Capítulo 3

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Retiraron la partición que los separaba y se tumbaron de lado, cara a cara. Brittany sabía que seguramente sería la única vez en su vida que tendría a una mujer tan divina tumbada junto a ella, así que estaba más que dispuesta a renunciar al sueño por tan gloriosa causa.

–Trabajo en la empresa familiar –explicó Brittany.

–¿Y cuál es?

–Mis padres se dedican a la inversión inmobiliaria. Yo soy abogada. Ella asintió, pero no tardó en fruncir el ceño, porque ella no le parecía una abogada.

–Pero apenas utilizo mis conocimientos. Me ocupo del papeleo y de los contratos.

Santana vio que ponía los ojos en blanco.

–Ni te imaginas lo aburrido que es.

–Entonces, ¿por qué lo haces?

–Buena pregunta. Creo que en el momento de mi concepción se decidió que sería abogada. –¿Y no quieres serlo?

–Creo que no... –dijo ella, aunque le costaba bastante admitirlo. Ella siguió contemplando su rostro en silencio, esperando a que le contara más.

–Dudo que esté destinada a eso; me costó sacar la nota mínima para matricularme, y en la universidad aprobaba por los pelos...

–Nunca digas eso en una entrevista –la interrumpió ella.

–Claro que no –ella sonrió–. Solo estamos charlando. –Bueno. Adivino que no fuiste una niña que soñaba con ser abogada. ¿No te ponías peluca blanca cuando jugabas? –torció la boca–.

¿No ponías a tus muñecas en fila para interrogarlas?

–No –ella sonrió.

–¿Y cómo acabaste siendo una?

–En realidad no sé por dónde empezar.

Ella miró su reloj y comprendió que cabía la posibilidad de que no escribiera el informe.

–Tengo nueve horas –Santana decidió en ese momento que se las dedicaría completas.

–De acuerdo –Brittany decidió que para explicarle cómo era su familia, convenía empezar por el principio–. En mi familia no hay mucho tiempo para pensar; incluso de niña tenía clases de piano, de violín, de ballet y varios tutores. Mis padres revisaban mis deberes continuamente, todo estaba enfocado hacia que entrara en la mejor escuela para que sacara las mejores notas y fuera a la mejor universidad. Y lo hice. Pero una vez allí siguió la presión. Agaché la cabeza y seguí trabajando, pero ahora tengo veinticuatro años y no estoy segura de estar donde quiero estar – era difícil explicarlo, porque viéndolo desde fuera, tenía una vida muy agradable.

–Te exigen demasiado.

–Eso no lo sabes.

-No te escuchan.

–Eso tampoco lo sabes.

–Sí lo sé –dijo ella–. Cuando hablabas por teléfono dijiste cinco o seis veces «Mamá, tengo que dejarte». o «Tengo que irme ahora...» –vio que ella estaba sonriendo, pero no por la imitación de sus palabras, sino porque había estado escuchando su conversación. A pesar de estar rezongando e ignorándola, había estado pendiente–. Lo que hay que hacer es esto –levantó un teléfono imaginario y lo colgó.

Carcel de Amor -Adaptación Brittana G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora