Ella no quería tumbarse en una playa de Hawái. Era imposible curarse de ella.
Quería estar cerca de ella, quería estar allí para la vista preliminar.
Anhelaba un milagro.
Ella no querría que estuviera allí. Brittany lo sabía.
Pero era su esposa y lo menos que podía hacer era estar en la ciudad. Podría verla en las noticias, estaría cerca aunque ella no lo supiera.
Y luego podría visitarla otra vez antes de irse. No quería divorciarse, y necesitaba al menos una visita más para argumentar su decisión.
Brittany, mientras cancelaba el viaje a Hawái para quedarse en Brasil, se dio cuenta de que era probable que se estuviera volviendo loca, pero así era como ella hacía que se sintiera.
Se aventuró a salir a las ajetreadas calles y visitar la impresionante ciudad. Las vistas, los olores, la comida, el ruido, había de todo para sus distintos estados de ánimo.
Si no fuera por Santana tal vez no habría visto nada de eso; no habría visitado la Pinacoteca, un fantástico museo de arte, ni el jardín con esculturas que había al lado.
Al principio Brittany hizo vistas guiadas con otro montón de turistas, pero poco a poco fue sintonizando con la energía del lugar, las sonrisas y los pulgares en alto de los lugareños, y empezó a moverse sola. Se alegraba de estar allí, contenta con lo que veía, oía y sentía. Cada pequeña cosa. Podría haber dejado pasar su vida sin probar las pamonhas que los vendedores ambulantes vendían en la calle o en carritos, anunciando su presencia golpeando triángulos de metal. La primera vez que Brittany había comprado una y mordido la pasta de maíz cocido había sido incapaz de terminarla. Pero al día siguiente había vuelto, atraída por el extraño sabor dulzón. Sin darse cuenta, había comprado una salada y descubierto que le gustaba más.
Había infinidad de cosas que aprender.
Anhelaba visitar la montaña, y hacer un viaje a las selvas de las que Santana le había hablado, pero le resultaba demasiado doloroso hacerlo sin ella.
No se atrevió a llamarla esa primera semana. En vez de eso, a las seis de la tarde del miércoles fue a un restaurante que le recomendó el conserje del hotel y pidió feijoada. Tal vez no fuera el mismo restaurante del que le había hablado Santana, pero se sintió como si los ángeles estuvieran alimentando su alma y supo que estaba donde tenía que estar.
Según pasaron los días se enamoró más y más de la ciudad, de sus contrastes, de las sensaciones que provocaba y de sus sonidos. La gente era la más bella y elegante que había visto nunca, pero la pobreza resultaba agresiva. Era un mundo que cambiaba en cada esquina; le encantaba el anonimato de estar en un lugar tan enorme y perderse en ella, y lo hizo durante dos semanas.
Siguiendo sus instrucciones, no se puso en contacto con Rosa. Solo habló con sus padres, y no le dio a Santana ninguna indicación de que seguía allí hasta la noche antes de la vista.
Su rostro apareció en televisión y un reportero dio una noticia a la puerta del tribunal. Brittany dilucidó que amanhã significaba «mañana». Pero no podía esperar hasta el día siguiente. Tenía que oír su voz. Se había enamorado de una mujer que estaba en prisión y ella tendría que estar en Australia, felizmente divorciada, dando gracias al cielo por la oportunidad de volver a su vida, pero en vez de eso estaba sentada en una habitación de hotel mirando el teléfono.
Sin ella se sentía confusa. La pasión y el amor que sentía solo parecían reales cuando estaba a su lado y la abrumaba el deseo de hablar con ella. Contó los minutos hasta que llegó la hora de llamar.
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Carcel de Amor -Adaptación Brittana G!P
FanfictionLo último que Brittany Pierce quería oír era que su esposa a la que había intentado olvidar había pasado el último año injustamente encarcelada en Brasil y necesitaba que la visitara. Estaba dispuesta a hacer su papel a cambio de la firma de Santana...