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Narra Laura

Brandon y yo continuamos nuestra caminata hacia ahora nuestro destino, la lavandería. Entramos al lugar, el cual olía a margaritas. Sonreí al sentir el refrescante aire chocar contra mi cara, de verdad necesitaba un respiro después de esa pelea con ese sujeto.

—Buenas Tardes, quisiera saber si podrían hacer algo con esto—dije destapando mi abrigo, dejando a la vista camiseta arruinada, para empeorar era blanca.

Ella hizo una mueca de sorpresa. Y vaya que no sabía disimular. Ella cerró su boca, supongo que porque se le podía haber metido una mosca. Y trago duro.

—Veré qué podemos hacer—dijo con un tono nervioso.

¿Qué puede salir mal? Es una simple mancha de helado.

—¿Hay algún problema?—preguntó alzando una ceja.

—Pues, tu camiseta tiene helado de fresa, esos helados tienen mucho colorante, por lo que será poco probable que la mancha se vaya—dijo Susan con nerviosismo.

Solté un suspiro cansado. ¿Esto puede empeorar más? De repente mi móvil vibro en mi bolsillo. Lo tome en mis manos y acepte la llamada.

—¿Aló?—pregunte esperando una respuesta.

—Disculpe, le informamos que su apartamento se ha incendiado, necesitamos que venga para aclarar unos asuntos, la esperamos a las afueras de su edificio—mencionó una voz casi mecánica.

Escuche el beep beep beep de la llamada. El señor había colgado, y yo estaba ahí en una lavandería con mi camiseta favorita arruinada, al igual que mi cita, un departamento destruido, y el mi mente hecha un lío.

Le expliqué la situación a Brandon, y él me comprendió. Quiso venir conmigo conmigo, pero le dije que no. Quería que se relajara, que yo estaría bien.

Después de negarme treinta-siete mil veces, acepto con la condición de que lo llamaría por cualquier cosa. Lo bese con amor y sentimiento despidiéndome de el. Sonreí y salí por la puerta en dirección a mi apartamento, destruido.

Llegue al horrible lugar, que alguna vez fue mi hogar. Gracias a Dios mis padres no vivían conmigo, ya que mis padres no soportarían el humo. ¿Qué pudo haber provocado el incendio?

Me acerqué a la cinta policial amarilla, con el típico Caution escrito. Pase por debajo de esta y rápidamente unos policías me detuvieron.

—Usted no puede estar aquí, porfavor retírese—dijo un oficial extendiendo su mano hacia mi, en forma de pare.

—Soy Laura Marano, la dueña del apartamento quemado, me llamaron para arreglar unos asuntos—dije alejando su mano de mi.

Él asintió sin decir nada más. Vi el apartamento. Las paredes que estaban cerca de las ventanas estaban negras, mis hermosas plantas que tarde años en plantar estaban quemadas. Y gracias a Dios que decidí no comprar una mascota.

Un oficial se acercó a mí, con la intención de hablarme.

—Señorita Marano, uno de mis mejores agentes le conseguirá un nuevo hogar—me comunico el señor extendiéndome una tarjeta.

Leí la tarjeta.
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AGENCIA P.D.A
Agente: Ross Lynch.
Edad: 23
Numero: 821-334-6657
Dirección: Calle Sunny Side, casa #5
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Esta es mi ultima esperanza. Lancé un suspiro de cansancio. Mudarme a otra casa me iba a costar. Recuerdo la vez que puse mis zapatos en el fregadero. Reí en mis adentros, ya no soy la tonta de 18 años de ese tiempo. Ahora soy la tonta de 22 años que debe saber que los zapatos van en el zapatero.

—Empacamos lo que quedó ileso del humo, sus maletas están en aquella esquina—dijo el canoso señor revisando unos papeles en sus manos.

Sin decir nada más, me dirigí a buscar mis maletas, supongo que la grande es la de ropa, y la pequeña de los zapatos.

Me volví a agachar para cruzar por la cinta policial, y me paré en la acera haciendo señas, para ver si alguien era tan humilde de darme un aventón.

Milagrosamente, un taxi paro justo frente a mi, y bajo su cristal asomando su cabeza hacia mi.

—¿A dónde la llevo?—preguntó el joven de al menos unos 37 años.

Le extendí la tarjeta al hombre, que por su placa se hacía llamar Frank. El la leyó y me la devolvió en un instante. Me monté en la parte trasera del auto y este arranco inmediatamente cerré la puerta.

—Serían 10 dólares—dijo el señor, extendiendo la palma de su mano esperando los billetes.

Yo saque exactamente 20 dólares de mi cartera y los puse en su mano. Tome mis maletas y salí del auto.

—Gracias–le agradecí extendiendo el palo metálico de la maleta.

—Un placer señorita, Apolo Taxi para servirle—agregó Frank, para irse por las transitadas calles de París.

Arrastre mis maletas hacia el gran portón color negro. Con hermosas detalles de curvas, algunas piezas de oro, y un comunicador. Presione el botón del comunicador, y espere a que atendieron.

—Buenas Tardes ¿Quién habla?—escuche la voz de una mujer algo joven.

—Soy Laura Marano, vengo a consultarle algo a el Agente Lynch—dije con el tono más formal que podía fingir.

La reja de abrió dejándome pasar. Arrastre mis maletas por el hermoso jardín, lleno de todo tipo de flores, y hermosas fuentes de mármol.

Llegue hasta la puerta color caoba y esta se abrió inmediatamente mostrando a una mujer de unos 20 años.

—Buenas Tardes, soy Zoe la empleada del Señor Lynch, puede pasar y sentarse en la sala mientras preparo café, el Señor Lynch bajara en un momento—dijo la tal Zoe haciéndose a un lado dejándome pasar.

Le sonreí amistosamente. Esta señora se veía como una buena persona. Arrastre mis maletas conmigo hasta lo que se suponía que era la sala. La casa no era exageradamente grande, pero era lo suficientemente grande como para que te sorprendas. A parte de grande, es hermosa pro dentro y por fuera.

Zoe vino de repente y plantó una dos tazas de café en la mesita ratona. Le agradecí con una sonrisa y ella se fue de la sala. Se escucharon unos pasos bajando las escaleras, supuse que era el Agente Lynch. Tome mi taza de café y le di un sorbo.

Vi unos zapatos de vestir en el marco de la puerta. Fui subiendo la vista hasta que vi a la persona que nunca quise volver a ver en mi vida.

La taza de café cayó al suelo, y mi pie derecho sufrió todo el daño.

ParisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora