza, a la luna, las estrellas muertas. Se vuelven a fumar otro cigarro cuando se dan cuenta que aunque vacíos, nunca se han sentido más tranquilos.

Los románticos oscuros pegan alaridos cuando se encuentran desesperados y perdidos, cuando todo les duele.

Luego entonces, cuando deciden entregarse a un tiempo de entumecimiento del alma, vagan dando pocas señales de aquello que los tuvo vivos.

Todo lo hacen en silencio, guardan sus secretos en rincones profundos, son tesoros, hablar podría significar una chispa y la chispa podría significar vida.

Si los románticos no se obligaran de vez en cuando a no sentir, no durarían tanto. Se sobrecargarían de emociones y explotarían, cediendo a un final prematuro.

Así pues luego cuando creen prudente mudan de piel, desempolvan el espíritu y se tiñen de rojo, abren bien los ojos, ven pasar a las personas, reconociéndolas después de haberlas negado.

Y así, un día sin previo aviso el romántico oscuro encuentra a su Annabel Lee y a la Armanda que le hacía tanta falta. Vuelve a sentir, se deja llevar y ama. Ama como sólo ellos saben: así con todo lo que son, con todas sus letras.

El romántico nunca aprende, se vuelve loco de amor por todo. No aprende jamás, brinca de un corazón a otro.

No comprende que en uno de esos ratos, donde se ha dejado vencer por las sombras puede encontrar mayor paz que en los brazos de un semejante.

No, no comprende, por ello vive entre dos mundos, y quien sabe en cuál le toque quedarse.

Quién sabe si alguna vez encuentren su teatro mágico esos pobres locos: los románticos.

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