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La destrucción fue total. Quedé arruinado y me entregué desde entonces a la desesperación.

No pretendo establecer relación alguna entre causa y efecto respecto a mi crueldad y el desastre; estoy por encima de tal debilidad. No obstante, me limito a dar cuenta de una cadena de hechos y no quiero omitir el menor eslabón. Visité las ruinas un día después del incendio. Excepto una, todas las paredes se habían derrumbado. Esta excepción la constituía un delgado tabique interior, contra el cual se apoyaba la cabecera de mi lecho. Allí, la construcción había resistido en gran parte la acción del fuego, hecho que atribuí a que había sido reparada hacía poco. En torno a aquella pared se congregaba la multitud y numerosas personas la examinaban con gran atención. Excitaron mi curiosidad las palabras "extraño", "singular", y otras expresiones parecidas. Entonces me acerqué y vi, semejante a un bajorrelieve esculpido sobre la blanca superficie, la figura de un gigantesco gato. La imagen estaba copiada con exactitud prodigiosa. Rodeaba el cuello del animal una cuerda.

Apenas observé la aparición, porque no podía considerar aquello más que como una aparición, me sobrecogió una terrible mezcla de asombro y pánico. Por fin vino en mi ayuda la reflexión, y recordé que el gato había sido ahorcado en un jardín contiguo a la casa. A los gritos de alarma, este jardín fue invadido de inmediato por la muchedumbre y el animal debió ser descolgado por alguien y arrojado a mi cuarto por la ventana; sin duda con el propósito de despertarme. El derrumbe de las restantes paredes había comprimido a la víctima de mi crueldad en el yeso todavía fresco de la pared recién restaurada y la cal, en combinación con las llamas y el amoníaco del cadáver, plasmaron esa imagen tal como yo la veía. 

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