Era una falsa alarma.
Seguían sentados en el avión, ya en la pista. En cuanto habían aterrizado en Las Vegas, Santana había encendido su teléfono y llamado a alguien. Hablaba en portugués. Interrumpió su conversación para informar a Brittany de que lo ocurrido en Los Ángeles había sido una falsa alarma y siguió hablando.
–Aguarda, por favor –dijo. Se volvió hacia Brittany–. Estoy hablando con Quinn, mi asistente personal. Puedo pedirle que reorganice también tu vuelo. Lo hará rápidamente, creo.
«Y además», pensó Santana, «se asegurará de que nos sentemos juntos».
–¿Cuándo quieres llegar? –preguntó.
La respuesta normal habría sido que lo antes posible, pero sus reacciones con ella no tenían nada de normal. Santana la miraba con una invitación en los ojos, pero necesitaba decirle que lo que había ocurrido no era habitual para ella.
En absoluto habitual.
Santana hacía que se le encogiera el estómago, sus ojos esperaban, su boca era bellísima y no quería poner fin a su encuentro con un beso a la salida de un aeropuerto. No quería pasar el resto de su vida arrepintiéndose de no haber elegido la opción más excitante.
Ella lo hizo por ella.
–Parece que hay sobrecarga. El aeropuerto será un infierno con tantos vuelos desviados. Podría decirle que nos reserve un vuelo para mañana –Santana ya había decidido. Hacía meses que no tenía veinticuatro horas para ella, hacía semanas que no dejaba de trabajar y no se le ocurría nadie mejor con quien escapar del mundo.
–Se supone que debo estar... –pensó en sus padres, esperándola en la conferencia, esperando que llegara, trabajara doce horas al día y aceptara estar a su disposición todos los fines de semana. Su familia tenía cada minuto, cada semana, cada año de su vida planificado, y a Brittany le apetecía poder respirar en libertad siquiera un día.
O, más bien, esforzarse para respirar bajo ella mientras la besaba y le robaba el aliento.
Ella miró su boca mientras esperaba su respuesta, observó el dedo en el que enredaba el pelo mientras decidía, hasta que se lamió los labios y contestó.
–Mañana –dijo Brittany–. Que sea para mañana.
Santana habló con Quinn un momento más, le pidió que le deletreara su apellido, su fecha de nacimiento y el número de su pasaporte, después colgó.
–Hecho.
Ella no sabía cómo era su vida, no entendía lo que significaba la palabra «hecho» en el mundo de Santana Lopez.
Mientras esperaban su equipaje, ella lo besó por primera vez estando de pie, sintió toda la longitud de su cuerpo apretado contra el suyo. Ella cargó las maletas en un carro e hizo una cosa muy agradable e inesperada: se detuvo en una de las tiendas y le compró flores.
Ella sonrió cuando se las dio.
–Cena, desayuno, champán, besos, caricias preliminares... –ni siquiera bajó la voz al darle las flores–. ¿He cubierto ya todo?
–No me has llevado al cine –dijo Brittany.
–No –ella movió la cabeza–. Echaban una película en el avión.
Preferiste no verla. No puedes hacerme responsable de eso. Pero lo había sido, sin duda. Ella sintió las espinas de las rosas cuando ella se acercó más.
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Carcel de Amor -Adaptación Brittana G!P
Fiksi PenggemarLo último que Brittany Pierce quería oír era que su esposa a la que había intentado olvidar había pasado el último año injustamente encarcelada en Brasil y necesitaba que la visitara. Estaba dispuesta a hacer su papel a cambio de la firma de Santana...