Capítulo 2

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São Paulo está muy densamente poblada.

Sobrevolaban el agua y ella miraba por la ventanilla. Se dio la vuelta al oír su voz y Santana le habló de la tierra que amaba, de los kilómetros y kilómetros de interminable ciudad.

–Es difícil explicarlo si no se ha visto, pero cuando el avión desciende sobrevuela la ciudad durante mucho tiempo. El aeropuerto de Congonhas esta a solo tres kilómetros del centro.

Le contó a Brittany que la pista de aterrizaje era muy corta y de difícil acceso, mientras ella lo miraba con preocupación.

–Si hace mal tiempo, el capitán, la tripulación y la mayoría de los paulistanos ... –al ver que ella fruncía el ceño, empezó de nuevo–. La gente de São Paulo o que conoce el aeropuerto contiene la respiración cuando el avión desciende –sonrió–. Ha habido muchos sustos, y accidentes también.

A ella le pareció fatal que le dijera algo tan horrible. ¡Y le había parecido atractivo!

–¡No estás ayudando nada! –protestó.

–Claro que sí. He entrado y salido del aeropuerto de Congonhas más veces de las que recuerdo, y sigo aquí para contarlo. No tienes por qué preocuparte.

–Ahora también tengo miedo de aterrizar.

–No pierdas el tiempo en tener miedo –dijo Santana. Se puso de pie para recuperar su ordenador. No le gustaba la cháchara, y menos cuando volaba, pero la había visto muy nerviosa durante el despegue y no le había molestado hablarle. En ese momento estaba callada y miraba por la ventanilla; se dijo que tal vez no fuera imprescindible cambiar de asiento.

La azafata empezó a servir tentempiés y Brittany adivinó que la señora Lopez estaba siendo compensada con algunos bocaditos especiales que, sin duda, eran del menú de primera clase. Como estaba sentada a su lado también se los ofrecieron a ella.

–Caviar iraní en blinis de trigo, con crema agria y eneldo –ronroneó la azafata, pero Santana estaba demasiado ocupado para fijarse en lo que le ponían delante. Estaba montando su puesto de trabajo y Brittany oyó su gruñido de frustración cuando tuvo que mover el ordenador a un lado. ¡Estaba claro que echaba de menos la mesita de primera clase! –No hay sitio... –calló al darse cuenta de que sonaba como un quejica habitual. No solía serlo porque no le hacía falta. Su asistente personal, Quinn, se aseguraba de que todo fuera como la seda en su ajetreada vida. Pero Quinn no había podido ejercer su magia ese día, y Santana tenía mucho que hacer antes de llegar a Los Ángeles–. Tengo mucho trabajo –dijo, aunque no tenía necesidad de justificar su mal humor–. Tengo una reunión una hora después de aterrizar. Quería prepararla durante el viaje. Esto es muy inconveniente.

–¡Tendrás que comprarte un avión! –bromeó Brittany–. Tenerlo siempre en espera...

–¡Lo hice! –dijo ella. Brittany parpadeó–. Y durante unos dos meses fue fantástico. Creí que era lo mejor que había hecho en mi vida –se encogió de hombros y volvió a concentrarse en su ordenador. Con una mano tecleaba números y con la otra quitaba todos los trocitos de eneldo de encima de los blinis antes de comérselos.

–¿Y entonces? –preguntó Brittany, intrigada.

Era una mujer distante y luego amistosa, ocupada pero tranquila a la vez, y muy picajosa respecto al eneldo, sin duda. Cuando los blinis estuvieron a su gusto, su forma de comer le pareció decadente: cerraba los ojos para saborear cada delicioso bocado que entraba en su boca. Todo lo que revelaba de sí misma hacía que Brittany deseara saber más. Quería que le contara por qué había sido un error tener su propio avión.

Carcel de Amor -Adaptación Brittana G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora